A medida que el alzheimer cabalga implacable por el cerebro de quienes lo padecen, las personas que dedican su vida a cuidar al familiar enfermo se empequeñecen. Se quedan mudos, aislados. Solos. Es el drama doble del mal del olvido: al enfermo se le va colando por un agujero la memoria; al cuidador se le van escapando el tiempo y la vida. Maite López Riesgo, neuropsicóloga de la Fundación Alzhéimer, lo resume en una pregunta: "¿Quién cuida al cuidador?". La experta, intervino ayer en el club de LA NUEVA ESPAÑA para exponer la importancia de las terapias de ayuda psicológica tanto para los pacientes como para quienes los cuidan.

Las cifras asustan. Según expuso Laureano Caicoya, presidente de la Fundación Alzhéimer, se estima que en Asturias hay unas 22.000 personas afectadas por esta enfermedad, pero se añaden casos no diagnosticados. Es decir, afecta casi a uno de cada cincuenta asturianos, en una comunidad autónoma que padece un alarmante envejecimiento. La situación ha obligado a esta entidad no lucrativa de acción social a innovar métodos y terapias para hacer frente a una dolencia que no tiene cura, que conlleva un empeoramiento de las facultades cognitivas irreversible.

No sólo eso: la Fundación ha visto además el lado más amargo del impacto de la crisis en numerosas familias a las que, encima, les llega el drama de la enfermedad en quien en muchas ocasiones es el sustento económico con su pensión. El ejemplo que Caicoya expuso a los asistentes fue tan doloroso que hasta él mismo se emocionó al relatarlo: "Nosotros damos alimentos específicos para los enfermos que tienen dificultades para tragar, potitos para personas mayores. Nos llegamos a encontrar con situaciones en las que el resto de la familia se alimentaba de esos potitos", explicó el presidente de la Fundación Alzhéimer. De ahí que la entidad alcanzase un acuerdo con el Banco de Alimentos para repartir, además, comida para familias con enfermos y en situación de práctica indigencia.

La neuropsicóloga Maite López Riesgo, abundó en la importancia de la estimulación cognitiva a los enfermos para tratar de frenar la velocidad con la que el Alzheimer va cebándose en las habilidades cotidianas. "En ocasiones, cuando se realiza una terapia no farmacológica, las familias tienen la impresión de que el enfermo sufre una mejoría", afirmó López. Es un espejismo. "El alzhéimer es degenerativo e irreversible: cuando se pierde una función o habilidad no se recupera jamás", aseguró.

Sin embargo, el estado de ánimo puede ser determinante parala expresión exterior de esas habilidades. Los enfermos, conscientes muchas veces de sus limitaciones, caen en la frustración, la ansiedad y la depresión. "Si mejoramos la autoestima se recuperan las deficiencias originadas por ese estado de ánimo negativo", explicó la experta.

La Fundación realiza estas terapias en el propio entorno familiar, y ha sido ahí donde se ha percatado de que los cuidadores necesitan "ventilación emocional", exponer sus sentimientos con otras personas. La entidad organiza en distintas ciudades asturianas reuniones de familiares de enfermos para que puedan hablar. Porque el gran olvidado del mal de la desmemoria es muchas veces el cuidador.