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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Heces somos

Los problemas de Manolón Fardel para hacer de vientre y la locuacidad de su mujer en la consulta del médico

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De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Manolón Fardel fue al consultorio médico de Bildeo por un dolor continuado de barriga que tenía. Tras un cuarto de hora describiendo dolores, espasmos, trallazos y punzadas, el doctor don Cheluís estaba abrumado de tanto escribir y desescribir, anotando y tachando a medida que Manolón iba relatando dolencias contradictorias e intermitentes, diagnosticadas por él mismo, junto con un listado de síntomas que tendía al infinito. Antes de arrancar, desesperado, las hojas del bloc, el médico preguntó a su enorme paciente si había venido su mujer, La Fardelona, con él en la consulta.

-Sí, está ahí fuera.

-¿Y por qué no está aquí con usted?

-Porque si entra, lo dice todo ella y no me deja hablar.

-Por eso mismo, dígale que entre.

Un minuto después era la mujer la que explicaba con mucha más precisión lo que le pasaba a su marido; le costó dos palabras fundamentales, seguidas de un torrente de explicaciones accesorias:

-No caga; eso es lo que le pasa. Pero él se empeña en darle vueltas al asunto y llevo una temporada escuchando sus diagnósticos día y noche: si será un herpes, un cólico nefrítico, algo del hígado, del páncreas, del intestino... cuando él ni sabe dónde tiene esos órganos, porque cuando menciona el hígado señala el ombligo y cuando habla del páncreas pone la mano en el culo.

El médico palpó durante un rato la gran barriga de Manolón, que yacía en la camilla, indefenso, rugiendo de vez en cuando, si el médico apretaba en alguna zona más sensible. Mientras el hombre se vestía, don Cheluís pasó a la parte burocrática:

-Vamos a solicitar al laboratorio un análisis para salir de dudas. Aquí les entrego un tubo para que me traigan una muestra de heces, sólo tienen que mojar este palito en tres o cuatro puntos de los excrementos, meterlo en el tubo, guardarlo en la nevera y traerlo el próximo jueves. Mientras tanto, vamos a darle un laxante para que aligere el vientre.

Manolón estaba enfurruñado como un rapacín caprichoso, de brazos cruzados, morro estirado, haciendo la estatua, mientras su mujer y el médico hablaban de sus dolencias, sin mirar para él. D. Cheluís, al verlo en aquella pose y con cara tan seria, recordó el viejo chiste que tanta gracia les hacía a los críos, aquel del indio estreñido que llega a una farmacia con cara de pocos amigos, cruza los brazos y dice escuetamente:

-Gran Jefe, no caca.

El farmacéutico, curtido en aquella manía de los indios de hablar en infinitivo, le da un laxante que consideró adecuado para el tamaño del animal.

Dos días más tarde, vuelve el indio con cara de menos amigos todavía, se cruza de brazos y dice con voz amenazadora:

-Gran Jefe, no caca.

El farmacéutico va y le da un purgante para caballos percherones.

A los dos días vuelve el indio, los brazos le cuelgan de cualquier manera, la mirada ida, y apenas puede articular:

-Gran caca, no Jefe.

En el camino de regreso a casa, el matrimonio tropezó con Ramón el Tumbao y Pepe Torazo, vaya dos. Ramón tiró de un hilo, después de otro y enseguida estuvo al corriente de las dolencias de Manolón. Adivinando ciertas dificultades a la hora de tomar muestras de las heces, se ofreció voluntario para echar una mano, maquinando inmediatamente alguna maldad.

El purgante hizo efecto, la producción fue copiosa y Ramón acudió solícito a la llamada de su vecino, con su inseparable Pepe.

-Bueno, con este aluvión tan importante igual ganabas una medalla mierdímpica. Se podría tomar la muestra con una cayada, como si la enterráramos en la nieve, a ver qué profundidad tiene. Vale, vale, no te cabrees, Manolón, tranquilo. Hecho el sondeo, metemos el palito en el tubo, el tubo en la bolsa, y la bolsa en la nevera, hasta que lo lleves al consultorio. Hasta tienes mejor cara, qué te parez.

Al salir de casa, Ramón enseñó a Pepe una bolsa con un tubo dentro, igual a la que habían guardado en la nevera.

-¿Y eso?

-Esta es la muestra de Manolón. La que guardaron en la nevera la cogí en la cuadra.

Una semana después de entregar la muestra de heces al médico, no había respuesta del laboratorio; a la semana siguiente, tampoco; a la tercera, don Cheluís llamó interesándose por el análisis, con Manolón y su mujer en la consulta, muy preocupados:

-Se produjo algún error en el envío, - dijeron al otro lado del teléfono-, se habrá contaminado con una muestra veterinaria, porque el análisis corresponde a una burra preñada.

Manolón se levantó como un resorte:

- ¡¡¡Eso fue cosa de Ramón, me cago en su XXXX XXXXX!!!

Seguiremos informando.

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