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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Pollo a la espalda

La medicina alternativa que se aplica en las aldeas asturianas desde siempre frente a los fármacos químicos

Pollo a la espalda

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

En las aldeas asturianas existe desde siempre una medicina alternativa; los médicos inteligentes que pasan consulta aquí, procuran no despreciarla, algo tendrá de bueno; otros médicos que van por el libro abominan de ella, no se ganan a la gente y los pacientes van muriendo atiborrados de medicamentos químicos.

Aquí se curaron desde muy antiguo las fiebres altas a base de pollo a la espalda, entre otras cosas; posteriormente, cuando los bildeanos comenzaron a emigrar a Cuba, Argentina y tal, algunos volvían con fiebres tropicales, aunque había paisanos que las cogían en Oviedo mismo por su afición desmedida a ir de putas y necesitaban un gallinero entero para sanar.

¿Y cómo se curaban en este pueblo, a más de un día de distancia del médico más cercano? Pues se colocaba en la espalda del paciente un pollo abierto por la mitad, más bien muerto; la carne sin vida del pollo absorbía el exceso de calor del enfermo, mejorando su estado general.

Los escépticos en lo tocante a la medicina tradicional estimaban que, a simple vista, había una desproporción entre el tamaño de un enfermo de calibre normal, entre setenta y noventa kilos, y un pollo de dos o tres. ¿Qué cantidad de calor puede absorber el ave del humano? Eso mismo debieron de pensar hace unas décadas cuando regresó muy enfermo Modestón el Bigornio, emigrado a Panamá; cualquiera que lo conociese en sus verdes años hubiera aceptado sin pestañear que se proponía abrir un canal nuevo él sólo. Después de unos años allí, aterrizó en Guinea Ecuatorial, cambió de continente pero no de idioma, para trabajar en una empresa maderera de esas que despellejan la tierra dejándola sin vegetación.

Modestón era enorme en cuanto a su físico de armario ropero, igualmente desmesurado en su químico y tomó al pie de la letra lo de integrarse con la población indígena, mezclándose a fondo con el otro sexo, el bueno, frecuentando hasta donde no le llegaba el sueldo los locales donde más a mano tenía lo de mezclar; volvió para Bildeo con unas fiebres que lo fundían en la cama a merced de las inyecciones del médico; todo esto ocurrió hace cuarenta y tantos años, tuvo suerte al contar con capital suficiente para comprar unos bidones de la penicilina necesaria para curarlo.

Mientras lo cosían a inyecciones, los vecinos más doctos estudiaron la manera de bajar la fiebre de aquel corpachón de ciento veinte kilos, desmejorado a ciento dieciocho. La receta del dichoso pollo a la espalda tendría que ser adaptada, considerando el tamaño del animal, de modo que la proporción apuntaba a un avestruz, bicho del que carecían, o bien colocar unas cuantas pollaradas en el lomo de Modestón.

Los entendidos acordaron finalmente que, a falta de avestruz, lo más adecuado para evacuar las altas temperaturas del enfermo sería ponerle a la espalda un animal tan grande como él, sopesando entre un elenco de candidatos caballares y vacunos capaces de actuar como esponjas térmicas: yeguas, caballos, mulas, mulos, burras, burros, vacas, toros y bueyes, evitando la discriminación por razón de género. Finalmente optaron por un toro abierto por la mitad y colocado sobre la espalda del enfermo como si fuera una albarda.

Llegada la hora de la verdad, es decir, de dónde se saca el toro y quién lo paga, empezaron las diferencias entre los vecinos, porque el ganado es sagrado para los habitantes de este maravilloso lugar. Recuerden lo de aquella pareja de novios que se estaban requebrando, ella notó que a él le importaban mucho más las vacas que ella, su novia, y así se lo manifestó amargamente:

-Ay, Pin, tu quiés más al ganao que a mí.

-Antonia, no me fastidies, son quereres distintos.

Todos los bildeanos tenían arcones, de modo que para simplificar y ahorrar la muerte de un toro en lo mejor de su vida, alguien recordó que tenía congelados los dos costillares de un buey sacrificado en el último Sanmartín; sacaron sendos bloques de carne congelada a temperatura de piedra de hielo, las colocaron sobre la espalda de Modestón y consiguieron acabar con él en cuestión de unos minutos.

Levantaron el cadáver en presencia del médico forense con la grúa de la carroceta de un maderista; el galeno no acababa de diagnosticar la causa del deceso: el muerto presentaba huellas de congelación en la espalda, hundimiento de costillas, asfixia?.

Gran cantidad de vecinos presenciaban la maniobra del levantamiento del fiambre de Modestón con cara compungida, adecuada para momentos así. En las filas de atrás, Pepe Torazo proponía a Ramón el Tumbao por lo bajinis:

-Podríamos aprovechar esa carne en una costillada para esta noche, con tanta ceremonia yo ya tengo fame.

Seguiremos informando.

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