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Trigésimo aniversario de un incendio que calcinó una institución centenaria

El ave fénix de la educación avilesina

Treinta años después del fuego que arrasó su sede, la Escuela de Artes y Oficios mantiene su predicamento social y la fidelidad a sus principios: formación a la carta a precios populares

Favila y Luis Rodríguez, junto al cuadro que pintó el primero como boceto para un mural que lució durante años en la plaza de Álvarez Acebal y que tuvo por objeto simbolizar la deseada reconstrucción de la escuela. MARA VILLAMUZA

Si algún día el patronato de la Escuela de Artes y Oficios de Avilés decide renovar el logotipo de la institución -el actual está inspirado en la fachada de su sede- podría considerar la opción de incluir un ave fénix, ese animal mitológico que cada quinientos años se consume en el fuego para, a continuación, renacer con más vitalidad si cabe de sus cenizas. Y es que la popular y centenaria escuela de la plaza de Domingo Álvarez Acebal sufrió tres siniestros a cual más grave y ahí sigue, con salud de hierro. Este fin de semana se cumplen treinta años del último desastre, el fuego que en la madrugada del 14 de mayo de 1986 calcinó el edificio donde entonces recibían clases más de 1.800 alumnos. Con anterioridad -corría 1975- el centro había superado los daños de otro fuego, de menor importancia que el de 1986. Y en la Guerra Civil española una bomba de aviación cayó de lleno en el inmueble y lo dejó hecho añicos. Pero de los tres sucesos logró reponerse la Escuela, por lo que no extraña que sea su propio presidente, Luis Rodríguez, el que invoque la simbología del ave fénix.

El pintor Amado Hevia, "Favila", fue testigo del último y pavoroso incendio, que arrasó con la pinacoteca de la escuela y con gran parte de sus fondos bibliográficos además de dañar el archivo y destruir el material docente. Por no quedar, no quedaron ni suelos, ni vigas, ni la escalera interior; todo lo que era madera y papel ardió como yesca. "Solo quedaron en pie las paredes de la obra viva, que son de dos metros de ancho. La imagen era desoladora, pero ocurrió algo mágico: desde el primer momento tuvimos claro que nadie iba a bajar los brazos y que resucitaríamos la escuela. Y así fue", relata el artista, que hoy como aquel nefasto día de 1986 forma parte del equipo docente de Artes y Oficios.

El incendio de marras no fue casual; según revelaron las pesquisas policiales alguien usó gasolina para iniciar el fuego. Pero nunca se descubrió al autor o autores del siniestro y el juez ordenó el sobreseimiento del caso a los pocos meses. Y los actuales responsables de la escuela hablan sin rencor de un episodio sobre el que, según afirman, han corrido un tupido velo. La decidida voluntad del entonces presidente de la escuela, Víctor Urdangaray, y de la sociedad civil avilesina por reabrir el centro llevó a su sociedad protectora a firmar un convenio con el Ayuntamiento de Avilés -que es el dueño del edificio desde los años de la posguerra- para reconstruir el edificio, como así se hizo.

En paralelo, el incendio avivó un sentimiento de simpatía por la Escuela de Artes y Oficios, cuyos profesores y alumnos promovieron acciones de resistencia, como las clases de pintura al aire libre que impartió durante meses Favila, las rifas a beneficio de la reconstrucción o los festivales benéficos en pro de la misma causa. "Las palabras conmueven, pero los hechos arrastran", manifiesta Luis Rodríguez sobre la importancia que tuvieron aquellos gestos solidarios con la escuela. En cierto modo, reflexiona el actual presidente de la entidad, tuvo que ocurrir una desgracia de la magnitud del incendio de 1986 para que los avilesinos valorasen una institución que llevaba con ellos desde 1879.

La Escuela de Artes y Oficios se las prometía felices con la reconstrucción en marcha de su sede, pero el Ayuntamiento de Avilés, con el socialista Manuel Ponga como alcalde, rescindió unilateralmente el convenio firmado unos meses antes y habilitó las instalaciones para su uso como Centro de la Juventud, llegando a inaugurar ese equipamiento en 1992. Esa situación obligó a la sociedad protectora de la Escuela de Artes y Oficios a demandar ante los tribunales la devolución del derecho de uso del edificio, cosa que logró. Esa tensa relación entre el patronato de Artes y Oficios y los primeros gobiernos socialistas de la democracia iría relajándose con el paso de los años y en la actualidad es agua pasada.

Del estrago que causó el incendio de 1986, la Escuela de Artes y Oficios conserva el recuerdo imborrable de la resistencia social que hubo a su desaparición, un cuadro carbonizado del avilesino Luis Bayón al que Favila le devolvió años más tarde el color que le había robado el fuego y la alegría de haber recuperado no hace ni siquiera dos años la biblioteca de temática americana de la institución que según se creía había sido pasto de las llamas (en realidad estaba guardada en cajas de cartón en un almacén municipal). Y como el gato escaldado del agua caliente huye, la escuela también dispone en la actualidad de un sistema antiincendio hipersensible, tanto que la alarma salta hasta con el calor que desprende el aparato de aire caliente con el que los pintores limpian la paleta de colores.

"Treinta años después de aquella desgracia nos quedamos con lo bueno, con el cariño que la gente demostró que le tiene a esta escuela y con la evidencia de que puede arder el edificio, pero su 'alma' es incombustible", expone a modo de colofón Luis Rodríguez.

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