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El grandonismo que anega Luanco

La estructura del gran puerto de El Musel puede ser la causante de los daños de la mar en Gozón

El grandonismo que anega Luanco

Se veía venir. Ya se vio hace más de dos años, cuando las mareas altas se cruzan con las pleamares, chocan, y se forman los tsunamis sobre las viejas y venerables piedras del viejo y precioso Luanco. Hasta ahí llegamos. Lo venían anunciando no los idus de marzo, ni Lola la bruja, ni los trampantojos de las teles en la madrugada, que emboban al personal con espejitos mágicos y santos de toda condición.

Lo sabían muy bien los marineros de Luanco. Duchos, avezados, hartos de luchar contra corriente, cansados tal vez de jugarse la vida en una ruleta casi rusa de tanta mar revuelta y no por previsible y anunciada menos destructora y a veces hasta mortal.

Todo empezó con ese mamotreto de cuatro kilómetros de cemento, puro cemento, que al atardecer, cuando le da el sol, parece el monstruo del lago Ness que aparece entre la niebla y el sol poniente a las afueras de Torres. Visto desde Luanco, es realmente fantasmagórico. Nos quita la hermosa vista que disfrutamos del Sueve en la lejanía, de los Picos de Europa, de la belleza de esa costa del Norte, única, salvaje, natural.

Pero tuvo que llegar él, el faraón -con minúscula, please- que quiso pasar a la posteridad, como si fuera su odiado Cascos, con obras superdimensionadas, pasadas de presupuesto para que hicieran el egipcio no sólo sus amiguetes de chiringuito sino tal vez el mismo Tineone con su padrinazgo. Y para que su mandato fuera recordado como si del propio Nerón se tratara.

Cogió su lira, se subió a su despacho de la torre de la Laboral -que tanto odiaba y tanto destrozó por franquista- y diseñó su heredad No se sabe cuál es la más fea, la más inoportuna, la menos necesaria, la mas grandilocuente, la más sobredimensionada... pero todas están bajo sospecha. No se puede ser peor presidente de una muy pobre comunidad a la que empeñó de por vida.

Lo mas terrible es que aún dice en voz altiva y altanera que no le vuelven a tomar el pelo, que no habla más de sus dispendios, ahora que es nada menos que senador, aunque sea agarrado a un paracaídas de oro. No hay quien pueda con él. No hay quien lo pille en nada. Pasa de puntillas por todas las "gürteladas" que se hicieron en Asturias, con un "a mí que me registren", que decía su odiado sucesor en la no Presidencia de este pobre paraíso.

Los únicos que se dieron cuenta, desde hace años, fueron los marineros de Luanco. Supongo que los de Candás también. Llevo años oyendo al gran patrón Garrucho que nos guardáramos de los idus de febrero, cuando, hacia el Socorro que tanto queremos y celebramos, coinciden las mayores mareas del año. Garrucho, que sí sabía de esto mucho más que Tini de puertos con vocación de tsunami, avisó de la catástrofe. Se volverá contra Luanco, decía una y otra vez apenas veía crecer en el horizonte ese monstruo de cuatro kilómetros de cemento hacia nosotros sin defensa alguna.

Y hace unos días, Julio, un recio marinero de Viodo, que navega en la nueva "Aneva", me dio en un bar no "un mariachi", sino toda una lección sobre las nuevas corrientes cambiadas de rumbo por el monstruo de cemento.

Julio me cuenta que sólo hace falta subir a Aramar para ver cómo hacen los olas. Chocan contra el monstruo de cemento, vuelven hacia Luanco y Candás, y a veces no pasa nada si no hallan en su camino una ola gigantesca entrando.

Pero si la encuentran, chocan como dos trenes gigantes, cambian de rumbo y caminan hacia Luanco a llevarse todo lo que encuentren por delante con furia loca.

Julio fue quizás el primero en ver el peligro de plantar la carpa en el muelle viejo. La catástrofe sería inevitable. Él no quería dar la voz de alarma, pero otros también se dieron cuanta. Como él mismo dice, en la Ribera nunca la mar atacó de lado. Siempre venía frente a frente. Julio sabía de lo que eran capaces los idus de febrero. Era el tópico de una tragedia anunciada.

Me gustaría ver a Tini Areces por el pueblo, o a su "missing" sucesor, para ver el destrozo y echar una lágrima de cocodrilo. En su babayería y grandonismo le explicaría a sus egipcios del chiringuito que le habían vuelto a tomar el pelo. O sea, la repanocha. Vengan a Luanco para ver de lo que es capaz una incompetencia disfrazada de fariseísmo faraónico.

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