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RAQUEL AMAYA MARTÍNEZ | Profesora de Ciencias de la Educación en Oviedo

"Los límites y las normas tienen que existir, pero deben ser razonables"

"Desde niños imitamos los comportamientos de los mayores, de ahí la importancia de trabajar la estabilidad emocional, de no gritar ni alterarse"

Raquel Amaya Martínez, en la Facultad de Educación. JULIÁN RUS

La sociedad ha cambiado y con ella las relaciones familiares. Los nuevos patrones de comportamiento propician en ocasiones desencuentros entre padres e hijos y por tanto los primeros demandan estrategias educativas que les facilite la comunicación con los jóvenes en pro de una convivencia cordial y positiva. En la búsqueda de soluciones para alcanzar armonía en el entorno familiar, Raquel Amaya Martínez González, profesora de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo, ha puesto en marcha un programa para el desarrollo de competencias emocionales, educativas y parentales que ya desarrollan 42 municipios asturianos a través de talleres para padres. En ellos, y a través de una metodología activa y participativa, los asistentes adquieren herramientas para prevenir y afrontar de un modo constructivo los problemas cotidianos. Castrillón figura entre los concejos que acogen este programa de parentalidad positiva; ya tiene en marcha la séptima edición.

-¿Qué es la parentalidad positiva?

-Es el conjunto de estrategias o habilidades que adquieren los padres o adultos para aplicar en casa dinámicas que favorezcan el desarrollo personal de los hijos y crezcan con competencias que a veces imitan de los padres.

-¿Los padres necesitan ayuda porque los referentes tradicionales de crianza están obsoletos?

-La sociedad ha ido modificándose. Los patrones de interacción entre padres e hijos ha cambiado. Los primeros dicen que necesitan orientación y ayuda, que tienen dudas. Éstas surgen cuando en el entorno familiar hay problemas o conflictos o el comportamiento de los hijos no es como esperan.

-¿Las dudas se manifiestan sobre todo en la adolescencia?

- En esta etapa, cuando el rendimiento escolar es bajo y los jóvenes salen, los padres tienen dudas sobre cómo manejar esas situaciones. Necesitan llegar a acuerdos válidos para las dos partes y que la dinámica de convivencia no se vea afectada. Pero también se plantean dudas sobre cómo establecer límites o hábitos saludables cuando los hijos están en Educación Infantil. A veces necesitan pautas para sentirse seguros de que cuando tienen que decir no a algo lo puedan cumplir.

-¿Qué papel juega la asertividad en estas relaciones?

-Es muy importante, es una seguridad personal para que los padres sepan a qué se pueden comprometer cuando establecen acuerdos con los hijos. Los niños entienden que se cumpla lo que se ha dicho. En el programa se trabaja mucho la comunicación, la resolución de conflictos, el establecimiento de normas, la escucha, empatizar...

-¿Cree que los padres están demasiado ocupados y dejan la educación de los hijos en manos del colegio?

-Tanto las familias como los centros escolares tienen la función de contribuir al desarrollo personal de los niños y a fomentar valores de respeto y convivencia, pero la base la tiene la familia.

-¿Cómo se adquiere el aprendizaje?

-Por la vía de la imitación. Reproducimos lo que vemos y oímos. Desde pequeños imitamos los comportamientos de los mayores, de ahí la importancia de trabajar la estabilidad emocional: no gritar y no estar muy alterados. El mensaje no es el mismo cuando se dice de manera alterada o de forma sosegada. Los mensajes que se transmiten con las emociones tienen un efecto diferente en los niños, empatizan más con los padres y se implican más en resolver la situación que se ha creado.

-¿El "porque yo lo digo" ya no vale?

-No les vale a los adolescentes, pero a los pequeños tampoco, que por naturaleza preguntan por qué a todo. Y es lógico ya que todos necesitamos entender por qué pasan las cosas. El "porque yo lo digo" no es la manera más constructiva de implicar a los jóvenes, de resolver cuestiones. Se asume mejor el no cuando existe un razonamiento sosegado que cuando se transmite de forma imperativa y con agresividad.

-¿Los padres están desorientados y no saben cómo actuar?

-Actúan de la mejor manera que saben. Los componentes emocionales paternos pueden hacer sentir a los hijos que son más agresivos de lo que en realidad quieren ser. A veces perdemos las formas, nos alteramos y expresamos emociones como las sentimos. Y las emociones se contagian mucho. Si una persona está alterada, la otra se altera también. Los padres lo hacen bien pero piensan que si tuvieran una guía estarían más tranquilos.

-¿La educación actual es demasiado benévola?

-Hay una tendencia a pensar que el estilo educativo es más permisivo en el momento actual, quizás por el ritmo de vida que llevamos. Tenemos poco tiempo para la relación y no queremos generar situaciones poco agradables. A lo mejor se tiende a complacer. Pero ahí está el reto, poder decidir hasta dónde complacer a los hijos.

-¿Han dejado de tener importancia las normas y los límites?

-Los límites y las normas tienen que existir, pero deben ser razonables, y cuando no se cumplen tienen que tener consecuencias igualmente razonables. Todo tiene que estar dentro de lo esperable para una edad y una circunstancia determinada. La cuestión es poder entender las situaciones. El objetivo final es convivir satisfactoriamente en familia.

-¿Los padres se centran más en los aspectos académicos olvidando los psicológicos?

-Viendo los análisis de cómo se expresan los afectos en la familia detectamos que es diferente según la etapa de los niños. Cuanto más pequeños, más expresiones de afecto; cuando van creciendo, los padres perciben que tienen menos posibilidad de controlarlos, quieren hacer cosas solos. Esto hace que volquemos el signo emocional hacia expresiones más de reproche como "ya no me cuentas, dime, quiero saber...". El afecto se sigue sintiendo pero la expresión no va teniendo el mismo signo, no es tan amoroso en el tono de la voz ni en el contacto físico. Según crecen los hijos se va cambiando la expresividad del afecto y los gestos cariñosos quedan para la intimidad familiar.

-¿Detecta carencias psicológicas en los jóvenes?

-No me atrevería a hablar de carencias psicológicas. Toda persona necesita sentirse querida, valorada y aceptada. Hay que hacerles sentir que los aceptamos, que podemos entender que algunas actuaciones son diferentes pero tender a modificar aspectos del comportamiento. Tenemos que escuchar. Los jóvenes necesitan, según dicen, que les escuchen, sobre todo en la adolescencia donde hay mayor distancia entre padres e hijos.

-¿Hay que reforzar la autoestima de los jóvenes?

-Sí, y se desarrolla a medida que los niños perciben que son queridos, aceptados y respetados. La seguridad personal se gesta así. Para que esto suceda hay que utilizar la estrategia de la escucha activa y también que aprendan a diferenciar lo que es posible hacer de lo que no lo es. La autoestima es un equilibro entre limitaciones y potencialidades. También se ha de reconocer lo que hacen en positivo; una persona necesita el reconocimiento. A partir de ahí se pueden trabajar las cuestiones que tienen que mejorar.

-¿El juego y el ocio compartido favorece las relaciones familiares?

-Compartir el tiempo libre es importante, supone un tiempo de satisfacción. Si se hace desde que los niños son pequeños se crea un hábito y un vínculo. Así, cuando los jóvenes quieren salir solos pueden diluir el tiempo de dedicación de estar juntos pero el rato que comparten con los padres lo disfrutan.

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