La obra de Breza Cecchini (Oviedo, 1976) despliega una singular poética pictórica tanto en sus paisajes como en su obra más narrativa. Se trata de una pintura desenfada, suelta, de una formidable frescura que atrapa la mirada en un festín cromático. En esta exposición se abren dos escenarios: uno descriptivo, paisajístico y otro más narrativo, con lo lobos como protagonistas de un mundo misterioso. Lejana queda aquella exposición en la Casa Municipal de Cultura de Avilés (2006) con la mujer como protagonista de una serie que reivindicaba lo femenino, lo cotidiano y lo grotesco a través de una figuración caricaturesca y golfa. Posteriormente el paisaje, el bosque se incorporó a su temática y en la exposición «Llegando al claro» en la galería Textu (2012) un fuerte componente expresivo define estas composiciones enmarcadas por Jaime Rodríguez en una «neofiguración informalista cuyo trazo cromático constituye un estimable conjunto de testimonios visuales sobre las circunstancias de su entorno más próximo y los sentimientos».

Esta artista no tiene ningún complejo en asumir lo emocional como un elemento creativo que condiciona y desborda la pintura. Su obra que se desplaza entre manchas, con colores imaginativos, con matices y volúmenes, remite a una mundo físico, a la afirmación de lo existente de la que hablaba John Berger. Incluso en las pinturas de pequeño formato, como las que presenta en esta ocasión, la presencia del gesto, la fuerza de la pincelada, aleja toda inclinación hacia un paisajismo azucarado e incorpora, como si fuesen apuntes de la naturaleza, dinámicas poéticas de ese instante que se evade.

En el otro escenario de esta exposición los lobos protagonizan una narración que defiende el misterio y cuestiona el modo de ver y percibir. En el 2011 en la muestra «Déjame el bosque» en el «Hervidero» de Espacio Líquido aparecían en algunos lienzos y dibujos que remitían al cuento de Caperucita, pero, a diferencia de la versión oficial, en este la niña declaraba su amor al lobo. El apetito sexual, los conflictos entre razón y deseo, la inocencia que se deja conquistar, la atracción por el monstruo, se encuentran en esta serie extraña, secreta, con los lobos enfrentándose por la niña o reposando a sus pies en una relación inquietante. Ajenas a la ilustración estas pinturas sintéticas, oscuras, sensuales, sugieren juegos juego de ocultación y desvelamiento

Pero estos dos mundo no discurren tan en paralelo. El paisaje asturiano, el bosque que Breza vive como una experiencia estética se convierte en la escenografía en la que se desarrolla sus relatos visuales, y tras esa maraña de verdes, tras las desdibujadas casas y las insinuadas arboledas, se encuentra la artista pintando con lobos.