-¿Todas las noches haciendo "Novecento" son las mismas?

-Desde luego que no. Ya son ciento y pico funciones y cada teatro es distinto y también cada espectador. No es lo mismo hacer la función un día por semana que un fin de semana. Tampoco es igual que tengas espectadores de 59 que de 17 años. Todo tiene que ver con el gusto del trabajo. Tengo un amigo músico que me dijo el otro día: "El jueves tengo que hacer la sonata 19 de Beethoven y la llevo haciendo desde los once años. ¿Qué tengo que hacer para que parezca nueva?" Y es que todas las noches puede llegar una persona que nunca ha escuchado la sonata nunca y que le puede sonar a nueva. Ese es el reto al que nos enfrentamos.

-Acaba de estrenar "Ninette y un señor de Murcia".

-Sí, en Valladolid. El otro día estaba grabando un capítulo del "Ministerio del tiempo", un compañero me dijo: "Tienes que ser trillizos". Con tantos proyectos, estoy empezando a tener el don de la ubicuidad, pero siempre pongo como ejemplo a Plácido Domingo. Con todos los años que lleva en escena, con todo el dinero que tiene, ¿por qué tiene necesidad de echarse entre pecho y espalda una ópera de tres horas y pico?

-Vamos, que se va apañando.

-Más o menos. Hay que dormir poco, pero esto es algo que hacemos mucho los actores. Lo decía Alfredo Landa: "En este oficio o estás callado o tocas la trompeta", no hay término medio. Respecto a pasar de un papel a otro, ya digo, no hay tanto problema. En presencia de mi madre nunca digo un taco, pero salgo de su casa y no paro. Hay un chip que se enciende y ya está: te dicen que mañana a las seis ruedas tal cosa y allá que vas.