Aurelia Fernández Solís hilvanó con lucidez la historia de su vida. Trabajó "desde rapacina", como le gustaba recordar", y salió adelante pese a los sinsabores que le regaló el destino: la muerte de su hijo José Manuel siendo este muy joven y la pérdida de su marido, Benigno López. Fernández Solís era la "supergüela" de Avilés, y sopló arropada por su familia las velas de 106 cumpleaños sin perder la sonrisa. Ayer su llama se apagó en una habitación del Hospital San Agustín, aunque Aurelia Fernández vivió hasta el último momento en una casa de la calle de Fernández Teral de Villalegre junto a su hermana Florentina, la "pequeña" de la familia ya con 97 primaveras.

El funeral por Aurelia Fernández Solís se celebrará esta mañana (11.00 horas) en la iglesia parroquial del Sagrado Corazón de Jesús de Villalegre, y acto seguido se procederá a su incineración en el tanatorio de Avilés. Decenas de personas arroparon ayer a los sobrinos y primos de Aurelia Fernández, que allá por el año 2007 fue nombrada "Abuela del colesterol" por la Cofradía del Colesterol, que valoró su buen estado de salud. Y es que la "supergüela" de Avilés derrochaba bienestar. Era también una especie de enciclopedia viva: nació el mismo año que se inauguró el estadio de El Molinón en Gijón, y ante sus ojos pasaron crisis y momentos de apogeo, huelgas y guerras, distintos presidentes de Gobierno y monarcas. Su último cumpleaños lo festejó el pasado 28 de marzo, y lo hizo dándose el gusto de comer unas fabas con centollo en familia.

Antaño Aurelia disfrutaba de las efemérides bailando. Era de las que no perdía pieza ni romería. "A mi me mandaban estar en casa al oscurecer, así que en verano consolaba, porque anochecía más tarde. Pero mis padres descubrían si había estado bailando si me veían sudada", relataba hace un mes la anciana, que destacaba que su marido había sido "muy cantarín". El matrimonio vivió en el barrio de Llaranes hasta que la vida les separó. Entonces Aurelia Fernández pasó un tiempo en una residencia de ancianos, pero pronto regresó al calor de una casa, la de su hermana, cocina de leña.

Aunque la "folixa" le gustaba, Aurelia Fernández Solís dedicó su vida al trabajo: primero se ganó la vida como modista, cogiendo encargos "de casa en casa"; luego entró en la fábrica de camisas "Ráfaga" de la calle Santa Apolonia, donde orientó su profesión hacia la sastrería. En la misma empresa textil trabajó su hermana. Mientras una cortaba patrones, la otra planchaba prendas. "Toda la vida trabajamos. Nuestra madre nos inculcó el oficio de costureras desde que éramos muy pequeñas y cumplimos con él lo mejor que supimos", aseguró días atrás Florentina, la que llevaba la voz cantante en casa.

Los Fernández Solís eran cinco hermanos, tres mujeres y dos hombres. Y siempre gozaron de una salud de hierro. Ahora queda el testigo de Florentina, que probablemente recordará con dulzura a su hermana, una mujer últimamente algo dura de oído que disfrutaba de los ratos de convivencia en la cocina, en un rincón entre la pila de mármol y el fuego.