La Nueva España

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La mansión de los cuentos

El jardín de las maravillas

La historia de dos flores hermanas en una dulce pradera

Esta noche en la Mansión de los Cuentos, la Brujita Peladilla nos contó una historia muy especial, llena de amor, que quiso dedicar con todo su cariño a todos esos hermanos heroicos y, muy especialmente, a su amiga Sofía, que padece el Síndrome de Rett, y a su buena hermana Carmen, ambas vecinas de Avilés:

En una brillante pradera de lindo color verde, como jamás nadie hubiera imaginado, vivía una florecilla muy hermosa llena de elegancia y armonía. Era tan linda, que parecía llenar de luz y chispas celestiales el planeta. Nadie sabía de qué especie se trataba, pues nunca se había visto hasta el momento semejante belleza en forma de flor.

Sus padres sabían que era una especie nueva y pensaron en buscarle un nombre. Pero las horas pasaban y no se les ocurría ninguno hasta que su papá dijo:

-Es cariñosa, amable, radiante...

-Cierto, contestó la madre-, también es majestuosa, elegante y noble de corazón...

Ambos se quedaron unos segundos muy pensativos.

-¡Ya está! ¡ya lo tengo!, añadió eufórico el papá. -En honor a todas sus virtudes. ¡La llamaremos Carmen!

Y así fue. Cogieron la letra inicial de cada adjetivo y formaron la palabra: Carmen. Un nombre precioso que le encantó a la pequeña flor.

Carmen crecía de forma adecuada y feliz, pero comenzaba a aburrirse y a cansarse de la monotonía de aquel lugar, pues allí no había más flores con las que charlar ni jugar. La pradera estaba habitada únicamente por nuestra amiga y sus papás, aunque era ella quien eclipsaba y reinaba sobre el paisaje con su radiante presencia.

Un día, al amanecer, algo parecía moverse desde dentro de la tierra. Nuestra amiga se asustó. Los primeros rayos de sol alumbraban el lugar, como si señalasen que allí, justo al lado de Carmen, algo extraño ocurriría. Y así fue, algo pasó, algo totalmente maravilloso: otra flor brotó.

Carmen se puso muy contenta, estaba eufórica. Nunca había visto una flor tan pequeña y tan bonita. Acababa de nacer su hermanita:

-Podré jugar con ella, cuidarla, acariciar sus hermosos pétalos, enseñarle todo lo que sé..., comentaba entusiasmada nuestra amiga.

-¿Cómo la llamaremos?, preguntó la madre.

-Debemos pensar..., añadió el padre.

-¡Ya tengo nombre para ella!, contestó Carmen pletórica. -Tiene una belleza "Sofi"sticada y llena la pradera de alegría. ¡Con lo que la llamaremos Sofía!

Y así fue, la pequeña flor ya tenía nombre, el cual le había puesto su hermana mayor con todo su cariño. Ambas florecillas eran felices.

El otoño llegó y Carmen protegía con su tallo y sus pétalos a su hermana del fuerte viento. Posteriormente, el invierno heló la pradera; pero Sofía apenas sentía frío pues su hermana la arropaba con su calor. La alegre primavera y, después, el verano llegaron sin que apenas se dieran cuenta. Y Carmen daba sombra a su hermana para protegerla del sol.

La pequeña Sofía no crecía tan rápido como Carmen. Era más pequeña y necesitaba más cuidados. Su hermana mayor le ayudaba y mimaba en todo cuanto podía.

Un día, una linda mariposa de tono rosado se acercó a las florecillas. Hasta entonces, nunca habían tenido visitas de nadie en la pradera. La mariposa revoloteó cerca de las dos flores. Pudo apreciar el amor y el cariño que se tenían la una a la otra. Carmen, sorprendida y contenta por su visita, pronto se animó a saludar y a entablar conversación con su linda visita.

Por la tarde, se acercaron dos gorriones que jugaron alrededor de las dos flores. Al día siguiente, un gracioso conejito fue quien las visitó. Ahora, las noches eran de lo más divertidas, puesto que las amables luciérnagas acudían a diario para iluminarles en la oscura noche y los grillos entonaban mágicas canciones para dormirlas.

Los días pasaban felizmente para las pequeñas flores. Una mañana volvió a visitarles la alegre mariposa. Carmen le comentó que ahora ya no vivía en una aburrida pradera, puesto que cada día, desde que había nacido su hermana, recibían las visitas de nuevos amigos que iban a jugar alegremente con ellas. Es por ello que esa pradera se había transformado en un jardín maravilloso, lleno de dulzura, cariño y bondad.

La mariposa le comentó que estaba equivocada, puesto que todas las visitas que recibían no eran debidas al nacimiento de su hermana. Bien es cierto, que es un acontecimiento muy importante, lleno de magia, pero las visitas se dirigen para verla a ella, a Carmen.

-¿A mí? ¿por qué a mí? No lo entiendo, dijo Carmen pensativa.

-Muy sencillo, le respondió la alegre mariposa. -En la aldea, se corrió la voz de que había nacido una bella flor de lindos y luminosos colores. Rápidamente se supo que la pequeña estaba siendo cuidada con muchísimo amor por su hermana mayor, la cual le enseña todo lo que sabe, la ampara del frío y la protege de los fuertes rayos de sol. Sabemos que haces muchas cosas por ella y sin pedir nada a cambio. Puede que pienses que nadie se da cuenta de ello, o que no te lo dicen, pero lo cierto es que tus papás y todos los seres que te conocemos te adoramos. Sabemos valorar un corazón tan grande y puro como el tuyo amiga mía; y eso es todo un ejemplo de amor.

-Pero yo lo hago porque me gusta y porque me sale ayudar y proteger a mi hermana, dijo la joven flor.

-Por supuesto, y es digno de admiración. Es por ello que queremos hacerte un regalo. A partir de ahora, cuando el viento sople, verás cómo la pradera bailará de un lado a otro para mecerte y protegerte al compás del aire. Sentirás como en la noche, las pequeñas luciérnagas te iluminarán para que no te asustes y los grillos cantarán dulces melodías para que te duermas. Los pajarillos te visitarán al amanecer y acariciarán tus pétalos con sus suaves plumas. Todos estaremos siempre a tu lado dándote cariño, al igual que tu lo haces con tu hermana.

Desde entonces, las lindas flores siempre estuvieron acompañadas y arropadas por el cariño de quienes les rodeaban. Y así pasaron los días, donde una pradera se convirtió en un jardín maravilloso repleto de amor y dulzura.

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