Lo estábamos deseando. Necesitábamos confirmar que el sol puede salir tres días seguidos, que ni la lluvia ni el invierno son para siempre. Que los parques siguen en su sitio, que después del colegio hay vida al aire libre. Aunque solo sea un espejismo que dure poco porque, por mucho optimismo que queramos acumular, el otoño está a la vuelta de la esquina.

Y ellos no lo saben, volverán al colegio con «las pilas recargadas» del verano, deseando encontrarse con sus compañeros y compañeras otra vez. Quizá sin muchas ganas de retomar el trabajo, los ejercicios, los exámenes, pero lo que sí es seguro es que muchos de ellos volverán contando el nuevo curso con menos ayuda, menos profesores para apoyar sus dificultades, porque en la mayoría de los centros públicos asturianos se ha suprimido alguna plaza de profesor (habrá unos 170 menos que este curso).

Supongo que la Administración considera que con menos se debe hacer más, pero las familias y los docentes saben que nunca es así, que el tiempo es limitado y que si hay que ocuparse de veinticinco alumnos y alumnas a la vez es imposible darles a cada uno toda la atención que se merecen.

Espero que esto sea un bache y que a no mucho tardar volvamos a disponer de más horario para apoyar a esos niños que, sin tener grandes dificultades en su aprendizaje, sí necesitan en determinados momentos un refuerzo que les ayudará a pasar de curso sin mayores problemas.

Sería muy triste volver a aquella enseñanza que yo viví, con treinta o cuarenta alumnos por aula, en la que aprender consistía en memorizar datos que luego se olvidaban con gran facilidad. Quien podía hacerlo progresaba y quien no, se iba quedando atrás.

A los políticos, a la gente corriente de la calle, se nos llena la boca cuando hablamos de la necesidad de una enseñanza de calidad (ya nos hemos aprendido el término de tanto oírlo), pero no crean ustedes que ni todos tenemos la misma idea ni, por supuesto, estamos de acuerdo en los términos de esa calidad.

Lo que sí sabemos es que la enseñanza es mejorable. Dejaría de serlo si no fuese así, si no estuviese en constante evolución, si no se acoplase al avance de la vida y de la sociedad.

Por supuesto, también los docentes somos mejorables, empezando por la propia formación universitaria que debería ser revisada y mimada como si de la tarea más importante para la sociedad se tratase. Pero lo que sí es seguro es que «sin profesores no hay escuela» por muchas primaveras que vayamos acumulando.