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MIGUEL GARCÍA FERNÁNDEZ | CUÁDRUPLE MEDALLISTA OLÍMPICO COMO ENTRENADOR DE PIRAGÜISMO

La otra cara de las medallas de Craviotto

El técnico luanquín y expiragüista de élite está detrás de todos los éxitos conseguidos en las tres últimas citas olímpicas por el deportista catalán afincado en Gijón

Miguel García Fernández. MARA VILLAMUZA

El deporte olímpico sólo tiene memoria para las medallas, el resto no existe. Es el caso del piragüista luanquín Miguel García, que fue semifinalista en Barcelona 92 y logró dos diplomas en K1 500 y K4 1.000 en Atlanta 96, que es mucho pese a que muy pocos lo recuerdan, y que pasará a la historia -probablemente en letra pequeña- como el entrenador del hasta ahora cuádruple medallista Saúl Craviotto porque es el hombre que estuvo detrás de todas las medallas que logró el campeón catalán residente en Gijón en las tres últimas citas.

Los focos, las cámaras y los micrófonos no le buscan, pero él está encantado. Sabe que puede vivir de lo que es su pasión gracias a esas medallas y tiene asumido su rol como entrenador de Craviotto. Se siente totalmente realizado porque no añora el éxito ni quiere ser mediático, sólo aspira a hacer bien su trabajo. Huye del protagonismo aunque sí reclama ante los olvidadizos, sobre todo de la Federación, la valoración de su trabajo. El reconocimiento de sus pupilos, lo que más le importa, no está en duda.

La vida de Miguel García (43 años) está fuertemente asentada sobre tres pilares que colman sus necesidades: su trabajo como responsable del grupo de velocidad de la Federación Española de Piragüismo; su mujer Paula y sus dos hijos, Keira de 10 años e Íker de cinco; y las tertulias con sus amigos. Y es feliz. Tanto que cuando se enfrenta consigo mismo ante el espejo piensa: "!Miguel, amigo, eres un tío con suerte!"

El piragüismo es a la vez una obligación y una devoción. Empezó con 12 años por carambola, para estar cerca de sus amigos del barrio y se enganchó después de quedar varias veces tirado en el agua. A partir de ahí todo cambió. Con 16 años empezaron las concentraciones en el CAR de Sevilla y Madrid, y todo el esfuerzo se vio recompensado con su clasificación para Barcelona y Atlanta, pero quizás su mejor recuerdo sea el bronce en K1 200 que logró en el Mundial de México en 1994.

Con 28 años llegó otra decisión vital. Dejó el agua porque la Federación pasaba por un momento convulso de caos sin control y de pronto se vio con el chándal de entrenador. Empezó con el equipo junior en el Mundial de Curitiba (Brasil) en 2001, donde coincidió con Saúl Craviotto, Javier Hernanz y Castañón entre otros, y la progresión fue espectacular porque en 2002, coincidiendo con el Mundial de Sevilla, pasó al equipo absoluto con el candasín Carlos Prendes como responsable del grupo de elite. Y ya no se bajó de ahí hasta ser "el mejor del mundo", en palabras de Craviotto. "Ha sido deportista y aparte de dominar la técnica y la planificación deportiva, es capaz de ponerse en nuestra piel. Sabe lo que hace", añade.

Nadie tiene una varita mágica para lograr el éxito y Miguel García tampoco. Su secreto está en tratar de explotar al máximo las condiciones de cada piragüista, pero hay muchos factores que influyen. Defiende que un porcentaje altísimo del éxito le corresponde al deportista, pero está claro que un muy buen deportista mal entrenado, sin instalaciones y sin ayudas tampoco va a llegar. Todo influye.

El trabajo le ocupa muchas horas y se las da con gusto, pero es consciente de que eso le resta tiempo para su familia, aunque siempre intenta dedicarles el fin de semana. El hecho de que su mujer también haya hecho algo de piragüismo ayuda a llevar mejor las separaciones, pero es ella la que carga en el día a día con el cuidado de los niños. A cambio, él hace la cena y los acuesta.

El poco tiempo que le queda libre es para sus amigos, con los que se le puede ver a menudo por Luanco y que juegan un papel importante en su vida tanto dentro como fuera del deporte. Sus continuos viajes no le impidieron conservar la pandilla de la niñez en el pueblo y estima profundamente su amistad. Le gusta estar con ellos y a ser posible no hablar de piragüismo, aunque en estas fechas es imposible.

Demanda de los demás la transparencia y la honestidad que ofrece y le gana la gente sencilla. Le molestan los charlatanes que se prodigan en halagos gratuitos, y nunca jamás comenta nada de quienes le son antipáticos.

