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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Los colores de la niñez

El diferente aprendizaje de los estudiantes en función del lugar donde les haya tocado vivir y las consecuencias de tanta diversidad

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

En mil novecientos sesenta y cuatro, Mary Carme Fonso, nieta de Carme Fonso y de Pepe el Ferreiro, vivía en Avilés, pero pasaba temporadas en Bildeo; uno de esos periodos trashumantes fue debido a un aumento de familia, le compraron una hermana, hecho actualmente incomprensible, ya que tenemos perros en vez de guajes.

En aquellos entonces, resultaba relativamente fácil desenganchar unos meses del curso escolar en Avilés y continuarlo en el pueblo, para posteriormente desandar el proceso y volver a la escuela de la ciudad. Hoy no habría formularios suficientes para rellenar y hacer lo mismo que hace cincuenta años. Y, si hablamos de pasar del sistema educativo de una autonomía a otra, apaga y vámonos. ¿Cómo se podía estudiar en la España franquista en aquellas condiciones, sin diferencias entre unas provincias y otras? Imagínense ahora, pasar de una escuela gallega a otra catalana a mitad de curso. Los guajes serían carne de psiquiátrico.

Resulta curiosa la evolución de la educación en España. Una vez libres de dictaduras por la muerte natural de su protagonista principal, los españoles decidimos con gran generosidad que cada autonomía llevara las riendas de su propio sistema educativo, consiguiendo implantar diecisiete educaciones cada vez más diferentes, lo que no está nada mal para un país más bien pequeño, puede que las tribus bereberes estén más próximas entre sí en este asunto que los muy democráticos Reinos de Taifas españoles.

Los nuevos políticos entendieron mal el asunto y decidieron que lo fundamental de la educación regional era que se diferenciara de las demás; unas, para evitar que las autonomías más poderosas las invadieran, y éstas, aupadas en un pasado histórico cada vez más diferente del resto, para preservar de contaminación su hecho diferencial progresivo. Y así estamos. Habría que aplicar logaritmos para averiguar cómo es posible que un pasado de siglos en común de las diferentes regiones españolas pueda ser ahora cada vez más diferente; nos estamos convirtiendo, "democráticamente", en comunidades divergentes.

La escuela de Avilés tenía ventajas sobre la de Bildeo, pero la del pueblo tenía su aquél, contando con el añadido de las lecciones que se aprendían por las casas, treinta en total, pues en cada una de ellas impartían másteres en una amplia variedad de materias, y gratis.

Muy cerca de la escuela estaba la Casa de Bruno, una de las últimas en cambiar del tradicional llar en el suelo, con pregancias, unas cadenas celestiales que colgaban de las alturas, a la cocina moderna de chapa y gancho. Allí vivía Mary Nieves; Mary Carme Fonso, su amiga del alma, entraba en casa y se sorprendía del negro brillante que cubría todo lo que quedaba por encima de su cabeza; teniendo en cuenta su corta estatura, las vigas, los escaños, los tabiques, todo se le antojaba carbón esmaltado. Al preguntar la chiquilla por qué parecía todo como si fuera de cristal, José Bruno no pudo evitar darle una explicación elaborada, no era cuestión de despachar a la criatura con cualquier cosa:

-Ay, neñina, tener la casa así de brillante nos cuesta mucho trabajo, tenemos que darle una mano de barniz negro todas las semanas.

Una vez en casa, Mary Carme explicó el complejo proceso de la pintura en Casa de Bruno, menos mal que sus abuelos le quitaron todos aquellos brochazos de la cabeza:

-¡Ay Dios, qué inocente sos! -le espetó su abuela, Carme Fonso, vaticinando que la inocencia de su nieta le iba a dar muchos disgustos a lo largo de su vida.

Aquellas explicaciones de José Bruno, aunque necesitaran del candor de una chiquilla de seis años para llegar a buen puerto, eran infinitamente mejores que las que nos asestan actualmente en el telediario.

José Bruno, tantas veces recordado, fue el contador de romances más famoso de por estos pagos; a los mayores del lugar les parece ver su figura enjuta, rematada por arriba con una desvencijada boina; sus gafas redondas con varios empalmes de alambre y esparadrapo, siempre a punto de rebasar el extremo de su nariz para precipitarse en el mar de virutas de madera del que surgían torres de pares de madreñas; el ancho cinturón de cuero, más que sujetar el pantalón de mahón, cien veces remendado, estrangulaba las tripas, casi siempre vacías, mientras el chaleco suelto aleteaba en torno a la cintura con su lastre flotante de tabaco y mechero de mecha; las desgastadas madreñas, con la boca rajada y sujeta con cantesa, (alambre) para impedir que la grieta siguiera progresando.

Cuentan en Bildeo que al pasar despacio al pie del hórreo donde José Bruno azolaba madreñas, a veces se oye su voz sentenciosa e inconfundible:

Allá en Garganta la Olla,

a la vera de Plasencia,

salteóme una serrana

alta, rubia, ojimorena.

Seguiremos informando.

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