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Concejo De Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Cosas de guajes

Las aventuras, los juegos y los miedos de los niños, antes muy abundantes en el concejo y ahora más bien escasos por el imparable envejecimiento

Cosas de guajes

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

En Bildeo hubo un tiempo en que los críos eran una verdadera plaga. Por eso, Mary Carmen, de cinco años, preguntó extrañada a Francisco el Taberneiro por qué él y Benita no tenían hijos, era la única casa del pueblo donde no había jaleo.

-Es que Benita no sabe escribir a París para que nos traiga alguno la cigüeña.

Ahora lo que tenemos es un frente de juventudes que mete miedo, pocos bajan de setenta y cinco u ochenta años. Cuando aquellos guajes eran escolares y llovía o nevaba a la hora del recreo, no podían jugar a los bolos, ni al pañuelo, pero se refugiaban debajo de un hórreo cercano donde pasaban la media hora con algún juego más estático; solían empezar formando un corro y uno de los mayores formulaba una pregunta que servía de introducción a un juego:

- ¡Y yo pregunto...! (así entraba el que iniciaba el juego).

-¡Si las cabras tienen unto! (contestaban a una todos los demás).

No dejaba de ser una pregunta con miga, porque la grasa o manteca que incorporan los animales debajo de la piel y en algunas otras partes, en unos animales se llama sebo y en otros, unto.

El sebo es la grasa de los herbívoros, buey, vaca, oveja y cordero; especialmente, la que se encuentra alrededor del lomo y los riñones; es sólida, funde fácilmente y se utilizó muchísimo para freír en Bildeo... y en más sitios. Aunque les parezca mentira, antes de cambiar al aceite vegetal puro en 1990, la cadena de comida rápida más famosa del mundo cocinaba sus patatas fritas con una mezcla del 93% de sebo de ternera y un 7% de aceite de semilla de algodón.

El unto es la grasa del cerdo, muy utilizada en Bildeo para reforzar los cocidos tradicionales de legumbres, incrementando su contenido graso. Así se hizo durante siglos, sin que este maravilloso lugar se llenase de obesos, aparte del gordo del pueblo, que siempre hubo uno, además del cura. La pena es que cuando aparecieron las máquinas y la gente dejó de trabajar tanto, los platos siguieron igual de abundantes y grasientos, dando como resultado barrigas con apariencia de horno de pan que llenan la consulta del médico de triciclos, (triglicéridos), tremosis, (trombosis), colesteroles, etcétera.

Francisco Colasa metía el miedo en el cuerpo a los chiquillos con unos cuentos espeluznantes protagonizados por un tal Sacamantecas, que perseguía a los infantes para comerse las susodichas que los pobres infantes llevaban, sin saberlo, por la parte de los riñones. En esos días de lluvia, ganaban los juegos de adivinanzas y similares, como los de aguantarse sin reír. A lo mejor les suena éste:

Cirigaña, arriba vaya,

cirigaña, arriba vaya.

aquí hay oro,

y aquí hay plata.

¿Quién lo gana?

El Rey de España.

Al primero que se ría,

unas buenas orejadas.

También se contaban historias de la serie marrón en las que abundaban las cagadas, los culos y los pedos, tal vez porque los chiquillos de las aldeas eran menos escrupulosos, al fin y al cabo estaban todo el día rodeados de cucho. Y el dichoso cuento del primer calzoncillo que se utilizó en el pueblo, que se mantenía colgado de un palo a la entrada del pueblo para que lo utilizase cada paisano que tuviese que ir al médico o presentarse a las autoridades, para no dar el cante en caso de quedar en paños menores, con la única instrucción necesaria: "lo cagao, p'atrás", como es lógico.

Esa leyenda aldeana todo el mundo la atribuye a Bildeo sin fundamento alguno, como si esto fuera Lepe, pues aquí hubo emigrantes desde el principio de los tiempos, gente muy viajada que no hubiera permitido que un bildeano hiciese el ridículo. Lo que sí admitimos, muy a nuestro pesar, es lo que le sucedió a un chavalete, Policarpo el Zátaro (zátares son los pegotes de cucho que no deberían llevar las vacas adornando sus cuartos traseros, pero que ahí están); le trajeron de Oviedo unos calzoncillos, prenda que no había puesto en su vida; la primera vez que tuvo que hacer sus necesidades entre las berzas y con cierta urgencia, Policarpo bajó los pantalones como siempre, pero no se acordó de bajar esa otra vestimenta que llevaba puesta, así que, una vez realizada la evacuación fisiológica, se puso en pie y miró atrás para comprobar la calidad del producto expelido; como no viera nada, expresó su desconcierto con un:

-¡Huy, you caguei pero nun caguei!

Uno de aquellos sabios de Atenas que llevaba tiempo persiguiendo la pieza filosófica que le faltaba, expresó su gran alegría al descubrirla exclamando "¡eureka!"; el amigo Policarpo también encontró la explicación del misterio, la tenía pegada a su trasero.

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