"Andái de día, que la nueche ye mía". La salmodia que repetía antaño la güestia, también conocida como santa compaña, regresó ayer al cementerio de La Carriona. "Cuando estábamos vivos andábamos por estos figos, agora que tamos muertos andamos por estos huertos", corearon las tres almas en pena con las que comenzó la recreación de las tradiciones y leyendas asturianas relacionadas con la noche de Difuntos. El espectáculo estuvo producido y desarrollado por "La Ponte. Ecomuséu" y la entidad "Lláscara", y congregó a un nutrido grupo de personas, que recorrieron el cementerio recordando y aprendiendo tradiciones.

"Queríamos una actividad especial coincidiendo con la noche de Difuntos desde las tradiciones asturianas", explicó uno de los responsables, Pablo López. Y así, frente a las dos opciones más extendidas en la sociedad actual (honrar a los muertos en el cementerio y participar en fiestas de Halloween) la propuesta fue conocer las tradiciones asturianas. Y eligieron Avilés porque el de La Carriona es "un cementerio muy guapo para hacer esta actividad, visitable", según apuntó López.

Los participantes en la representación se caracterizaron para la ocasión, pero no pretendieron asumir el papel de actores, sino de guías por esta singular visita que se realizó con las luces ya cayendo y la niebla densa sobre la ciudad. "Seguro que todos sabemos qué es Halloween, pero muy pocos se acuerdan ya de lo que se hacía antaño en Asturias", aseguró Pablo López a los visitantes. Y explicó: "La Iglesia católica empezó a ver estas celebraciones como costumbres paganas, y luego llegó Halloween a nosotros a través de la televisión y se convirtió en una moda cada vez más arraigada".

En cambio, hace décadas se consideraba que estos días el mundo de los muertos estaba muy cercano al de los vivos. Y uno podía encontrarse, por ejemplo, a la güestia, una procesión de ánimas en pena que podían condenar al incauto a acompañarlas en su peregrinar. También podía ver un fuego fatuo, un fenómeno racional y perfectamente explicable, pero que entonces se asimilaba también con almas en pena.

Una joven vestida de asturiana fue la encargada de explicar cómo se vivía la noche de Difuntos en los hogares. Las familias asaban castañas para ofrecer a los muertos. Si al meterlas en la cocina de carbón alguna estallaba, se pensaba que eran las quejas de las almas de los muertos en el purgatorio. No se podía barrer en casa, para no echar a ningún ánima fuera. Y se les dejaba un plato para comer. También era habitual llevarles a las tumbas del cementerio un vaso de vino dulce. "Mucha gente hablaba con los muertos y era capaz de ver los entierros antes de que sucediesen", explicó. En definitiva, la costumbre era honrar a los antepasados y era "casi tan importante como la religión". La muerte, por último, fue la protagonista del último tramo del recorrido.