La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

JOSÉ RAMÓN GARCÍA LÓPEZ | DIRECTOR DEL MUSEO MARÍTIMO DE ASTURIAS

Capitán en tierra firme

Pese a ser natural de Luanco, el encargado desde hace 25 años de preservar la huella marinera de la región admite que nunca tuvo vínculos con el mar

José Ramón García. RICARDO SOLÍS

"Aunque parezca increíble, no tengo ningún vínculo con el mar, sólo iba para bañarme". Con estas palabras inicia la conversación José Ramón García López (Luanco, 1944), director del Museo Marítimo de Asturias y uno de los principales culpables de la regeneración y crecimiento que ha vivido la institución en los últimos 25 años. De carácter tranquilo y afable, José Ramón García se descubre como un gran conversador al que no le cuesta echar la vista atrás y recordar el Luanco de la posguerra, el movimiento estudiantil en el Bilbao de los años 60 o su trayectoria como profesor de Historia de la Economía en la Universidad de Oviedo.

"Mi infancia fue, ante todo, muy feliz", recuerda García sobre sus primeros años de vida en el Luanco de mitad del siglo XX, un pueblo "sin ningún peligro y en el que sólo había dos coches". Esos años los recuerda "jugando al fútbol en la calle, a la diana con dardos hechos con anzuelos y pescando besugos pequeños en el puerto del Gayo" con sus amigos que, como él, no necesitaban mucho" para divertirse.

Además de jugando, García también pasó una parte importante de su juventud en el negocio familiar, una "tienda mixta" de la calle Conde del Real Agrado de Luanco, en la que vendían "de todo", y en la que él mismo confiesa haber recibido "un aprendizaje extraordinario". "Con ese trabajo conocí muchas cosas interesantes. De dónde venían los productos, cómo se elaboraban...", relata. Ahí tuvo el que fue, quizás, su mayor "acercamiento" al mar. "Vendíamos aparejos de pesca y pintura para barcos, por lo que estaba en contacto con los marineros. Aunque yo no utilizaba las artes pesqueras, sí tenía la obligación de conocerlas para poder aconsejar a los marinos", agrega.

Mientras tanto, García compaginaba sus horas de ocio y trabajo con los estudios. "No era una gran estudiante. Aprobaba siempre, pero muy al límite", reconoce. El bachillerato lo cursó de forma libre y se examinaba en el Carreño Miranda de Avilés, jugándose "todo el año a una carta". Y le fue bien. Pese a que admite no haber planificado "nada" a lo largo de su vida -"iba como un corcho en el mar"-, sí se marcaba objetivos por los que luchar. Uno de ellos fue cursar estudios mercantiles en la Cámara de Comercio, una formación que califica de "muy práctica", y que le dio la idea de matricularse en la facultad de Económicas de Bilbao en 1964.

"Los primeros años los hice por libre, como el bachillerato, pero entre 1965 y 1968 me trasladé a la urbe vizcaína", repasa. Allí le tocó vivir un ambiente universitario "con un fuerte movimiento sindical y estudiantil y fuertemente politizada. Con continuos debates filosóficos, manifestaciones..." Precisamente, en una de esas concentraciones sufrió un incidente "con un 'gris'", que aún recuerda con humor. "Uno de los organizadores de la marcha creyó que era buena idea que la hiciésemos al finalizar un partido del Athletic en San Mamés. Yo, que era un pardillo, fui para allí y en un momento dado se puso a cargar la Policía. Yo me llevé un buen 'hostiazo' de un 'gris', que debía medir por lo menos tres metros y al que por suerte sobreviví; aunque estuve viendo las estrellas varios días", relata entre risas.

Precisamente en esos años, también le tocó ver la cruz de la moneda. Y es que el primer atentado de ETA le pilló muy de cerca. "La primera muerte de la banda terrorista, la de José Ángel Pardines, fue cometida por Txabi Etxebarrieta, que era alumno de un curso superior al mío. Lo conocía de vista", afirma.

Antes de concluir sus estudios universitarios, García decidió volver a su Asturias natal, puesto que por su cabeza ya pasaba la idea de casarse y formar una familia con la que acabaría por ser su esposa, María Flor Rodríguez, a la que conoció en 1964 cuando le aceptó un baile en Perlora -"aunque en realidad me eligió ella a mí"-.

Tras dos años de búsqueda de trabajo, en 1970 entró a trabajar en el Banco de Gijón. "Aprendí mucho, incluso algunas maldades de empleado que me vinieron muy bien para la vida. Además, también aproveché para hacer mi tesis doctoral sobre la importancia de los comerciantes banqueros", explica sobre el estudio que le abrió la puerta a ser profesor de Historia de la Economía en la Universidad de Oviedo, donde impartió clase entre 1979 y 2014.

Por el camino, en 1992, decidió dar un paso al frente y luchar por la reapertura del Museo Marítimo de su pueblo natal. "Era una lástima ver como el decano de los museos de Asturias se iba a pique", explica. Con más voluntad que conocimientos -"apenas distinguía un bergantín de una fragata"- García luchó con las instituciones para sacar adelante un proyecto que hoy en día brilla con luz propia y que es referencia a nivel regional. Tanto que acaba de ser galardonado con la Amuravela de Oro que conceden la Asociación Amigos de Cudillero, un colectivo que se lo sabe todo de la mar.

Compartir el artículo

stats