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La mansión de los cuentos

¡Tomás es un campeón!

Un niño en silla de ruedas recién llegado a clase

¡Tomás es un campeón!

La pasada noche, la Brujita Peladilla nos contó una historia muy especial. A nuestra amiga le encantan los niños y siempre dice que todos deben tener los mismos derechos y oportunidades, así que esta vez, nos habló de un nuevo amigo: Tomás.

Tomás es un niño de diez años. Su pelo es castaño, claro y corto. Le encanta leer, dibujar, coleccionar cromos, jugar a las damas, al ajedrez... Acababa de mudarse junto con su familia a otro barrio. Todo era nuevo para nuestro amigo: la ciudad, su casa, el colegio, la mochila, su silla... Tomás no puede caminar, pero se desplaza ágilmente con su nueva silla de ruedas. Un último modelo, más ligero y moderno que el anterior.

El primer día de colegio estaba muy nervioso. Tenía muchas ganas de hacer nuevos amigos con los que divertirse. Ese día, llegó muy temprano, pues quería evitar la aglomeración de alumnos en la entrada del colegio para poder acceder con tranquilidad en su silla. Tomó el elevador y subió a su aula. Esperaba ansioso y sonriente la llegada de sus compañeros. Era un momento muy especial para Tomás.

Cuando los demás niños llegaron al aula, todos miraban al muchacho. Ninguno se dirigía a él y comenzó a ponerse nervioso. Sabía que le observaban por estar en la silla de ruedas. Nuestro amigo comenzó a sentirse diferente y muy triste.

Los días pasaban y Tomás ya no acudía a clase tan alegre como el primer día. Estaba angustiado, se sentía mal. Pensaba que los demás niños no querían jugar con él y ni siquiera le hablaban porque no era como ellos, pues sus pequeñas piernas no funcionaban como las de los demás.

Pero un día su suerte cambió. En el patio, sintió cómo un niño se acercaba a él. Era Juan, un compañero de clase.

-Hola Tomás. Tienes una silla de ruedas muy bonita.

Nuestro amigo, asombrado, apenas podía articular palabra. Por primera vez un compañero se le acercaba a él y estaban manteniendo una conversación.

-Si, contestó Tomás -es un último modelo.

-¿Quieres jugar con nosotros?- Le preguntó Juan con una gran sonrisa.

-¿Quién, yo? ¿Jugar con vosotros? ¿Lo dices en serio?, contestó casi entrecortado. Tomás no podía creer lo que estaba escuchando. Sus compañeros de clase le estaban invitando a jugar con ellos.

Por un momento, sus ojitos llenos de ilusión se iluminaron, pero pronto recordó su estado.

-Pero no podré jugar con vosotros. No puedo caminar, ni correr. Os aburriríais conmigo, dijo Tomas cabizbajo.

-¿Lo dices en serio?, le reprochó cariñosamente Juan. -¿Acaso esa súper silla de ruedas no puede andar velozmente y echar carreras? Y tú, ¿no puedes intercambiar cromos o dibujar con nosotros? ¡Ánimo Tomás, vamos a echar una carrera!

Tomás estaba asombrado. Veía que realmente Juan quería jugar con él. El resto de compañeros le miraban sonrientes a pocos metros.

-¡Vamos Tomás!, decían los demás.

Nuestro amigo estaba asombrado con lo ocurrido. Así que con gran alegría se dispuso a jugar con sus nuevos amigos. Echaron muchas carreras y en ellas siempre ganaba Tomás.

-"¡Tomás, eres el mejor!" "¡Tomás es un campeón!" "¡Tomás, Tomás!"

Sus nuevos amigos le abrazaban, aplaudían y coreaban su nombre. El pequeño era plenamente feliz.

-Tomás eres un campeón y tienes la silla más rápida del planeta, le dijo Juan mientras le abrazaba con fuerza.

-Estoy muy contento de ser vuestro amigo. Creía que me veíais diferente por tener que estar en esta silla, explicaba Tomás

-Todos te mirábamos, es cierto, pero porque te envidiábamos. Ya quisiéramos andar tan veloces como tú con tu silla y estar todo el día sentados, ¡con lo que cansa estar de pie! Por no decir que puedes colgar tu mochila en la silla y no cargar con ella constantemente. Nosotros venimos al colegio caminando y cargando con ella a la espalda. ¡Todos queremos una silla como la tuya!, le respondieron sus compañeros.

Tomás reía como nunca. Era feliz, pues comprendió que los demás niños le valoraban y le querían tal y como era. No podía estar más contento.

Ese día nuestro campeón invitó a merendar a sus nuevos amigos a casa. Sus padres escuchaban desde fuera de la vivienda las risas de Tomás y salieron a ver qué ocurría. El pequeño presentó a sus amigos. Sus padres se quedaron boquiabiertos. Ya no por apreciar que Tomás era feliz como nunca, sino porque entre todos habían decorado su silla de ruedas: ya no era normal y corriente, ahora era una súper nave espacial llena de papel de aluminio, brillantina y color. Pero, sobre todo, repleta de mucho amor.

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