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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Cándido, una historia corta

El cuidado del ganado por parte de los habitantes del pueblo y otras actividades laborales con arriago

Cándido, una historia corta

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Un día, Pepe el Ferreiro y su mujer, Carme Fonso, iban con el carro y las vacas camino del prado de Las Solanas a cargar hierba que ya tenían recogida en montones. Al pasar por el puente de La Pasada, vieron a cierta distancia a Cándido, uno de sus hijos, chavalete de diez años, peleando con el rebaño de ovejas de casa, que se le habían colado en el Varadal, prado de unos vecinos, los de en Cá la Llera.

Un inciso: en Bildeo, cada paraje, cada peña, cada prado o tierra de labor tiene su nombre propio. ¿Saben por qué? Porque todo tiene su identidad, su importancia, desde hace muchos siglos; estos valles y montes no son dunas en el desierto. Por ejemplo, cuando un lugar se llama "Carbacho Tubao" es porque ahí hubo un roble o carballo que tenía su tronco hueco, como si fuera un tubo.

Pepe y Carme estuvieron observando, intentando adivinar cómo se las arreglaría para sacar las ovejas de la finca ajena, donde no deberían haber entrado, y llevarlas a otra propia que era su destino. Las ovejas son necias, malas de controlar, nada que ver con las vacas, el único ganado de verdad, según los bildeanos. Hombre, a veces salen vacas de la variedad "cabrita", que te la pueden armar buena; las vacas cabritas son muy atravesadas y traicioneras, siempre buscan la manera de ir por libre, saliéndose de las costumbres del ganado de casa.

Como recordarán, los animales de cada casa de Bildeo conocen las fincas propias, saben los caminos a seguir, la hora de ordeñar y de dar de mamar al xatín, si lo tienen; bueno pues las vacas cabritas harán las cosas al revés todo lo que puedan y más, como cuando sale un hijo torcido y habiendo recibido el mismo trato y la misma educación que los demás, no hay manera de que actúe correctamente. Lo mejor que se puede hacer si te sale una vaca cabrita es darle salida en el primer mercado que se presente, se puede uno ahorrar muchos disgustos. En lo tocante al hijo cabrito, cada cual sabrá cómo hacer, pero no hay mercados dónde colocarlo. Por si algún lector tiene dudas, confirmamos que hay vacas cabritas, pero no sabemos que haya vacas ovejeras.

En un momento dado, vieron al rapacín ponerse a gatas, con la boina en la boca, y empezar a perseguir de esa guisa a las ovejas, ladrando y gruñendo, como el mejor perro pastor. ¿Pueden ustedes creer lo que pasó? Que las ovejas buscaron al momento la portilla abierta y salieron al camino como tiros. Carme y Pepe se miraron asombrados: "¿De dónde habría sacado Cándido esa ocurrencia?".

Cándido era así, veía soluciones lógicas y rápidas donde los demás sólo encontraban problemas. De los hijos de Pepe el Ferreiro, tres habían salido con la afición por la fragua y aprendieron de su padre todo lo que él pudo enseñarles. Pero Cándido era el más ocurrente, siempre pensaba cómo trabajar el acero "a xeito", es decir, de la manera adecuada, para que todo cuanto saliera de la incla (yunque) fuese como tenía que ser.

Después de la Guerra Incivil, Pepe abrió una segunda fragua en la carretera general, a dos horas y pico de distancia del pueblo; teniendo cuatro ferreiros en la familia, qué menos que dos fraguas, porque en Bildeo no había carretera, (tardaría treinta años en haberla), y al pie de la carretera del puerto, pasaban los autocares de línea, que dejaban y recogían encargos para la fragua de clientes de los pueblos a lo largo de la ruta.

Cuando vino del servicio militar, Cándido se puso a trabajar en la fragua de abajo y fue cuando ocurrió el desgraciado accidente que le costó la vida. Nada, la fatalidad, que está al acecho, sobre todo en la casa de los pobres: en la fragua del pueblo utilizaban carbón vegetal hecho por ellos mismos en el monte a partir de raíz de brezo como materia prima; en la fragua nueva, además del carbón vegetal, más barato por ser de cosecha propia, gastaban carbón de mina, que compraban a los mineros que pasaban transportándolo en camiones.

En la última palada de carbón que echó Cándido al fogón, iba un barreno sin explotar que nadie vio y que estalló unos segundos después, acribillando el cuerpo del joven, que acababa de regresar licenciado de la mili. Tras una espera desesperante, pasó un camión en el que cargaron al herido para llevarlo a un médico o a un hospital.

En la caja de aquel camión acabó la historia apenas comenzada de un prometedor ferreiro, al que todavía añoran sus hermanos sesenta años después.

Seguiremos informando.

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