Es competitivo y la piragua le enseñó que para conseguir algo en el deporte y en la vida hay que trabajar duro porque los rivales tampoco regalan nada. Compaginó la piragua con los estudios, una exigencia impuesta por sus padres para poder remar, y poco a poco fue sacando Magisterio por la rama de Educación Física, aunque nunca llegó a ejercer, y le queda la espina de no haber podido cumplir su sueño de hacer INEF por falta de tiempo.

Miguel García mide 183 centímetros y anda por los 84 kilos, pero en un deporte de "cuerpazos" forjados en duras sesiones de pura fuerza en el gimnasio; siempre fue el competidor más pequeño, el más enclenque, sobre todo comparado con los representantes de la antigua Europa del Este que por aquel entonces ya estaban bajo la sospecha del dopaje, aunque él siempre pensó que en el deporte de elite hay más gente limpia que tramposa.

El oro de Craviotto y Perucho en Pekín (K2 500) le afianzó en su idea y para él fue un alivio comprobar que no hay que doparse para conseguir la gloria olímpica. De hecho lo dejaría todo si no fuera así porque no podría trabajar con ilusión día a día y sacrificar a su familia sabiendo que no habría ninguna recompensa.

Sus allegados conocen el "tremendo genio" que le lleva a explotar de rabia durante 10 segundos, pero saben que después no queda nada. No es capaz de mantener el enfado y eso algunas veces incluso le molesta porque se calla cosas para evitar conflictos que le acaban dejando mal cuerpo. "No quiero problemas, así que me intento amoldar a las situaciones y seguir mi camino", comenta a modo de justificación.

Confiesa que no lee muchos libros, aunque si la prensa diaria, y le encanta tener momentos para sí mismo, para estar solo. Y de ese modo, solo, es como más le gusta ver las carreras de sus pupilos. Primero desayuna con ellos y les acompaña al agua. Intenta adivinar sus sensaciones y captar su estado de ánimo mientras calientan, y después se aparta. Busca un sitio donde pasar desapercibido porque se pone muy nervioso y no quiere estar con gente.

La llegada a la meta, la certificación de la medalla, es una explosión de alegría, una liberación después de cuatro años de duro trabajo y la primera llamada es para Paula. No son capaces de decir ni una palabra porque lloran los dos desconsolados, pero no importa. Los sollozos dicen todo lo que es importante y les une.

El segundo subidón llega con el podio, sobre todo si suena el himno. "Ese es un momento bestial", confiesa con una amplia sonrisa y los ojos brillantes. Lo último es el abrazo con el ídolo y más lágrimas de infinita felicidad tras conseguir el objetivo marcado. Es un abrazo profundo y sincero de reconocimiento y agradecimiento mutuo por el trabajo realizado día tras día.

Es un hombre de su tiempo que vive los problemas actuales. Recibe más de la información que aporta a las redes sociales y tiene una especial preocupación por el papel que juega internet en los más pequeños porque puede llevarles a un estilo de vida muy sedentario. Le gusta ver a los niños corriendo, gritando, y jugando en la calle pero sobre todo, muy morenos al final del verano.

Piensa que los políticos no cuentan ni la mitad de las cosas que pasan y califica de "vergüenza" lo que se vive en España, con dos elecciones por su incapacidad para entenderse. Un problema que él achaca a que "están acostumbrados a vivir en el mandato y no se quieren molestar para cuando les toque a ellos".

El futuro es duro para todos, pero él se ve en Tokyo peleando por el podio. Los buenos resultados no pasan desapercibidos y Miguel García tiene importantes ofertas para entrenar en el extranjero, pero no está por la labor porque eso significaría trasladar a la familia. Además, en el pantano de Trasona tiene buenas condiciones para trabajar gracias en parte a que el Principado mantiene las instalaciones y a la colaboración de la Unidad de Medicina Deportiva de Avilés, a los que siempre cita a la hora de los agradecimientos.

Lo que es seguro es que seguirá con Craviotto, al que no imagina dejando la piragua, sobre todo si mantiene la ambición de lograr otra medalla e igualar a David Cal como máximo medallista olímpico español. La duda es la distancia. El Comité Olímpico Internacional baraja cambiar para Tokio el K2 200 (en el que logró el oro Craviotto con Cristian Toro) por el K4 500 y que siga el K1 200, y el técnico piensa que al campeón le encaja muy bien.

Miguel García es de Luanco y ejerce como tal, pero su padre es de Candás y no siente para nada la rivalidad, al contrario está muy orgulloso de su tierra paterna. Sus vecinos le aprecian mucho y dicen de su olímpico más laureado que es "un luanquín más, un chico discreto y sencillo que nunca dio nada que hablar en el pueblo y que se casó con su novia de toda la vida".

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