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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Baberías

Las andanzas de Isidro, el descubridor del pueblo, y su mujer Crisanta con los caracoles y el uso de estos animales como remedio cosmético de andar por casa

Baberías

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Hace tiempo describíamos la innovación diseñada por Isidro, el inventor de Bildeo, para localizar vacas extraviadas de noche en el monte, ninguna bobería porque perder una res sale caro. Aquellos "buscavacas" eran unas bolsas de plástico transparentes con luciérnagas en su interior y sujetas con cinta aislante sobre los lomos de los rumiantes. Disfrazar vacas de aquella guisa era un verdadero crimen, pero la ciencia es la ciencia.

A un arriero de León que se acercaba a Bildeo de noche con su recua por el camino antiguo, atravesando montes, la visión de unas luces misteriosas que él identificó como la Santa Compaña le provocó una humillante cagalera, curada con trallazos de aguardiente en casa de Francisco el Taberneiro, mientras le explicaban lo del buscavacas.

Isidro gastó una fortuna en pagar a los chavales la recolección de cientos de luciérnagas y en abonar la multa de tres pares que el ICONA le metió por contribuir a la extinción de esos gusanos luminosos, que se encienden cuando los abrasa la pasión sexual, no somos tan diferentes. Las vacas, con su manía de pasar bajo los piornos para rascarse el lomo, arruinaban las bolsas en ese rasqueteo. Resumiendo, al carajo el invento.

Años después, cuando las lámparas led invadieron el mundo, Isidro probó con mantas eléctricas luminosas jaspeadas de ledes y visibles a gran distancia, encontrándose con el mismo problema que la NASA: el suministro de energía. Esta carencia animó a nuestro inventor, pues dedujo que si él tenía las mismas dificultades que los científicos norteamericanos, iba por buen camino. Una batería para cada rumiante salía cara y pesada de llevar, no digamos si era una oveja la portadora. Las mantas eléctricas, o electrificadas, chamuscaron docenas de vacas, algunas palmaron electrocutadas, tras haberles colocado unos pararrayos en los cuernos buscando captar electricidad estática o atmosférica, la que llegara primero. Isidro no lo consiguió, pero se hizo experto en tensión ambiental, la provoca él entre los vecinos cada vez que inicia algún experimento, pero nunca logró canalizarla en beneficio propio, sólo consigue que le metan unas morradas.

Su intento más reciente de forrarse y pasar a la posteridad tuvo que ver con unos laboratorios de productos de belleza de París; Isidro pastoreaba su ganado cuando leyó en una revista atrasada que un supuesto científico francés ensalzaba las propiedades de una crema rejuvenecedora de la epidermis femenina que tenía como componente principal la baba de caracol.

Allí mismo, sentado en la pared de una finca mientras el ganado comía el paisaje, vio un caracol de buen tamaño pegado en el hueco de una piedra; lo arrancó de su lugar y lo posó sobre el dorso de la mano; parecía aletargado, pero enseguida cobró vida, fue saliendo de la concha y comenzó a deslizarse brazo arriba. Isidro le buscó unos compañeros de viaje; los dejó progresar un rato, corrigiendo su posición para que le babeasen en condiciones hasta más arriba del codo y repitió la operación varias veces hasta que llegó la hora de volver a casa con el rebaño. Una vez las vacas en la cuadra, fue en busca de su mujer.

Se llama Crisanta, los vecinos también le dicen Crispanta, porque entienden que la pobre mujer esté tan crispada como espantada de las ocurrencias de Isidro, un rompehuevos recalcitrante que ya estuvo a punto de quedarse viudo en varias ocasiones, tras haber puesto en peligro la vida de su santa esposa.

-Pasa los dedos por aquí, -le pidió.

-¿Por dónde?, -su mujer no se fiaba un pelo de él, siempre le armaba trastadas a cual peor.

-Por aquí, por el brazo.

Ella lo hizo, sin dejar de clavarle los ojos, escamada.

-¿Qué notas?

-Está pegajoso, como barnizado.

-¿Y sabes por qué está así?

-¿Anduviste pegando las suelas de los zapatos con disolución y se te fue la mano...?

-No, mujer, eso que notas es baba de caracol.

Ella dio un paso atrás, muerta de asco.

-¿Con qué guarradas andas esta vez?

-Nada de guarradas, Crisanta; estoy investigando lo mismo que los laboratorios de belleza, esos que cobran los potingues para las mujeres a millón la taza. Traigo aquí una bolsa llena de caracoles, voy a ponértelos en los brazos para que veas con tus propios ojos algo milagroso.

-¡Isidro, me cago en tu güela! ¡No te me acerques con esos bichos, póntelos tú en el focico... o en el..., póntelos donde quieras, pero a mí déjame en paz!

-La baba que segregan nutre la epidermis de la cara en profundidad, este asunto puede ser lo que llevo años buscando...

-Isidro, ponte p'allá, no me toques lo que no tengo... Y antes de cenar... ¡Has de lavate bien primero, marrano!

Seguiremos informando.

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