No todo son malas noticias para el guapo pueblo, siempre tan bipolar, siempre roto en dos, siempre una mitad amando/odiando a la otra mitad. El pesimismo que nos desolaba en los últimos tiempos, parece aparcado para salir juntos y unidos en lo posible de este «impasse» desolador en el que entre todos nos mataron.

Ya se vieron los primeros signos en esa estupenda idea de un grupo de chavales -jóvenes tenían que ser- que, aunados por la nostalgia, el blanco y negro y el color sepia, sacaron de todos los baúles aquellos recuerdos, aquellas pequeñas cosas que decía el poeta que habían quedado olvidadas en cualquier cajón. Ese recuperar de tradiciones nos hizo a todos un poco más solidarios bañados en la nostalgia. Y se vio que había un espíritu de rebeldía, de inconformismo, cuando hubo que poner pie en pared y gritar firmes para salvar el precioso Museo Marítimo que aún sigue en peligro de cierre.

Y luego vino el Socorro, el nuestro, el que también agonizaba un poco, y ese grupo de chavales se fue al Ayuntamiento y al decir cosas tan sensatas como posibles al Alcalde que susurra a las vacas les dejó hacer una experiencia coral, colectiva, de hermandad y unidos de la mano, que espero dure muchos años.

Porque mi guapo pueblo tiene otro gran defecto: pocas cosas duran poco. O dicho de otra forma: casi nada dura más bien un poco. Entran los chismorreos, las intrigas, las sospechas de que hay pasta que ganar, los unos contra los otros. Y volver a empezar tras años de travesías de varios desiertos. Y mucho criticar, pero nada por hacer.

Especialmente sucede esto con los grandes proyectos, o no tan grandes, o los buenos, que a lo mejor no fueron tan buenos, pero que ahí están. Mejor que hacer las cosas mal o bien, es hacerlas. Nunca te equivocas si nunca haces nada.

Ya pasó con el cambio radical de la playa. ¿Cómo no veía medio pueblo los beneficios que nos traería? Ya pasó después con el nuevo puerto. ¿Cómo oponerse a algo tan lógico? ¿Y lo de la peatonalización? Esto no sólo sucedió en Luanco. España entera ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, se opuso sin razones concretas razonables. Y ahora es una de las mejores cosas que nos han sucedido. Veamos, sin ir más lejos, las criticadas millas de oro de Luanco, con el cambio notable de comodidad y comunicación, con un futuro aún mejorable. Pues tampoco querían. De qué se trata, que me opongo.

Viene ahora otro desafío: la zona azul. Discutida también en cualquier pueblo o ciudad, es un mal necesario, y un elemento disuasorio básico para que dejemos tirado el coche en cualquier sitio menos en mitad del pueblo. Ya hay polémica. Habrá mas. Se hacen incluso plataformas ciudadanas en contra. Nada que objetar. Se acabó papá Estado, se muere abuelito Ayuntamiento casi de inanición y la necesidad agudiza el ingenio, como bien sabemos. Que hable y se agite el pueblo, que participe en fiestas, decisiones, encuestas, actividades, hechos, hechos, nada de promesas y bla, bla... La zona azul la pasaron muchos antes que nosotros y la sufrimos cuando vamos a otros pueblos, barrios, playas y ciudades. Y así es, nos parezca lo que nos parezca.

Llegan también las otras fiestas, las veraniegas. Las del Carmen. Y el grupo de chavales quiere recuperar las carrozas y las viejas y olvidadas costumbres por las que tanto hacía doña Mercedes la de la Ayudantía, de imborrable recuerdo. Que se lo tomen tan en serio como el Socorro, que les eche una mano el alcalde Ramón, tan dispuesto como está a la colaboración venga de donde venga, y que siga resurgiendo de sus recuerdos el pueblo. Siempre hay algo que hacer, que mejorar, que cambiar.

Sólo el carnaval del verano es el milagro que se salva solo. Pero nos debería también servir de ejemplo: sí, es posible. Y sólo en apariencia, aunque haya una conciencia colectiva: hay que hacerlo. Si se une Luanco de esa manera envidiable y tan lúdica, debe haber más ocasiones que celebrar. O colaborar. O ponerse manos a la obra. Cualquier cosa menos hablar por hablar y destruir por sistema cualquier iniciativa que no hayan pensado ellos.

Que Luanco se siga moviendo. Nos va en ello el futuro, cuando las cosas están tan claras y están tan contadas. Y cuando las malas circunstancias posiblemente las ponga ahora más a mano, más factibles, por ser más sensatas.