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FÉLIX SANZ | CONSERJE DEL CEMENTERIO MUNICIPAL RECIÉN JUBILADO

El guardián de La Carriona

La muerte de doce alojados en un hotel de Luanco, uno de los peores recuerdos de este amante de los viajes y la conversación

Félix Sanz. MARA VILLAMUZA

Como la de muchos de sus paisanos, la llegada de Félix Sanz (Alcazarén, Valladolid, 1951) a Avilés estuvo ligada a la pujante industria que crecía en los años 60 al cobijo de la ría. Primero fueron sus primos los que se trasladaron a la ciudad y, posteriormente, sus tíos, con quienes se mudó de su pueblo natal hasta la que hace casi medio siglo es su casa. Lo hizo "para cursar estudios de Bachillerato". Pero, por azares del destino, nunca más se fue. En Avilés, conoció a la que hoy es su mujer, María Luisa Roces, y tuvo a sus dos hijos: Félix y Noemí. También encontró la estabilidad laboral como conserje del cementerio de La Carriona, puesto que ocupó durante 40 años y del que se jubiló el pasado mayo tras una intensa vida laboral en la que le tocó vivir "de todo" y del que se lleva "buenas experiencias y amistades".

"Tras acabar el Bachillerato en el instituto Palacio Valdés me puse a trabajar. Tenía 17 años y entré a trabajar como pinche para Alfredo 'el de la Reforma' en un almacén de galletas. Luego me saqué el carné de conducir y comencé a repartirlas", relata Sanz sobre sus inicios en el mundo laboral. Pasó ocho años trabajando como distribuidor hasta que, a la vuelta de la "mili", que le tocó en la base leones de El Ferral, se presentó a unas oposiciones municipales. "Había dos plazas, una de subjefe de la Policía Local y otra de encargado del cementerio. Como venía de hacer el servicio militar preferí cambiar de línea y me decanté por el camposanto", explica.

Desde ese momento, Sanz se hizo cargo de los cementerios de La Carriona y San Pedro Navarro (Valliniello), únicos de propiedad municipal en el concejo. "Llevaba todo el tema administrativo del cementerio y, además, era el encargado de los enterradores, que eran cinco operarios", explica. Entre sus obligaciones se encontraba preparar los panteones para los entierros, sacar y clasificar los restos de las criptas y coordinar los tempos con las funerarias. "Es un trabajo en el que hay que ser muy meticuloso. Trabajamos en situaciones muy sensibles y no podemos permitirnos el más mínimo fallo", confiesa.

La sala de autopsias del cementerio, "que estuvo en funcionamiento hasta hace cinco o seis años", también era competencia de Sanz. Allí se depositaban los cadáveres antes de que el forense realizara los estudios pertinentes. "Tardé dos años en poder entrar en esa sala. No tenía la obligación de hacerlo y me daba reparo. Los cuerpos que llegaban solían haber sufrido accidentes, y que en ocasiones están destrozados. Pero al final, como a todo en la vida, te acabas acostumbrando", afirma.

De todos estos sucesos, le marcaron especialmente dos. "La más grave fue una explosión en un hotel de Luanco en 1982 en la que fallecieron doce personas. Fue horrible. Al funeral, que se hizo en la capilla del cementerio, vino el por entonces Ministro de Interior y todo. El otro fue un naufragio de un barco asiático en el que perecieron 30 marineros chinos. También fue muy dramático", repasa.

Sobre las leyendas que rodean a los cementerios a su profesión, Sanz desmiente con humor cualquiera de estas creencias. "Para el que está enterrado ya se acabó todo. Eso son bulos, cosas que se decían antes. Al principio, es una profesión que impone, pero a los cuatro días lo ves como algo normal. Estoy convencido de que es más impactante trabajar en un hospital que en un cementerio", asegura.

Como prueba de la normalización del trabajo en los cementerios, Sanz pone de ejemplo el perfil de los operarios. "Antes, el trabajo de enterrador era para gente que no valía para nada; y hoy hay mucha gente joven que quiere acceder a estos puestos", explica. "El único punto negativo reside en que estás siempre rodeado del mundo de la muerte y la tristeza; pero si eres capaz de dejar estos temas a un lado, cuando te vas a casa la situación se normaliza", añade.

Precisamente, por el ambiente en que vivía en su trajo, Sanz confiesa que es necesario "un plus de sensibilidad". "Tienes que ser consciente de que tratas con personas que están enterrando a un hijo, un padre o a su pareja. Tienes que ser amable, cariñoso y, ante todo, no dar problemas; porque un fallo en ese momento puede ser fatal", asevera.

Además de las labores relacionadas con los entierros, Sanz también fue capital en la recuperación del cementerio de La Carriona como complejo museístico de la ciudad. "Yo aporté mi granito de arena, pero el mérito es, sobre todo, Pilar Varela y Román. Ellos fueron los que más fuerte apostaron por el camposanto", explica con modestia. "La postal que más me gusta de la necrópolis es la entrada principal mirada de derecha a izquierda", confiesa.

Desde el pasado 29 de mayo, este vallisoletano que se siente avilesino de adopción disfruta de su jubilación. Y confiesa que le ha cambiado la vida "de manera bestial". "Mi trabajo era estar 24 horas en tensión. La gente confiaba en mí y me llamaban ante las defunciones de sus familiares y yo, evidentemente, quería responder, porque es básico no cometer fallos. Ahora me he quitado esa presión", asegura.

A partir de ahora, el que fuera durante cuarenta años conserje del cementerio dedicará su tiempo libre a una de sus grandes pasiones, "viajar". "Ya recorrí mucho por el extranjero, y ahora, voy a aprovechar a conocer España", confiesa el guardián de las almas de Avilés.

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