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BERNARDO ATXAGA | Novelista, participa el jueves en una charla en el Centro Niemeyer

"Se ha acabado el mundo de los políticos cultos; vamos camino de la telenovela"

"La escuela de violencia en la que nos formamos los vascos en los años de plomo nos da ahora una serena calma"

El escritor Bernardo Atxaga. FERNANDO ALVARADO

Bernardo Atxaga en verdad se llama Joseba Irazu Garmendia. Es uno de los escritores españoles más respetados de las últimas décadas. Su última novela es "Días de Nevada" (Alfaguara, 2015), un libro que mezcla ficción, autobiografía y diario íntimo, el de su estancia de un año en la localidad norteamericana de Reno. Antes de ese libro, publicó la superclásica colección de relatos "Obabakoak" (B, 1989) o la novela corta "Esos cielos" (B,1997), con ETA como sustrato profundo. Atxaga charlará este jueves en el auditorio del Centro Niemeyer (20.00 horas) con el poeta y escritor asturiano Xuan Bello, el autor de "Historia Universal de Paniceiros" (Debate, 2002), relatos que seguían la estela dejada por Atxaga, aunque trasladada a la Asturias más íntima del concejo de Tineo. Conversa con LA NUEVA ESPAÑA por teléfono.

-No hace mucho conoció el Niemeyer.

-Sí, pero fue con un espectáculo. Estuve con el acordeonista Jabier Muguruza. Eso fue fácil.

-¿No lo es una charla en vivo?

-Verá, a mí lo que me gusta es todo lo formalizado, es decir, todo lo que tenga una forma determinada: la que sea, pero una forma. Me gustan las conferencias cuando tienen forma de conferencias, me gustan las lecturas cuando las lecturas tienen forma de lectura. Lo que de verdad me gustan son los espectáculos, como aquel que dimos Muguruza y yo.

-¿Y las charlas?

-Ese es el problema. Las charlas de café tienen que ser para los cafés.

-Pues va a tener público.

-Delante de público no puedes hablar como si estuvieras en un café porque, de hecho, no estás en un café. Voy a procurar, por eso, llevar cosas preparadas de casa para explicar a quienes nos oigan cómo son las cosas que escribo y qué pienso yo de las cosas.

-Pues vamos a ello. Su último libro -"Días de Nevada"- da mucho miedo.

-Lo que hago es retratar un país extremadamente solitario y, como tal, lleno de presencias amenantes. Y es normal: lo uno lleva a lo otro. En este viejo país que es el nuestro tenemos calle, tenemos comunidad; eso no sucede en los Estados Unidos. La soledad en que viven es extrema. Se pasa mucho miedo.

-Donde usted vivió, encontraron a un violador y asesino.

-Fue sorprendente. No coloqué al raptor en la novela como ente de ficción. Por primera en mi vida me sentí amenazado por un depredador. Son cosas de ese país.

-Como que sus hijas hicieran un simulacro por si atacaba un francotirador.

-Eso es. Son las señales de que vives en un país que te es ajeno. Mis hijas participan en un simulacro de ataque en lugar de hacerlo en uno de incendio. En Halloween, hay una fiesta en la Universidad en la que trabajo, se produce un tiroteo y mueren tres estudiantes. Vengo del País Vasco, donde se entendía que la violencia era algo cotidiano, pero nunca tuve tanta sensación de peligro como cuando viví en los Estados Unidos. Mi idea cuando acepté la oferta de Nevada era ir con la guardia abierta, como boxeaba Cassius Clay; aprovechar aquel año para ordenar mis poemas. Y lo que me encontré fue un país extremadamente solitario y, en consecuencia, extremadamente violento.

-En "Días de Nevada" también hay espacio para su prosa tradicional: las historias del pueblo.

-La memoria carece de espacio y de tiempo y, además, supera todas las fronteras posibles. Puedes estar en Reno, en Nevada, y apagar la luz y, antes, contemplar el interruptor y pensar que ese mismo interruptor era el que tenías en casa, en el pueblo. Así, en los Estados Unidos, puedes trasladarte a tu infancia 40 años atrás. Me pasó cuando conocí Pyramid Lake, cerca de Las Vegas. Allí me contaron la leyenda india de los niños ahogados. Pues, involuntariamente, aquella historia me llevó a una que me contaron en mi pueblo: la de los gemelos en el agua, donde sólo sobrevivió uno. Ya te digo, no hay nada que pueda obstaculizar la memoria. Me pasó también cuando supe que el boxeador Paulino Uzcudun entrenaba en un rancho cerca de Las Vegas. Y su casa natal estaba a un paso de la mía. Mi padre le detestaba. En Nevada me encontré con historias que podía haber encontrado en Obaba.

