Ese personaje siniestro, llamado Arturo Mas, que gobierna Cataluña, con su continuo machacar el hierro frío de la independencia, está consiguiendo calentar golpe a golpe el metal y crear un estado de opinión en el que la insensatez, la insolidaridad y la mentira se conjugan para convencer a sus propios paisanos de que serán mucho más felices, ricos y seguros de sí mismos cuando abandonen al «resto del estado español».

Según sus necias y combativas estimaciones, si el Estado español no acepta la consulta independentista proyectada para 2014, la cual, a pesar de las ambigüedades, indecisiones y oscuridades de Rajoy, parece previsible que no se va a aceptar, entonces planteará en 2016 unas elecciones generales en Cataluña. En ellas los diferentes partidos deberán llevar en sus programas el proyecto separatista. De este modo, además de proponer al votante todos los planes políticos habituales en unas elecciones, como son mejoras en la sanidad, pensiones, administración eficiente, etcétera, sean de derechas o de izquierdas, deberán hacer declaración explícita de sus intenciones al respecto de la independencia catalana. Si ganan aquellos partidos que lo incluyan, entonces, según el señor Mas, automáticamente Cataluña será definitivamente otra nación distinta de España y así se abrirá para ella un nuevo futuro de paz, prosperidad y felicidad que ahora su pertenencia a la Nación Española le tiene congelado.

Me parece bastante clara la ilegalidad que Mas y sus partidarios (por no decir secuaces) tienen en proyecto, porque el hecho hipotético de que un partido proponga en su programa la secesión, no justifica en absoluto la proclamación de la independencia, aunque ganase las elecciones y, además, ya veríamos a ver si el «seny» catalán discurre por esos caminos o si, a pesar de toda la machacona propaganda soberanista los partidos políticos van a aceptar incluir tal disparate en su programa.

Disparate sería, y de los grandes, aceptar tal impropia sugerencia, porque una cosa es el cómo cada partido propone que se gobierne con arreglo a sus proyectos e ideologías y otra muy distinta es juntar churras con merinas incluyendo a la vez que el programa político la secesión del territorio. Un votante puede estar de acuerdo con una cosa u otra, pero seguramente que la mayoría no lo está con las dos a la vez y la idea de Mas es precisamente que todos los partidos se pronuncien antes sobre tan controvertido tema que sobre cómo administrar y gobernar el territorio. Y lo malo es que algunos, buscando arañar el voto como sea, caigan la trampa del iluminado Mas.

No sé en que acabará todo este marasmo de ingeniería separatista, pero si sé que con su venenoso modo de proceder y con su inmoderado odio hacia España, Arturo Mas ya ha conseguido que una inmensa mayoría de españoles le odie a él. Lo malo es que, por extensión, esa inmensa mayoría acabe odiando también a Cataluña. Esta siembra de odios si que es una verdadera tragedia, porque quiera Mas o no quiera, Cataluña es tan española como lo que los estúpidos separatistas llaman «el resto del Estado español».