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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Historias de la mili

Las anécdotas del servicio militar y el trastorno que ocasionaba en la vida de los quintos

Historias de la mili

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Si tiene usted una edad, le parecerá cansino leer algo ya sabido, pero a lo mejor le trae algún buen recuerdo. Siga un poco más. En Bildeo se cuentan cada vez menos historias de la mili, a nadie le interesan, sólo algunos mayores sacan a relucir alguna batalla de tarde en tarde (hoy por la tarde, mañana por la tarde, pasado por la tarde); con el paso de los años irán desapareciendo los protagonistas con sus anécdotas, después de haber aburrido a la parentela en las comidas familiares y a los amigos en el bar; los más jóvenes, que no llegaron a saber lo que era el servicio militar, deberán consultar algunos libros debidamente traducidos para que entiendan un poco cómo era aquello.

Hay quien sostiene que la mili venía muy bien a los chavales para "espabilar"; a los bildeanos les convenía para salir del pueblo y ver algo que no fuese ganado y terrones; a los de ciudad, para dejar las faldas de la madre y valerse por sí mismos; los chulos tropezaban con la horma de su zapato, "al que le sobren huevos, que los deje colgados en la entrada del cuartel". Lo más frecuente era que el servicio militar trastocase los planes que cada cual tuviera; lo más sangrante les tocaba a los reclutas casados y con familia. En realidad, la mili estropeaba más que arreglaba.

Los mayores tal vez recuerden la historia de aquel recluta... Pero vayamos por partes y aclaremos que a los mozos llamados a filas en el mismo reemplazo (promoción) se les llamaba "quintos" porque en la Edad Media un rey estableció que un mozo de cada cinco tenía que prestar servicio en el ejército durante unos años, de modo que el número cinco tenía la papeleta para ir de soldado una buena parte de su vida, a veces, toda la que le quedaba. Los quintos recién incorporados a filas eran "reclutas" durante unos meses, mientras recibían la instrucción reglamentaria y hasta jurar fidelidad a la bandera, momento en el que ascendían a soldados e iban destinados, según las necesidades del Ejército de Tierra, a Infantería, Artillería o Caballería. Algo similar ocurría con los convocados por La Armada y el Ejército del Aire, que recibían la instrucción específica para marineros, paracaidistas, etcétera.

El recluta de la historia que traemos hoy era algo torpe; había un porcentaje de mozos que no sintonizaban la frecuencia de onda militar. Para ellos se habilitó el humillante "pelotón de los torpes", que solían caer bajo el sabio mando de algún sargento especialmente duro y dotado de cualidades para la doma, por eso seleccionaban a los suboficiales que habían tenido experiencia como acemileros. Los torpes se manifestaban enseguida, cuando no aprendían a marcar el paso desde el primer día, no coordinaban los movimientos, se les caía el fusil o lo montaban al revés. Aquellos otros que no sabían leer ni escribir iban a la unidad de los analfabetos, en la que también estaban encuadrados los que eran maestros de escuela o tenían estudios superiores, con el fin de que los unos enseñasen a los otros.

Fortunato era un recluta procedente de alguna aldea perdida que no se distinguió por ser especialmente torpe hasta que llegaron las clases teóricas sobre armamento y empezaron con el fusil, de aquella el Mauser español, "un arma de repetición, porque con una sola carga podía efectuar varios disparos", había que aprenderlo de memoria, porque preguntaban y castigaban si no respondías correctamente. Todo iba bien, hasta que Fortunato tuvo que describir la munición ante toda la compañía y dijo "carchuto" en lugar de cartucho.

Hubo carcajada general por parte de sus compañeros y del teniente que impartía la clase; volvió a decir carchuto, por segunda vez y al oficial ya no le hizo gracia, aunque muchos reclutas tenían que sujetarse la barriga de tanto reír; cuando continuó diciendo carchuto una y otra vez, la cosa empezó a ponerse grave, no se reía nadie, el teniente echaba espuma de rabia por la boca y no le pegó un tiro allí mismo porque estaría mal visto y la Guerra Incivil había terminado diez años antes, que si no...

-¡Sargento!

-¡Sordesmitente! (abreviatura incomprensible de los veteranos para decir "¡A sus órdenes, mi teniente!").

-¡Llévese a este recluta fuera de aquí y no regresen los dos hasta que este zoquete sepa decir cartucho!

-¡Sordesmitente! (la misma frase reglamentaria y comprimida de antes).

Acabó aquella clase, acabó otra más de Historia del Ejército, formaron y desfilaron con el fusil y, a la caída de la tarde, cuando ya regresaban las tropas hacia los barracones, apareció el sargento con el recluta Fortunato.

-¡Sordesmitente! (y dale). ¡El recluta ya sabe decir carchuto!

Seguiremos informando.

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