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Las brujas Picoreta y Apestosa (y 2)

Las maldades de las tías de Peladilla a su paso por Avilés y el misterioso niño que accedió a la vivienda mágica

La avilesina Paula Pérez, que colecciona los relatos infantiles de LA NUEVA ESPAÑA.

-¡Ahí estás, Peladilla! Venimos a quedarnos unos días en la Mansión de los Cuentos -dijo su tía, la Bruja Apestosa, mientras su aliento recaía sobre su joven sobrina.

-¿De qué cuervos?, -preguntó la Bruja Picotera. -No, no, a mí déjame de esos pajarracos que luego me pican, -reprochó Picotera, como siempre sin enterarse de nada, mientras que su hermana Apestosa la miraba con cara de desesperación.

La buena de Peladilla sabía que daba igual lo que les dijera a sus tías, pues siempre hacen lo que les da la real gana y de nada serviría decirles que no hay sitio en la Mansión, o que está muy ocupada... Si sus malvadas tías decidían quedarse, no habría nada que hacer.

Estos días, una niebla muy espesa cubría las calles de Avilés haciendo casi imposible pasear. ¿Os pensabais que la aparición de la niebla en los días próximos a Halloween había sido por casualidad? ¿No, verdad? ¡Fue cosa de brujas! Picotera y Apestosa fueron las culpables. Les encanta hacer sus apariciones a través de la bruma, se creen más importantes. Cuando ellas están cerca, una niebla misteriosa cubre la ciudad, así que debéis tener mucho cuidado por si os encontráis con ellas cara a cara.

Pero las brujas no están solas. Picotera, además de su hermana (con quien, por cierto no se lleva muy bien), tiene a su fiel amigo Apichurro, un murciélago algo menos malvado que ellas pero con quien comparte su afición de fastidiar el día a la gente, sobre todo a los niños y niñas.

A Apichurro hay algo que le encanta sobre todas las cosas, algo que le fascina más que llegar a casa y ponerse su albornoz rosa con arañitas estampadas o ponerse sus zapatillas de lacitos. Lo que adora Apichurro son los bebés, precisamente lo que las brujas consideran despreciables y malolientes...

Como las terribles brujas y su compinche se aburrían en la Mansión de los Cuentos con "la ñoña" de su sobrina Peladilla, como ellas la llaman, decidieron salir a revolotear y ver que malvado plan podrían llevar a cabo. Vieron cómo un niño lloraba porque suspendió Matemáticas.

-¡Bien!- gritó apestosa. -Ahora sus padres le castigarán, ¡eso es fantástico!

Y diciendo esto comenzó a reír a gran volumen, con su carcajada aguda, propia de toda bruja. Mientras seguían sobrevolando Avilés, vieron a una niña en carricoche que perdía su zapatito en la calle del Sol; a otra niña en la calle de la Estación se le caía su trozo de pan, un niño en recibía un buen pelotazo en El Quirinal y otro, en la Ferrería, pisaba un charco con sus zapatos nuevos. ¡Las brujas estaban muy felices por ello y disfrutaban como nunca!

-¿Qué era lo que teníamos que hacer? ¿Dónde íbamos a ir? ¿A la pescadería, a cardarnos el pelo, a comprar longaniza?, -dijo la despistada de Apestosa.

-¡Qué va, no graniza! ¡No ves que no llueve!, -reprochó Picotera. A veces, pienso que eres idiota, hermana.

Apestosa frunció el ceño como siempre; su hermana seguía sin enterarse de nada.

Pero lo que nunca se imaginarían las malvadas brujas es que hubo alguien capaz de verlas. Un pequeño de menos de dos años, atento, travieso y vivaracho se percató de su presencia. Se dio cuenta perfectamente de que las dos malvadas brujas y su compinche Apichurro cruzaban el cielo avilesino a toda máquina. No les quitó ojo. Menos mal que las terribles brujas no se dieron cuenta... Pero el niño las siguió con su vista y supo donde se alojaban...

Mientras las brujas seguían sobrevolando la ciudad, tratando de chinchar a los niños y pensando en lo que tenían que hacer, Peladilla se dio cuenta de algo terrible. ¡Sus malvadas tías se habían dejado abierta la puerta secreta de acceso a La Mansión de los Cuentos! Y no solo eso, ¡el niño que las había visto, ya estaba accediendo a la Mansión!

Si queréis saber qué ocurrió con este niño travieso, no os perdáis el próximo cuento...

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