-Habla en este libro de los mítines que dieron Obama y Clinton en las primarias demócratas. ¿Qué le parece el salto de Donald Trump a la palestra?

-Cuando nos trasladamos a Nevada aquel año no tenía ninguna expectativa creada. No sabía siquiera que era el momento de elegir a los candidatos de los partidos. Supe un día que un senador llamado Barack Obama iba a dar una conferencia y me acerqué. No había vigilancia en el local. Me pasó lo mismo cuando fuimos a escuchar a Hillary Clinton. La tuve a un paso de mí. Iba con mi mujer y mis hijas y alguien debió de pensar que formábamos la típica familia norteamericana. Nos pusieron en el escenario, si estiraba la mano podía tocar su cardado. Veía el sudor de su guardaespaldas, que no apartaba la mirada de mí. Los dos políticos me parecieron reflexivos, preparados, intelectualmente grandes. Me parece que se ha acabado el mundo en el que los políticos tienen un nivel cultural básico: vamos camino de la telenovela. Importa poco la capacidad de explicar el mundo. Así pasan cosas como que Albert Rivera, el de los Ciudadanos, salga en pelota en los carteles. Donald Trump es un ejemplo de esta deriva, pero es un caso singular: sale en un país con profundas raíces democráticas, una nación que produce telepredicadores.

-Dicen por ahí que Obaba es como un nuevo Macondo, la aldea de García Márquez.

-Esto es muy interesante. Eso de acusarme de que yo escribo Realismo Mágico es una idea delirante. La magia que dicen que sale en mis cuentos es la misma magia que he encontrado en pueblos de Galicia o de Asturias. En Hontoria, por ejemplo. Historias de fantasmas, leyendas... son cosas que nunca ha escuchado un señor burgués de Barcelona. El que se ha criado en este medio rural descubre que la realidad está llena de brujas, de niños que se convierten en jabalíes. Para escribir sobre la realidad no puedo prescindir de la magia, que es algo cotidiano. El realismo mágico, además, no lo inventó García Márquez. Ya lo dije varias veces: Fritz W. Up de Graff escribió un libro que se llama "Cazadores de cabezas en el Amazonas" donde adelanta algunas de las historias que dicen que inventó Márquez. La lluvia de pájaros, por ejemplo. Y, a todo esto, incluso el término no viene de Iberoamérica. Es italiano. En consecuencia: no, no escribo realismo mágico, nunca lo he escrito. Pero entiendo que me tengan que meter en esa saca académica para explicar la literatura que hago.

-Vale, pero usted sí que ha dejado huella en la literatura posterior. En Asturias, por ejemplo.

-Ya le dije que considero que lo que sucede en Galicia, Asturias o País Vasco, pese a las lenguas diversas, forma parte de una misma atmósfera, de una misma cultura. Lo que cuento en "Obabakoak" es cotidiano para un lector asturiano, pero exótico para uno de Nuevo México. Ya sabe qué entienden los catalanes con "lletraferits": un tipo que leyó mucho, pero que vivió poco. Esta es una característica de los inicios: si uno sigue en esa etapa pasados los años es que no ha llegado a nada. Puede tener prosa elegante, pero no tendrá vida. La literatura que me importa es la que verdaderamente nace de la realidad.

-Últimamente, nadie le pregunta por la política vasca.

-Porque hemos logrado cruzar un desierto que parecía interminable y vivimos para contarlo. Yo lo conté en "Esos cielos" o en "El hombre solo"... Recuerdo que cuando hacía lecturas públicas de "Esos cielos", la historia del viaje de la etarra en autobús, tenía problemas: abucheos, abandonos de la sala. Decidí retomar aquella historia y componer una novela corta. Nos llamaban equidistantes. Ahora, por fin, me siento en paz porque vivo en un país en paz y porque el sufrimiento he podido sobrellevarlo. La escuela de violencia en la que nos formamos los vascos en los años de plomo nos da ahora una serena calma. Ahora la violencia está en el otro lado del Mediterráneo y los vascos ya no contamos.

-El domingo se invistió al "President de la secesión".

-Tenemos que seguir lo que pasa allí de cerca. Hay que escuchar a los catalanes: se habla de ellos, pero no se les escucha a ellos. No soy independentista, no es nada nuevo. Un escritor asturiano me dijo en los años de plomo que no concebía su ser asturiano sin contar con los vascos. Desde luego que la independencia no me parece la mejor solución para los problemas.

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