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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Medrana

Los distintos tipos de miedo que existen y las diferentes formas de experimentarlos en función de las personas y de sus circunstancias

Medrana

De nuestro corresponsal,

Falcatrúas.

Entre las diversas categorías del miedo, tenemos el miedo básico de andar por casa y el miedo cerval o pavor, equivalente a la "medrana" que manejamos en Bildeo. En el odiado castellano, ese idioma invasor que tanto nos fastidia porque sólo sirve para que nos entendamos todos los españoles, además de otros quinientos millones de terrícolas, lo de medrana está en desuso, pero es necesario registrar otros sustantivos urgentemente para describir tantos miedos como nos acechan, como el que siente un desahuciado cuando sabe que vienen a echarlo, o el parado y sin recursos.

Arsenio el Roncón, de Cá los Roncones, familia bildeana que dio grandes tocadores de gaita, nunca había sido especialmente miedoso, lo justo, como cualquiera al que sorprende una tormenta eléctrica en pleno monte, con el caballo cargado de herramientas, cadenas, herraduras y otros aceros que pueden atraer los rayos, no sería la primera vez que una centella chamuscase el bigote a un temerario.

Arsenio bajaba de la braña de El Torno acompañado del burro de casa, aparejado con una buena carga de leña; era un día feo de invierno y ya oscurecía a media tarde, de la manera que decía el poeta: "nubes cárdenas, seguro presagio de inminente tormenta", el monte estaba cubierto desde la última nevada, pero el camino se podía andar sin problema; como le pareció oír algún ruido alrededor, nuestro hombre miraba de vez en cuando a izquierda y derecha, tenía una sensación extraña de que algo no iba bien; rompió a nevar otra vez.

El burro andaba más rápido de lo habitual, parecía tener más ganas que él de llegar a casa y sus orejas apuntaban a popa constantemente, más atento a lo que podía venir por detrás que al camino que tenía por delante. De pronto, Arsenio paró en seco al ver agitarse unos arbustos que en Bildeo llamamos escobas, tal vez sacudidos por el impacto de una pequeña masa de nieve; las bolas de nieve podían ponerse en marcha espontáneamente y rodar monte abajo hasta estrellarse en alguna parte; lo peor era que al bildeano también le pareció ver unas sombras entre los matorrales, por encima de las escobas.

No las tenía todas consigo, se le erizaba el vello de todo el cuerpo, por momentos la ropa le quedaba grande y la sensación de que había algo cerniéndose sobre él, le producía un desasosiego que no podía evitar; la oscuridad iba cubriendo todo el entorno. Un momento después, delante de una peña que dominaba el camino, pudo ver claramente tres pares de ojos brillantes fijos en él; no eran visiones, eran tres lobos que lo venían siguiendo y querían carne, preferiblemente la del burro, pero la suya les valía también. La nevada arreció.

No hubo rugidos, los lobos parecían ser conscientes de que no necesitaban rugir ni aullar para aterrorizar, eso ya lo habían conseguido paso a paso, rondando a sus presas y esperando que el hombre y el burro entraran en pánico y echaran a correr con desesperación, resultando en una caída o una lesión, o que se despeñaran por alguno de los barrancos a la derecha del camino.

Instintivamente, buscando soluciones a una situación tan apurada, Arsenio sujetó al burro por el ronzal y le habló con una tranquilidad que no supo de dónde le vino, tratando de calmar al animal para que no comenzase una carrera alocada y seguramente suicida. Faltaban menos de diez minutos para llegar a las primeras casas de Bildeo, pero unos minutos con el miedo trepando por los pensamientos como la hiedra por el árbol, eran una eternidad.

Al dar una amplia curva desde la que ya se veían algunas luces del pueblo, los tres lobos se dejaron ver claramente, siempre por encima del camino, sabían el efecto que producía su presencia tan próxima. Arsenio siguió hablando al burro, las palabras les venían bien a ambos.

De pronto escuchó un fragor, como un argayo, una porción de tierra y piedras que se desprenden por el exceso de agua en el terreno, sucedía con frecuencia, pero aquel argayo no paraba. Los lobos desaparecieron entre la maleza; el ruido se acercaba por el camino, iba aumentando de volumen, estaba a punto de aparecer por la curva del camino.

Tras un minuto interminable, apareció una figura encapuchada y medio cubierta de nieve arrastrando un piorno tan grande que no cabía en la caja del camino, venía barriendo las orillas y armando un jaleo capaz de ahuyentar cualquier amenaza, real o figurada. Era Manuel el Truchero, de Cá los Trucheros, inventores del refuelle. Arsenio, sin decir ni una palabra, se abrazó a él con tantas ganas que casi caen los dos por tierra.

-¡Coño, ya me podía abrazar así la mía Pepa cuando llego a casa!

Seguiremos informando.

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