Hubo un tiempo, apenas 25 años atrás, en que los avilesinos evitaban acercarse a la ría dado su estado de contaminación, las chimeneas de las fábricas vomitaban humo con absoluta impunidad y los espacios públicos urbanos languidecían dejados a su suerte, arrastrando en su declive al hoy muy piropeado casco histórico. Esto coincidía con un estado de ánimo pesimista de la población que no ayudaba a revertir la incertidumbre generalizada que existía tras una dura reconversión del sector industrial, la actividad económica sobre la que gravita desde mediados del siglo XX el bienestar de Avilés.

Cualquier avilesino mayor de 30 años recordará aquella ciudad plomiza, tristona y apesadumbrada. Para quien ande flojo de memoria, el fotógrafo Nardo Villaboy ha desempolvado de su archivo decenas de imágenes que hablan por sí solas: la ría colmatada de lodo, la cabecera siderúrgica envuelta en humos, campos deportivos que parecen eriales, restos de viejas industrias en suelos de barbecho...

Villaboy, que estos días cumple 40 años de profesión y ha publicado otros tantos libros de fotos aéreas (sólo uno dedicado íntegramente a su Avilés natal), da idea de cómo estaban las cosas en el Avilés de la década de los años ochenta al narrar las condiciones en las que tuvo que realizar los vuelos para tomar las imágenes que utilizó en su primer "Avilés desde el aire": "Teníamos que analizar los partes meteorológicos y elegir días con viento para que la atmósfera estuviese limpia; en caso contrario, la capa de contaminación aérea impedía hacer fotos con nitidez, actuaba como filtro y 'engochaba' todas las fotos".

El fotógrafo destaca la impresión -negativa en este caso- que causaba ver el cauce de la ría saturada de lodos negros y sobre ellos, fluyendo perezosa, una lámina de agua amarronada, "que literalmente era mierda". El cambio en este escenario es de sobra conocido: un proceso de saneamiento y limpieza que duró veinte años ha devuelto al estuario cierta calidad ambiental, que si bien aún no es completa está a años luz de la que tenía hace treinta años.

"Era difícil sacar fotos bonitas de la ciudad", apunta Villaboy, dando cuenta así de que allá donde enfocara su cámara aparecía un "desconchón": caries en el casco antiguo en forma de ruinas, pegotes urbanísticos de infausto recuerdo como el edificio adosado a la iglesia de los Padres Franciscanos, la margen derecha de la ría "secuestrada" a manos de la industria...

Villaboy, que ahora ultima el lanzamiento de un nuevo trabajo en colaboración con la escritora Ángeles Caso, "Asturias, entre mar y montaña", asegura que ya no hace falta sobrevolar la ciudad para percibir los cambios que ha experimentado. El más notable, el aspecto "saludable" que ofrece la ría, ahora escenario de actividades antes impensables como el ocio y el deporte de los avilesinos o el turismo de cruceros. La trama urbana, a su vez, ha pasado por un proceso de cirugía estética que le devolvió la lozanía perdida. Los equipamientos públicos antes decadentes lucen ahora con aspecto más digno. Llegó el Niemeyer a donde antes había cochambre... Y aún queda por hacer, pero de eso quizás alguien hará balance dentro de veinte años.