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La mansión de los cuentos

Margarita

Las aventuras de una perrita a la que no le gusta bañarse y su amigo Alberto camino del colegio

Margarita

Esta noche, la Brujita Peladilla ha dejado que, Margarita, una de sus mejores amigas, nos cuente un cuento. Vais a descubrir una historia muy especial, así que sentaos y leed atentamente...

Mi nombre es Margarita, tengo unas piernas largas y esbeltas, un cabello muy suave y brillante y una sonrisa muy alegre. Mi familia dice que soy un poco inquieta, incluso traviesa. Lo que más me gusta es jugar y jugar sin parar, pero sobre todo con mi mejor amigo, Alberto.

Alberto es un niño muy simpático y divertido. Nunca me separo de él. A diario vivimos aventuras increíbles. ¡Somos inseparables!

Tengo que decir que lo que menos me gusta en el mundo es la hora del baño. Menos mal que suele ser tan solo una vez por semana. Normalmente, los sábados. Para que me bañe, tienen que trabajar entre dos personas porque dicen que no paro quieta y si no, es imposible. Cuando salgo de la bañera me suelen regañar porque me sacudo con mucha fuerza y mi pelo salpica todas las paredes. A veces, la espuma llega hasta el pasillo.

¡Ah! Me parece que había olvidado deciros que soy una perrita.

Alberto, sin embargo, se lo pasa genial cuando me bañan. Dice que le resulta muy divertido el momento en el que salgo de la bañera y me sacudo. Se ríe mucho cuando siente sobre su cara las gotas de agua. Es el que mejor se lo pasa, porque a mí, bañarme no me gusta nada.

Cada mañana acompaño a Alberto al colegio. Los dos vamos muy felices y sonrientes. Me encanta sentir cómo me coge y me acaricia. Nos lo pasamos muy bien juntos. Lo mejor de ir al cole es el camino de ida y vuelta. Aunque es una distancia corta, lo disfrutamos al máximo porque siempre nos imaginamos que somos los protagonistas de intrépidas aventuras. Mi amigo tiene una tremenda imaginación.

Ayer cuando salimos de casa, Alberto dijo:

-¡Cuidado, Margarita! no te vayas a quedar pegada al suelo de piruleta. Levanta bien tus patitas. Debemos caminar hasta ese muro de nube de gominola y, una vez allí, deslizarnos por el regaliz rojo hasta descender dos pisos. Entraremos al colegio por la chimenea de chocolate.

Ese día nos imaginábamos que estábamos en el mundo de gominola, mi favorito. No sé por qué pero me entró hambre. Mi sonrisa y la del pequeño no podían reflejar mejor nuestra felicidad.

El día anterior, justo al salir a la calle mi amigo me dijo:

-¡Margarita acércate bien a mí para no tener frío! Tenemos que caminar sobre estas montañas de nieve. ¿Ves los renos que graciosos son? ¡No paran de saltar! -Alberto reía feliz y yo lo pasaba genial disfrutando de sus relatos. Podía sentir el frío que mi amiguito describía.

La semana pasada no parábamos de reír. Teníamos que ir hacia el colegio, pero esta vez por un extraño camino, donde los gatos llevaban minifaldas y las gatas tenían bigote y barba, ¡fue tan divertido que casi llegamos tarde a clase! La gente que nos veía por la calle se contagiaban de nuestra risa.

Cada día nos deparaba una nueva aventura, donde Alberto y yo éramos los protagonistas.

Los demás niños acudían al colegio tristes, resignados, con caras largas. El camino desde sus casas al colegio era muy aburrido y monótono. Sin embargo, mi amigo y yo disfrutábamos a diario, íbamos felices y risueños.

Alberto me quiere muchísimo, dice que soy su mejor amiga, que le ayudo mucho. Pero tengo que decir que soy yo la que está verdaderamente agradecida, pues cada día a su lado es increíble y me hace muy feliz. Donde otras personas ven el mundo aburrido y monótono, Alberto hace que cada día sea una fiesta. Tiene una imaginación desbordante.

¡Pero qué cabeza la mía! No sé si os había dicho que mi amigo tiene... ¿cómo se llamaba...? Era algo así como unas palabras mágicas ¿distropinade retifofia? mmm no... ¿Era retifofia de distripúm?... tampoco... ¡Ya sé! ¡distrofia de retina! ¡Eso es! Lo llaman "enfermedad rara": normal, con ese nombre... Yo casi me atraganto al decirlo. Con lo que Alberto tiene muy poca visibilidad o prácticamente ninguna. Pero para él eso no es ningún problema, ya que dice que si viera el camino al colegio, seguramente sería mucho más aburrido y no podría imaginarse todas esas aventuras fantásticas. Yo simplemente le ayudo un poco como perrita guía, pero es él quien realmente me guía a mí por el camino de la felicidad.

Quizás en otro momento os cuente más aventuras, amigos míos. Ahora os tengo que dejar porque la mamá de Alberto nos llama para ir a comer y esa llamada me encanta ¡ñam, ñam!

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