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La mansión de los cuentos

El profesor Moustache

La llegada de un misterioso profesor a la Escuela Ratona y la equivocada reacción de los alumnos al descubrir su identidad

El profesor Moustache

Esta noche, la Brujita Peladilla nos ha contado uno de los cuentos más bonitos que he escuchado...

En la Escuela Ratona, el profesor de gimnasia se acababa de poner malo de catarro. Hacía mucho frío el pasado viernes y había ido al colegio en chaleco. Estuvo todo el fin de semana en su cama, tapado hasta arriba y con el termómetro en la boca.

Ya era lunes y los alumnos tenían clase. El profesor no llegaba, con lo cual los estudiantes, unos ratoncitos de unos siete años, comenzaron a hacer lo normal para esperarle: correr entre los pupitres, saltar por las mesas, bailar, cantar... ¡Era una locura de clase!

El director de la escuela, al escuchar tal estruendo, corrió apresurado al aula y abrió la puerta de golpe:

-¡Pero qué ocurre aquí!, preguntó enfadado.

Agripino, el delegado de la clase, se acercó al director y le dijo casi susurrando:

-Señor director, es que... Verá... No ha venido el profesor de gimnasia...

-Por supuesto que hoy no vendrá, está enfermo y debe guardar reposo toda la semana, dijo aún enfadado el director.

De pronto una sombra comenzó a ser visible en el umbral de la puerta. Los alumnos pudieron ver cómo alguien con gabardina y sombrero entraba en la clase.

-¿Es usted, señor Moustache, el profesor suplente de gimnasia? Preguntó el director.

-Sí, soy yo, contestó con voz ronca el nuevo profesor.

Los alumnos miraban atónitos. Habían vuelto a sus pupitres y no quitaban ojo al misterioso profesor. Aún no había mostrado su cara, que escondía bajo el sombrero y la gabardina.

-Mmm, balbuceaba el director, -pues comience cuanto antes, estos ratoncillos necesitan mucha disciplina.

La clase quedó sumida en el silencio más profundo. Los pequeños ratoncillos miraban al nuevo personaje casi sin pestañear.

-Cerrad esa boca muchachos, no querréis que una mosca anide en vuestra garganta, ¿verdad?, dijo el nuevo maestro.

Todos los alumnos cerraron inmediatamente la boca. Apenas pestañeaban para no perder detalle, pero seguían sin descubrir más datos sobre en misterioso profesor.

-Creí que seríais unos muchachos más animados, estáis totalmente paralizados, así que os propongo un juego.

La expresión de los ratoncitos se iba relajando. Las primeras sonrisas aparecían al escuchar la palabra "juego"

-¡Vamos a jugar!- añadió, -¿qué os parece al gato y al ratón?, preguntó a los alumnos.

Los pequeños, aún no habían visto el rostro del nuevo maestro, pero ya poco les importaba, todos comenzaron a aplaudir y el griterío y la alegría volvieron a reinar en el aula:

-¡Yo no me la quedo!, decía un ratoncito blanco.

-¡Yo no quiero ser el gato!, gritaba otro marrón.

El alboroto era tal, que parecía que las paredes vibraban, los pupitres rebotaban y el suelo temblaba. Los ratoncillos estaban poseídos por tanta alegría. Iban a saltarse su clase de gimnasia por jugar a su juego favorito: "el gato y el ratón"; estaban como locos. El profesor Moustache les observó durante unos instantes sin decir palabra.

-Este profesor es muy extraño, dijo Alba, una preciosa ratoncita, la más valiente de toda la clase.

Alba miraba al profesor fijamente, y éste, al sentirse espiado, alzó la voz interrumpiendo así el griterío.

-Está bien, en vista de que nadie quiere ser el gato, enunció el maestro con una voz penetrante y profunda, -¡Yo lo seré!

Y diciendo estas palabras, se abalanzó sobre la mesa de Alba de un salto. La gabardina y el sombrero salieron volando. En ese mismo instante, los ratoncillos se dieron cuenta de que el profesor Moustache era en realidad... ¡un gato!

Todos los alumnos comenzaron a gritar de histeria, corrían entre los pupitres e incluso trepaban las pareces. Todos menos una: Alba. La pequeña permaneció inmóvil, miró a su maestro y le dijo:

-Señor profesor, usted es un gato, pero seguro que no pretende comerse a unos ratoncitos tan buenos y alegres como nosotros, ¿verdad?

-Pues claro que no pequeña, solo quiero jugar y, como nadie quería ser el gato...

-Lo sabía, contestó Alba. -Sabía que había algo extraño en usted desde que llegó, pero no por ello ha de ser usted malo.

-No soy malo, dijo el profesor un poco entristecido. -A mí me gustan mucho los ratoncitos como vosotros, sois tan alegres y divertidos... Pero siempre me teméis y acabáis escapando de mí y, al final, nunca puedo jugar con vosotros.

-Sí, pero yo no te temo, sabía que eras especial, un buen profesor y un buen gato. No por ser un felino ya has de querer comer y torturar ratoncitos, dijo Alba. -Así que esto debe acabar ya.

La pequeña se puso en pie sobre su mesa y ordenó callar a todos sus compañeros que continuaban como locos corriendo y gritando.

-¡¡¡¡Paradddddd!!!!

De pronto, los ratoncitos pararon. Por fin habían reaccionado y vuelto al estado de calma tras el grito de su compañera.

-El profesor Moustache es un gato, ¿y qué?, comenzó Alba su discurso.

-Pues que nos comerá..., respondió el sigiloso Agripino.

-Estáis muy equivocados compañeros. Habrá gatos que coman ratones, pero no todos han de ser así. Nuestro maestro solo quería jugar con nosotros y vosotros le habéis juzgado erróneamente. ¡Es injusto!, concluyó la pequeña.

Los ratoncitos se miraron unos a otros en silencio y avergonzados. Habían prejuzgado a su profesor y eso había estado muy feo. Se sentían mal. Sus ojitos se entristecían.

-Está bien pequeños, no pasa nada. Todos nos podemos equivocar, pero lo importante es darse cuenta y rectificar. Y por vuestras caritas intuyo que estáis un poco arrepentidos, dijo el maestro.

-En nombre de todos mis compañeros (enunció el delegado Agripino), le expreso nuestras más sinceras disculpas. Le hemos juzgado por el mero hecho de su apariencia, y eso ha estado muy mal.

-Ya basta pequeños, dijo el profesor acariciando la cabecita de Agripino. -Sé que tenéis buenos sentimientos y es por ello que os haré una pregunta:

-¿Quién se la queda como el gato?

Los ratoncitos rieron emocionados.

-¡Yo! ¡Yo!, podía escucharse. Ahora todos querían ser el gato.

-Propongo un fuerte aplauso por nuestro nuevo maestro Moustache, dijo Alba.

-¡Bravo! ¡Hurra! Todos aplaudían al maestro y éste se sintió más arropado y feliz que nunca. Su sonrisa era enorme, al igual que la de sus pequeños alumnos.

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