La escritora Laura Restrepo (Bogotá, Colombia, 1950) reunió ayer por la mañana a 587 lectores asturianos (y no asturianos) de los clubes de las bibliotecas públicas en el auditorio del Centro Niemeyer. "¡Qué maravilla!", subrayó. La novelista llegó a Avilés con "Pecado" (Alfaguara, 2016) bajo el brazo, una colección de cuentos con protagonistas de tanto relumbrón como William Shakespeare o El Bosco, una reflexión sobre las causas del mal y también sobre sus consecuencias. Hasta llegar aquí, sin embargo, la novelista tuvo que recorrer los caminos del periodismo y también de la política (fue una de las negociadoras del proceso de paz que concluyó con la entrega de las armas del grupo guerrillero M-19). Conversa con LA NUEVA ESPAÑA de forma calmada minutos antes de subirse al escenario del teatro del complejo cultural, en el vestíbulo del hotel en el que ha hecho noche y, cuando concluye, saca una pluma y empieza a escribir dedicatorias para sus lectores.

-Le esperan 587 personas.

-¡Qué maravilla! La verdad es que tengo una emoción enorme. Es muy extraño esto porque la lectura se había ido volviendo una especie de tenida masónica, casi secreta, con contadísimos adictos y, de pronto, llegar acá y contamos los lectores por centenas. Esto es una cosa muy emocionante, aunque así tendría que ser siempre.

-¿La lectura es un acto de rebelión?

-Quizá por eso es una actividad que está tan soterrada. Si tienes acceso a un libro, tienes una puerta a la libertad y yo te diría, también, que a la felicidad. Porque para mí leer siempre ha sido eso: un acto que busca la felicidad. Dondequiera que estés, en la circunstancia que estés, tener un libro a mano supone un rato de felicidad.

-¿Es de leer en papel o de e-books?

-Soy de leer, da igual el modo. Desde luego que soy una enamorada de los libros y también de las bibliotecas: la de mi abuelo, la de mi padre, la de mi madre. Hemos ido recogiendo libros de todos los lados y cargamos con ese lastre de toneladas de libro. De todas maneras, es también extraordinario que tengas acceso así, tan fácil, a las nuevas tecnologías. "Pecado" está pensado un poco en esto. Ya no es el ladrillaco compacto, está armado como una novela, pero los capítulos son bastante independientes.

-Tanto que parecen cuentos.

-Sí, son todas historias que tienen que ver con lo mismo, que tienen el mismo tema, pero también tienen autonomía. De alguna manera, también pensaba yo con este libro en tanto muchacho que lee en el móvil, además.

-O sea, que se ha puesto a ampliar su abanico de lectores posibles.

-Pues yo, encantada, claro. Hay que pensar en cómo se adapta lo que haces a las nuevas tecnologías o, por lo menos, cómo se hace un puente entre la tradicional y la moderna.

-¿Y cómo escribe?

-Primero empiezo con unos cuadernos que utilizan mucho los gringos. Yo los compro cuando voy a Nueva York. Ya viste que también tengo mis plumas especiales. La primera parte del libro -la investigación, las primeras ideas- siempre las escribo en cuadernos. Una vez que la lectura te facilita ese proceso tan largo de ir pensando, de ir inventando tu cosa, de ir aclarando qué es lo que quieres hacer, entonces ya, al ordenador.

-En "Pecado", salen Shakespeare, Cervantes o El Bosco ¿Para cometer pecados?

-También salen la cabra mecánica, los raperos, sale también un baile caribeño bastante tremendo que se llama la champeta... Alta cultura y baja cultura, que para mí es sólo una. Y salen todos a cometer pecados, exactamente, y la autora y el lector, a mirarlos sin juzgar, a tratar de ponerse en sus zapatos, a tratar de entender por qué hacen lo que hacen. Me pregunto en este libro cómo hace el ser humano para lidiar con esa cosa tan oscura y, a la vez, tan ambigua, como es el mal.

-Que parece más divertido que el bien.

-Sí. Usted sabe que "El Jardín de las Delicias", que es el cuadro que aparece en todos los relatos, es el segundo más visitado del Prado. Hordas de muchachos y de muchachas se sienten atraídos como una imán. Y, desde luego, lo que les fascina es el infierno. El paraíso suscita poco interés.

-En "Pecado" habla del mal, pero en su primera novela -"Dulce compañía"- lo importante era el bien.

-Es bonita la asociación que hace, no la había pensado. Yo no me formé en una familia religiosa. De hecho, en mi casa, nunca nadie fue a misa. Sin embargo, toda la ritualidad del mundo católico en la que crecí me fascina. No me pierdo la Semana Santa en Sevilla: me voy a corretear santos con la fascinación de quien ve el bien y el mal caminar por las calles. Me acerco a estas cosas religiosas con el desparpajo de quien no tiene la carga o bien de creer, o bien de querer librarse de sus creencias. Este mundo de mitos y de ritos es una fuente inagotable de literatura. Los americanos no hemos inventado nada de eso del realismo mágico. Vengo de la Semana Santa de Sevilla... ¡Y dicen que el realismo mágico es americano! Puedo admitir que es muy latino, también portugués o español. De alguna manera, tenemos una propensión grave a conectarnos con lo sobrenatural para volverlo natural.

-¿Escribe igual cuentos que reportajes periodísticos?

-Es igual. Fui periodista mucho tiempo. De alguna manera sigo escribiendo de tanto en tanto; últimamente, reportajes para Médicos Sin Fronteras. Hay ciertos mecanismos del oficio que aprendí que no te los quita nadie. Parto de la base de que he conversado con alguien que me orienta. Siempre me intrigan los motivos que tiene la gente. ¿Por qué la gente hace lo que hace? El realismo mágico no es nada en comparación con lo que es la cabeza humana. Hablar con la gente, sentarme en su cocina y averiguar el motivo detrás del motivo viene del periodismo. El escritor tiene la obligación de saber y el periodista, el derecho de preguntar. Siempre me gusta más lo segundo.

-Tuvo que ver con el fin de los guerrilleros del M-19.

-Entregaron las armas y comenzó el proceso constituyente de 1991. Ahora vienen las FARC.