Primero fueron los obstáculos montañosos que se levantan al sur de la región -más en concreto el puerto de Pajares- y siglos más tarde la sempiterna falta de calado de la ría en la que se asientan sus muelles; lo cierto es que el Puerto de Avilés perdió la oportunidad de consolidar la pujanza adquirida en el Medievo por la imposibilidad de competir en los mercados interiores de España con los de regiones limítrofes que tenían mejores comunicaciones con Castilla y quedó relegado en beneficio de Gijón, su competidor natural dentro de Asturias cuando, ya en el siglo XVIII, el problema de su falta de calado inclinó la balanza de los tráficos carboneros del lado de El Musel. De estas y otras vicisitudes históricas del Puerto disertó ayer en la cúpula del Niemeyer el catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo Juan Ignacio Ruiz de la Peña, el ponente invitado a abrir un ciclo de conferencias magistrales que pondrán el colofón a los actos conmemorativos del centenario de la constitución de la Junta de Obras del Puerto de Avilés, la actual Autoridad Portuaria.

Los sinsabores por haber perdido varias veces el tren del progreso no ensombrecen, no obstante, una historia portuaria que tuvo su edad de oro en el Medievo, asociada a la concesión a los muelles locales del monopolio de la sal cuando este producto era un bien apreciadísimo porque de su tenencia y suministro dependía garantizar la conservación de alimentos básicos como la carne y el pescado.

Aparte de sal, Ruiz de la Peña detalló cuáles eran los tráficos más importante de la época. Por este orden, en el capítulo de importaciones, productos alimentarios como vino y cereales, productos textiles y objetos suntuarios; y en cuanto a exportaciones, madera, hierro, fruta y productos metalúrgicos labrados como armas y herramientas.

Excepto las mercancías de origen metalúrgico, el perfil actual de los tráficos portuarios es bien diferente, no así, según destacó el historiador, las señas de identidad que proporciona la existencia de un puerto a la ciudad que crece a su alrededor. "Por mar no sólo van y vienen mercancías, también viajan los hombres, las creencias, las influencias morales y políticas, las modas, el conocimiento y el arte. Así era en el Medievo y aún en la actualidad, los puertos son ventanas al mundo y condicionan a las ciudades que los acogen haciéndolas más dinámicas económicamente y abiertas en términos sociales", explicó el profesor.

Aquel esplendor medieval se apagó cuando las crecientes exigencias de mejores comunicaciones con la Meseta fueron imposibles de cumplir; los puertos de otras regiones -Cantabria, el País Vasco- lo tuvieron más fácil por la ausencia de grandes barreras orográficas en sus territorios y el de Avilés tuvo que plegar velas.