En plena época de concentración urbana de la población y abandono del campo, las escuelas de los pequeños pueblos siguen teniendo futuro. Al menos, las aulas del Colegio Rural Agrupado (CRA) Castrillón-Illas, que ha logrado rebasar la cifra de cien alumnos y aún crecerá más en matrícula el próximo curso. Este fenómeno es toda una anomalía en la tendencia de los colegios rurales de Asturias, que cada vez pierden más alumnos. «Éste debe de ser el único colegio rural agrupado de toda la región en el que está repuntando la cifra de alumnos de forma tan clara», asegura el director del centro, Mino Suárez. Las claves del «éxito» son varias: desde la proximidad a las ciudades al crecimiento de los núcleos rurales en donde están enclavadas estas escuelas, pasando también por el trabajo que lleva realizando desde hace años el profesorado del centro. «Funciona muy bien el boca a oreja y hay muchas familias que quieren huir de la masificación de los colegios grandes», explica la jefa de estudios, Rosa Alvaré.

En los últimos años este colegio que da servicio básicamente al ámbito rural de los concejos de Illas y Castrillón comenzó a recibir una demanda creciente de peticiones de escolarización procedentes de las zonas urbanas limítrofes. Se da a veces, según cuentan los profesores, el curioso caso de que las familias del pueblo deciden enviar a sus hijos a centros de la ciudad, y familias de la ciudad optan por la escuela rural como el mejor modo de educar a sus hijos. La escuela de San Miguel de Quiloño, que hasta hace poco se sostenía abierta a duras penas, ahora ha comenzado a captar escolares de otros lugares, y lo mismo hace la de Pillarno. Estas familias se están planteando, incluso, organizar un servicio de taxi para el transporte de los alumnos que viven en Avilés.

Y es que su fragmentación les hace tener características únicas en el panorama docente: la comunidad escolar es «una gran familia», según afirman los propios padres de alumnos. El trato de los escolares es muy individualizado y flexible, y la convivencia entre los escolares, ejemplar. El acoso, inexistente. «Antes de que salte la chispa ya la has apagado», explica Suárez. «Los mayores se preocupan de los pequeños, y eso las familias lo valoran mucho», apunta Alvaré. Los maestros son accesibles y la comunicación diaria con las familias, totalmente fluida. Además, pese a las dificultades de estar dispersos en el territorio, los padres pueden acceder a servicios de comedor (en La Callezuela, gracias a la colaboración con el centro de atención diurna) y de desayuno en Pillarno.

Los responsables del centro temían que la del próximo año fuera a ser una matrícula negativa, porque finalizaron los estudios de Primaria 18 alumnos, una cifra importante para suplir con nuevas inscripciones. Pero son 21 los nuevos preinscirtos, y otros cinco los que también se interesaron, ya fuera de plazo, pero que harían un total de 26 nuevos estudiantes. En total, en las aulas del centro cursarán sus estudios de Infantil y Primaria más de 105 estudiantes, según los datos de preinscripción.

Una de las consecuencias de este crecimiento de matrícula es que la directiva ha comenzado a negociar con la Consejería de Educación para aumentar un aula en Pillarno y para mantener también la tercera aula en Callezuela, porque en ambos casos se superan los 25 alumnos. El problema está en Naveces, donde se podría necesitar también una unidad más, y donde hace falta otra aula para desdobles y actividades escolares. Y sin embargo no existe -físicamenter hablando- un tercer local que ocupar.

El director explica que, aunque las antiguas viviendas de maestros de Naveces están vacías, y la Consejería se interesó por la situación de esos pisos, sería necesario un acuerdo administrativo entre el Principado y el Ayuntamiento para cambiarles el uso. «Nosotros necesitamos un local, es lo único que pedimos». Se da la circustancia, además, de que lo que era aula de Infantil es ahora centro social de Naveces, por lo que el colegio no puede tampoco usar este espacio. Lo mismo ocurre en Santiago del Monte, de donde proceden muchos de los alumnos de Naveces, pero donde no se puede reabrir el aula porque ahora está habilitad como centro social.

El recuento de aulas, de producirse la ampliación deseada del colegio rural agrupado de Castrillón e Illas, es el siguiente: en Pillarno, dos de Primaria y una de Infantil, lo mismo que en La Callezuela; en Naveces, dos aulas, y una más en San Miguel de Quiloño, aunque ya está, con once alumnos, a punto del desdoble (que se realiza con doce estudiantes). Los problemas están en La Peral, cuya escuela podría cerrarse en tan sólo dos años porque suman ya cinco cursos sin ningún estudiante nuevo, por la falta de niños en el pueblo. Por último está El Pontón, con nueve alumnos. En total, once aulas desperdigadas por los pueblos de Castrillón y de Illas.

Otra pelea que tiene la dirección del centro es conseguir de la administración regional el suficiente número de profesores. De momento les quitan dos profesores y medio (un docente a media jornada) que el colegio considera que necesitan para cubrir la oferta educativa. «Volveremos a negociar la plantilla y el número de aulas cuando sepamos los números finales de matrícula», explica Mino Suárez. Y añade, no obstante: «Entiendo la postura de la Administración de esperar a que se cierre la matrícula, porque dos alumnos arriba o abajo marcan la diferencia».

En lo que se refiere a las obras, la Consejería de Educación adecuará en verano los baños de las aulas de Naveces, e instalará calefacción en los locales de Naveces, Vegarrozadas (donde este peculiar colegio tiene su sede administrativa) y San Miguel de Quiloño. También colabora la empresa castrillonense Asturiana de Zinc (Azsa), que en breve les donará una pizarra digital, un proyector y dos ordenadores portátiles. «Ya no es la primera colaboración de Azsa; gracias a su ayuda pusimos el piso del aula Infantil de Pillarno y las ventanas de aluminio de San Miguel de Quiloño. También hicieron una donación para la biblioteca y varios equipos informáticos», agradece Mino Suárez.

El fin de obras en el aulario de San Miguel, por cierto, fue realizado gracias a la iniciativa voluntaria de los padres y con la colaboración económica del vecindario. «Los padres pusieron la mano de obra, y los materiales se compraron con dinero del centro y los donativos recaudados. Ahora queda instalar la calefacción, que pondremos con ayuda de la Consejería de Educación». Así presume de funcionar este colegio rural: como «una gran familia».