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La dignidad se mueve en silla de ruedas

Dieciocho años de anécdotas recopiladas en un libro sintetizan la lucha de Domingo Martínez Sola al frente de Difac para hacer de Avilés una ciudad accesible para todos

Domingo Martínez Sola, en la plaza del Ayuntamiento. IRMA COLLÍN

El 14 de junio de 2004 quedó grabado de forma perenne en la memoria de Domingo Martínez Sola como sinónimo de libertad, emancipación, independencia y autonomía. Ese fue el día en que él y otros miembros del colectivo de discapacitados de la comarca de Avilés se acercaron por sus propios medios a una mesa electoral y votaron de forma autónoma por primera vez en sus vidas. Un gesto que hoy puede parecer intrascendente a los ojos de las personas que disponen de sus propias piernas para moverse, pero que supuso una conquista en toda regla para los que entonces se desplazan en sillas de ruedas. "Abundantes lágrimas íntimas, emocionadas y orgullosas, flotaban en mi interior un tanto reservadas, negándose a brotar al exterior; el subidón de autoestima que experimente es difícil de explicar", confiesa el protagonista de ese episodio en un libro que acaba de publicar y que condensa casi dos décadas de lucha en pro de la accesibilidad y la eliminación de las barreras arquitectónicas.

Las lágrimas que no quisieron asomar a los ojos de Domingo Martínez Sola -en silla de ruedas desde a los 17 años tuvo un accidente que le robó la movilidad de sus piernas- estaban más que justificadas aquel domingo de junio de 2004. Apenas un año antes se habían celebrado otras elecciones, éstas autonómicas y municipales, y prácticamente ningún colegio electoral del municipio disponía de aquella de rampas que permitieran a los discapacitados llegar por sus medios a las urnas. Hartos de reclamar en vano en años anteriores el derecho a votar "con dignidad", los miembros de la Asociación de Discapacitados Físicos de Avilés y Comarca (Difac) con Martínez Sola al frente, decidieron que irían a votar, pero que se negarían a ejercitar el derecho democrático allá donde hubiera un obstáculo arquitectónico que lo impidiese. Una rebelión en toda regla.

Domingo Martínez Sola se personó en su colegio electoral, el Enrique Alonso, y rechazó todas las alternativas que le dieron para votar: sacarle la urna, subirlo a pulso por las escaleras... Entre muestras de comprensión -y también de todo lo contrario- por parte de los policías, apoderados y miembros de la mesa electoral, Martínez Sola marchó del lugar sin votar y con un certificado que acreditaba su negativa a hacerlo "por una cuestión de dignidad". En esa jornada, en otros colegios electorales avilesinos, las hubo tiesas con otros discapacitados que como el presidente de Difac promovieron un boicot a las urnas colocadas en locales inaccesibles para quienes carecen de autonomía física. "¡Primero votad; y después ya se arreglará lo vuestro!", llegó a exigirles un concejal carente de la mínima sensibilidad.

"Eran otros tiempos; hoy, afortunadamente sería impensable una escena de ese tipo y semejantes palabras", comenta Domingo Martínez Sola sin el menor atisbo de rencor. Más bien al contrario, lo que quiere subrayar el expresidente de Difac al recopilar estas y otras anécdotas y vivencias en el libro "Difac y yo" es lo complicado que ha sido el largo camino andado, lo árido que resultó ser al principio y la legítima satisfacción que siente por haber colaborado en cambiar, si no tanto la estética física de la ciudad -que también-, "la mentalidad de la gente; haber logrado generar una conciencia crítica y constructiva sobre la problemática de la accesibilidad es nuestra principal conquista en estos años".

Como ya se dijo al principio, la rebeldía de Martínez Sola y cuantos como él no podían votar de forma autónoma dio sus frutos en 2004. Ese año, a la vista de que nada se hacía por poner rampas en los colegios electorales y temiendo la repetición de las escenas de los últimos comicios, el colectivo envió escritos al Defensor del Pueblo, al Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales y a la Junta Electoral explicando su reivindicación. La respuesta no se hizo esperar: la Junta Electoral ordenó al Ayuntamiento de Avilés que procediera a remover "cuantos obstáculos pudieren dificultar el derecho a voto de los electores". Y así fue como las sillas de ruedas pudieron llegar por fin a pie de urna y que a Domingo Martínez Sola le dieron ganas de llorar... de alegría.

El anecdotario de Martínez Sola arranca con el exabrupto de un alto cargo político avilesino -"sobre el nombre vamos a correr un tupido velo", dice con elegancia el expresidente de Difac- que con motivo de la primera manifestación que hicieron los miembros de Difac para exigir la supresión de barreras arquitectónicas en Avilés les espetó: "Dejad ya de dar la vara". Martínez Sola, poco dado a las recriminaciones, minimiza el incidente y lo achaca a la "falta de sensibilidad" que había entonces por la problemática de la accesibilidad. "Pienso que la clave durante estos años ha sido hacer ver a la gente en general, a los técnicos que intervienen en el diseño de las soluciones arquitectónicas y sobre todo a los que mandan que nuestras reivindicaciones son un derecho, en ningún caso un privilegio", explica el autor del libro.

Con visión retrospectiva, la batalla de Difac y otros colectivos similares ajenos a la comarca ha dado frutos que hoy parecen que llevan ahí toda la vida, y no sólo la generalización de las rampas allí donde antes había escalones y bordillos: plazas de aparcamientos para discapacitados, edificios públicos dotados con ascensores, señalización específica, vehículos funcionales y baños adaptados... "Al respecto del tema de los baños, en cierta ocasión un técnico de Corvera discrepó de la insuficiencia del espacio reservado para el aseo destinado a los discapacitados en cierto centro social... No se le ocurrió otra cosa que decir si acaso necesitábamos un campo de aviación para nuestras necesidades. La suya sí que fue una manifestación 'espaciosa'", relata con buen humor Martínez Sola.

Estas y otras vivencias por el estilo dan idea de cómo funcionaban las cosas y de cómo estaban de obtusas las mentalidades hace dos décadas. Nada que ver con la actualidad, como ilustra una de las últimas anécdotas del libro de Martínez Sola. "Llamé al despacho de un partido político de Castrillón y la persona que me atendió, antes de ponerse al habla la persona solicitada y sin percatarse de que el teléfono estaba descolgado, comentó: 'Hay que hacerles caso a estos de Difac porque tienen mucho poder'". El poder de la razón, que matizaría Martínez Sola.

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