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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Curiando el ganado

Las prácticas en desuso para los jóvenes y las nuevas modas, mucho menos centradas en aspectos relacionados con el campo

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Eso de curiar (apacentar) se lo cuentas hoy día a los chavales y no se lo creen, o sencillamente les aburren esas batallas de cuando reinaba Carolo; les interesan más las historias de zombis, esos cuerpos inhumanos en estado lamentable que caminan malamente, con la carne cayéndoles a cachos, renacidos (quizá mal enterrados) de las tumbas en Haití o Jamaica, tierras de fumaos, dispuestos a merendarse a todo quisque; y aunque los frían a bombazos por tierra mar y aire, ellos, de rostros deshidratados, macilentos, ojeras violáceas, siguen avanzando impertérritos, arrastrando sus podredumbres, acojonando una vuelta más de tuerca a los aterrorizados humanos que huyen histéricos perdidos sin saber dónde meterse, sin atinar a abrir las puertas, mucho menos a cerrarlas, dejando siempre aberturas por donde acaban metiendo la zarpa esos bichos fanés y descangallados.

Curiar es pastorear el ganado según el habla local, a eso nos referíamos cuando afirmábamos que ese asunto ahora no le interesa a nadie, menos a los jóvenes; sin embargo, hace sesenta años, la chiquillería de las aldeas asturianas tenía unas obligaciones que pasaban por acarrear agua y leña, cuidar rebaños de vacas, ovejas y cabras durante largas horas y todos los días. Ah, y compatibilizándolo con la asistencia a la escuela.

Antonín era un chaval de 14 años cuando empezó la Guerra Incivil, pero ya llevaba desde muy crío ocupándose de cuidar del rebaño de cabras y castrones de casa (en Bildeo, el macho de la cabra es el castrón; en otras españolidades es el cabrón, allá ellos). Era su responsabilidad que el rebaño se hartara cada día, procurando alternar las laderas de los montes buscando pastos nuevos; también tenía que tener cuidado de que no se le despeñase ningún animal, ya que la combinación de cabras con peñas y barrancos resultaba harto peligrosa. Estando con su tarea habitual, como sintiera ruido, se escondió entre las escobas del monte y pudo ver cómo unos militares de los de Franco molían a palos a un paisano que él conocía, el Ferreiro de un pueblo vecino y luego acabaron por meterle una ráfaga de fusil ametrallador. Nunca olvidó aquel suceso, pero que luego digan que no es peligroso ser pastor.

Decía un guaje al maestro, que trataba de meterlo por el buen camino con una larga reprimenda por no saberse la lección:

-¡Usté ríñame o pégueme de una vez, pero acabe pronto; tengo que ir a buscar las vacas y si tardo mucho méteme mi padre unos correazos!

Los chiquillos iban para el monte con el rebaño, los animales echaban varias horas paciendo, luego se tumbaban a rumiar y vuelta a comer la clorofila del paisaje, porque una vaca come unos diez kilos de hierba por jornada. Como al monte no iban de excursión y no querían aburrirse y mucho menos pasar miedo, dejaban los animales en pastar y ellos se juntaban para jugar o charlar de sus cosas, algunos hasta llevaban algo para leer. Cuando eran un poco mayores había costumbres que cambiaban, por eso, las coplas se iban adaptando al desarrollo de los cuerpos.

Miguel y Julia

curiaban las cabras;

Miguel de brucias

y Julia de espaldas.

No habrá que llamar a los alemanes para que traduzcan esta copla erótica. Y si eran los tiempos de ir a la mili, no faltaban los comentarios de aquel conocido maricón de Bildeo al que llamaban Inglete, porque siempre estaba fijándose en las ingles de los paisanos. Decía él, con la boca hecha agua, cada vez que acudía a despedir a los quintos de los sucesivos reemplazos que marchaban a cumplir con el servicio militar:

-¡Ay, qué pena ver marchar esos rapazones, con las braguetas cargadas de carne...!

A él no le molestaba que lo llamaran maricón a la cara, porque era verdad y se lo decía la gente del pueblo con la que se había relacionado desde que nació; pero lo sacaba de sus casillas que lo considerasen menos paisano por el hecho de perder aceite; más de uno fue para casa con los papos coloraos después de que el sarasa le diera un par de morradas a mano vuelta, para no hacer mucha sangre. De vez en cuando se encaraba con algún vecino:

-¿En qué soy menos paisano que tú, a ver? ¿Que no me gustan las mujeres? Pues no parece que tú, que eres "normal", quieras mucho a la tuya, viendo cómo las tratas; ella trabaja más que tú, pero te importa un carajo; yo vivo solo y hago las mismas tareas que cualquier paisano, además de lo de casa y ellas hacen igual, lo de casa y parte de lo vuestro. ¡Que te den por ahí con un formón cuadrao!

Seguiremos informando.

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