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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Hablar de vacas y praos

Una somera explicación de la genealogía de la cabaña vacuna bildeana

Hablar de vacas y praos

De nuestro corresponsal,

Falcatrúas

En esas tertulias que tanto se prodigan en los medios de "contaminación" y en las que participan unos entendiólogos que todo lo saben, a veces dan ganas de intervenir desde casa con una frase recurrente muy utilizada en Bildeo para cambiar de tema planteando alternativas cuando la conversación se hace espesa, el asunto en debate es un coñazo y los contertulios no se dan cuenta de lo pedantes que son y cuánto aburren al público.

-¿Qué tal si hablamos de vacas y praos?

Este toque de atención tan asturiano, que debería estar patentado, es un modo campechano de centrar a algunos para que bajen del púlpito y hablen de las cosas que interesan a la gente, no de lo que les interesa a ellos. ¿Y qué más puede interesar a un paisano de aldea que hablar de vacas y praos?

Hoy la historia va de eso y comenzaremos afirmando que cada habitante de Bildeo a lo largo de su vida tuvo dos madres; puede que les resulte chocante pero es verdad. Estamos hablando de cuando éste era un pueblo en condiciones y en cada casa había camadas de seis a diez criaturas en cada generación; ahora nada, del pueblo que fue quedan virutas y unos cuantos viejos pendientes de que les llegue la pensión. Algún chistoso dirá que peor que tener dos madres es tener dos padres, o más, que ahí empiezan las malas interpretaciones y las peleas, pero bueno, a lo que íbamos: dos madres.

Una, la que constaba en los papeles; la otra, la de la cuadra, porque siempre hubo una vaca en especial, que producía leche para todos y que era un miembro más de la familia, pues toda su vida transcurría en casa, daba diez u once crías, tres o cuatro litros diarios de leche con un nueve por ciento de manteca y hasta servía de matona en un San Martín cuando se hacía demasiado vieja como para parir una vez más y seguir dando leche. Esta vaca ya quedaba seleccionada desde su nacimiento, sabiendo de qué rama procedía, para asegurar una producción de leche suficiente y un comportamiento noble; es decir, la acreditación necesaria para el puesto de vaca de confianza.

En Casa Fonso, donde Pepe el Ferreiro y Carme Fonso trataban de sacar adelante a su numerosa prole, algo que consiguieron en siete ocasiones, y en dos o tres más se malograron y murieron bien jóvenes, la segunda madre fue una vaca irrepetible, la "Gallarda", cabeza visible de una dinastía de "Gallardas", "Marineras", "Blancas" y "Lindas", nombres que se repetían en las xatas que iban naciendo; algunas duraban unos años en casa; otras eran vendidas en las ferias, para cubrir las faltas de dinero donde la fragua no alcanzaba.

Las vacas de cada casa tenían unas características particulares y lo llamaban raza, ahora es la línea genética. Era tan así, que cualquier vecino de Bildeo, incluida la chiquillería, sólo con ver una vaca sabía de qué casa era por la pinta del animal; el proceso de reconocimiento era el mismo que para identificar a la gente: a los de cada familia se les sacaba el parecido; es más, vecinos de otros pueblos adivinaban con frecuencia de quién eran las reses que tropezaban por los montes.

Y luego estaban los nombres, cada animal tenía el suyo, no como ahora, que le ponen a un animal tan noble "U-513" escrito en unos crotales grapado a las orejas, una identificación que podría confundirse con la de un submarino alemán de la Segunda Guerra Mundial. En Casa del Ciego, por ejemplo, siempre había "Mariposas", "Sevillas" y "Marquesas", nombres que se repetían a lo largo de generaciones; en Casa de Roque," Palombas", "Rubias" y "Luceras"; en Casa de Patricio, "Pintas", "Garbosas" y "Roxas".

Ángel, conductor de autobuses de la línea Grado-Avilés, solía entrar en el bar de Antonio, bildeano como él, emigrados ambos en los primeros tiempos de Ensidesa, y sorprendía frecuentemente a la parroquia con alguna frase de las suyas, expresada con voz alta y clara que no pasaba inadvertida a nadie:

-¡Chacho, vaya vaca la "Marietsa"! ¡Decir que taba desemplazada, ya tovía daba un pingo!

Esa frase incomprensible para los clientes del bar que no conociesen a Ángel y no estuviesen graduados en el idioma bildeano, era una elegía en toda regla a la memoria de una vaca de ese nombre ("marietsa", amarillenta) que ya había salido de cuentas para parir y todavía daba un poco de leche, cuando lo normal era que faltando dos o tres meses para el parto, la leche de la vaca preñada dejara de fluir, para destetar la cría del año anterior y reservar toda la energía para la que estaba a punto de nacer.

Seguiremos informando.

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