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El poder político, para el mejor postor

Helena Carretero obtiene el premio "Padre Patac" de ensayo histórico con un análisis del funcionamiento de la vida municipal en la Edad Moderna

Helena Carretero. RICARDO SOLÍS

La corrupción política es algo tan cotidiano como la propia política. Esto es lo que concluye la historiadora avilesina Helena Carretero (Avilés, 1985), que acaba de hacerse con el premio "Padre Patac" de ensayo sobre Historia, Genealogía, Heráldica, Bibliografía o Archivística asturianas. Lo ganó con el libro "Oligarquía y gobierno municipal en la villa de Avilés en el período de los Austrias", una síntesis de la tesis doctoral que Carretero presentó el año pasado en la Universidad de Valladolid, que es donde la investigadora se ha formado. "De 1.200 páginas que había escrito he pasado a unas 500. Estuve como tres meses recortando las partes menos interesantes para un libro de divulgación: el estado de la cuestión, la metodología llevada a cabo, todo eso", apostilla la autora de una monografía en la que explica el modo en que los avilesinos se dejaban gobernar cuando no había democracia y nadie la echaba de menos.

El concejo de Avilés estuvo gobernado durante la Edad Moderna por casi cuarenta regidores (seis, durante el siglo XV; 32, en la época final de los Austrias). Se reunían a instancias de un Corregidor, que era el delegado del monarca. Los regidores elegían a los jueces, que se encargaban de impartir justicia, y también a los alcaldes, que eran sus ayudantes. Los mayordomos del pósito (encargados de la intendencia) también eran elegidos por los gobernantes de la ciudad.

El cargo de Alférez Mayor, que alzaba el pendón real en las aclamaciones de los reyes y tenía voz y voto en el Ayuntamiento con asiento preeminente y el privilegio de no abandonar la espada durante el plenario, estaba sujeto a subasta. "Los cargos de regidor se empezaron a vender a partir de 1540", comenta Carretero. "Antes de esa fecha, se elegían... más o menos", añade.

Para gobernar a los avilesinos se precisaba, fundamentalmente, dinero, asegura Carretero. Y dinero es lo que les sobraba a las familias más pudientes de la villa: los Alas y los Carreño, por un lado, que luego detentarían el marquesado de Camposagrado; y, por otro, los Arango, los futuros marqueses de Ferrera. "Estos siempre perdían las peleas políticas", señaló la historiadora. Dos familias como dos partidos políticos.

A mediados del siglo XVII, relata Carretero, hubo un pleito en Avilés sobre la elección del representante de la ciudad en la Junta. El Alférez Mayor pensaba que era él mismo; sin embargo, no estaban de acuerdo sus compañeros en el Ayuntamiento. "Determinaron al final que el Alférez acudiera a los plenos de la Junta una de cada seis ocasiones. Las otras veces acudiría un representante elegido por los regidores", explica Carretero.

¿Por qué se vendían los puestos de los gobernantes de la ciudad? Lo explica la historiadora: "La Corona quería hacer caja", asegura Carretero. La corrupción en los siglos de Oro, pues, más que coyuntural, formaba parte del sistema. "Nadie la cuestionaba", subraya la historiadora. "Las familias más destacadas compraban los puestos de concejales y detentaban el cargo de forma vitalicia. Después de Felipe II se permite que el cargo sea también hereditario", apunta. "Los cargos municipales tenían un sueldo prefigurado, pero era tan escaso que no llamaba la atención. Nadie compraba el cargo para cobrar del erario público", sentencia la historiadora.

Las reuniones del Ayuntamiento se celebraron hasta finales del siglo XVII en el atrio de la iglesia de San Nicolás (la actual de San Antonio, conocida hasta hace bien poco como la de los Padres Franciscanos). "En ocasiones, también se celebraron reuniones en la capilla de Los Alas", apunta la autora de la cronología recientemente galardonada. "Los escribanos tomaban nota de lo que se discutía en cada plenario. Este puesto también estaba a la venta y, generalmente, lo ocupaba una persona afín a la familia más poderosa de la ciudad", señala Carretero. El mejor modo de controlar las decisiones ejecutivas era controlando la transmisión de las decisiones tomadas.

"Se reunían los corregidores dos veces por semana, aunque, a veces, sólo una, Lo que defendían era, sobre todo, su autonomía con respecto al poder real; es decir, cada vez que moría un Rey se mandaba una expedición a la capital para remarcar que Avilés era una villa aforada y que tenía que seguir siéndolo". explica Carretero.

¿Y qué decía el pueblo sobre todo esto? "Nada. No se contaba con ellos. Los niveles de analfabetismo eran clamorosamente altos. Los únicos que elevaban la voz un poco eran los pescadores de Sabugo, que reclamaban cierta autonomía ante lo que se decidía en las reuniones plenarias en el atrio de la iglesia de los Padres", concluye la investigadora.

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