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Los hidalgos extraen donaires de Cervantes

Un momento de la representación, el viernes, en el Palacio Valdés. R. S.

Lo dejó escrito Miguel de Cervantes Saavedra hace cuatro siglos: "El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera ponerle coto hasta besar los pies de vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos?" Y, sí, a los cuatro días de terminar de escribir esto, que es el prólogo de "Los trabajos de Persiles y Sigismunda", se cumplió la voluntad de los cielos y murió.

Cervantes no cumplió los setenta, pero superó la inmortalidad. Y este empeño sólo es apto para escritores sobrados de ingenio. Y Miguel de Cervantes lo vertía por todos sus poros. Pero, un día, de repente, su nombre se convirtió en calle, en plaza, en propiedad de prólogos eruditos y perdió lectores. Lo obligatorio no es leer a Cervantes. Lo único obligatorio leer es el borrador de la declaración de Hacienda. Leer a Cervantes sobrepasa la obligación. Lo dijeron antes de anoche los cinco miembros de la compañía "Ron Lalá", que presentaron en Avilés un espectáculo perfecto: el único recuerdo cierto para el autor de "La ilustre fregona" o "El retablo de las maravillas" en este año de un cuarto centenario tan borroso como la niebla y tan difuso como una reunión de negociadores en el Congreso.

Perfecto de los pies a la cabeza. Un fiestón. Un fiestón de talento desde el primer verso y hasta el final con redoble de conciencia. Uno quisiera quedarse a vivir con los "ronlaleros" para siempre. Porque son tipos con talento desmesurado, porque disfrutan sobre la escena y porque logran transmitir su alegría a todas las butacas de un teatro entregado asaz a esta "Cervantina" que se vio en Avilés y que en unas semanas pasará por Oviedo y por Gijón. No pueden perdérsela. Si se la pierden, lo lamentarán más que un beso nunca dado.

"Cervantina" parece una edición crítica de Clásicos Castalia, pero desprendida de sus aburrimientos consustanciales. Tiene prólogo erudito y sintético en el que se cuenta la vida y milagros del hombre que cambió España sin poder haber cambiado su vida. Hay también una especie de "En esta edición" y hay incluso notas al pie de página. Los cinco actores son todos los personajes: los de los entremeses más preclaros y las novelas más ejemplares. La compañía pasa de puntillas por "Don Quijote" porque "Don Quijote" lo fue todo en "En un lugar del Quijote", su espectáculo inmediatamente anterior. Las obras cervantinas se presentan en "Cervantina" con la sabiduría de unos tipos que viven la literatura como lo que tiene que ser: el bálsamo que explica porque la vida es como es y no como habíamos imaginado. Y lo consigue Cervantes y los ronlaleros lo consiguen transmitir. Y todos somos felices. Porque son cinco actores extraordinarios, porque tienen un director de primera envergadura, porque cantan como los ángeles y porque son capaces de comparar el "Viaje del Parnaso" con un viaje de LSD y quedarse tan anchos o "El coloquio de los perros" con una película de Disney. Y eso sí que está bien.

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