Desde hace veinticinco años, Carmelo Alonso (1962) sirve bocadillos griegos en la calle de Galiana. No sabe cuántos ha podido vender en este primer cuarto de siglo y tampoco le preocupa el dato. La memoria es cosa del pasado y a Alonso lo que le faltan son años por cumplir. En 1991 abrió el Gyros, un pequeño local que, sin cambios extraordinarios, se ha adaptado a los tiempos e, incluso, ha sobrellevado heroicamente los malos vientos de las crisis, de todas las crisis. Alonso es el último superviviente de aquella época verdaderamente dorada de la calle Galiana, cuando la empezaron a peatonalizar y no se cabía en los soportales.

-A partir de las dos y media apretaba el hambre y empezábamos a vender bocadillos y más bocadillos- evoca.

Alonso no es avilesino. Nació en un pueblín de Palencia que se llama Villasila de Valdavia. Está a unos 80 kilómetros al norte de la capital de la provincia. Tiene mucha historia, pero muy pocos habitantes. "Cuando tenía ocho años, nos fuimos a Alemania, a buscarnos la vida", cuenta Alonso. Aquel viaje al estado de Renania del Norte-Westfalia fue fundamental para la familia del futuro hostelero. La vida que no corría por el cauce del río Valdavia lo empezó a hacer por el del río Dalke, el afluente del Ems que baña la localidad de Gütersloh, que es una ciudad obrera que vive de la industria del libro (Bertelsmann) y del metal (Míele). Pero no sólo de eso. "Allí fue donde aprendí a hacer los bocadillos", descubre. Y eso es fundamental: los bocadillos griegos del Gyros han servido como alimento para los hambrientos perdidos en la marea de los bares cuando la calle Galiana era el centro del mundo y la juventud un divino tesoro y aún hoy.

"Compro los filetes de cerdo aquí al lado, en Vallina. Los adobo y los paso al pincho. Esto lo aprendí a hacer cuando trabajaba en el bar de un griego en Alemania", cuenta Alonso. Aquel griego que le descubrió la fórmula de la carne en pan de pita se llamaba Costas. "Tenía dos bares, uno de ellos en una discoteca", apunta el hostelero. "Yo preguntaba a los españoles que me lo pedían. Todos me decían lo mismo: que les gustaban mucho", cuenta.

Y llegó el momento de dejar Alemania.

Carmelo Alonso está casado con Benita Danta. Los dos se conocieron en Gütersloh y los dos viajaron por primera vez a Avilés en 1990. "Vinimos en vacaciones y nos quedamos; un año después abrimos el Gyros", recuerda Alonso. "Fuimos los primeros en Avilés, pero no sólo en Avilés, en todo el norte de España", apostilla Danta. Veinticinco años dan para el esplendor y la caída de las hamburgueserías castizas, de los locales de sándwiches independientes y también para la llegada de las grandes franquicias. Y Carmelo Alonso se ha mantenido inmutable. "No podíamos seguir a la marcha según iba cambiando de sitio, no nos lo podíamos permitir, así que siempre nos mantuvimos aquí", explica el hostelero, uno de los hombres más populares del Carbayedo.

El Gyros le quita la razón a la teoría de la selección natural de Charles Darwin. Los cambios que ha vivido el local en estas dos décadas y media -"en Carnaval lo celebraremos", promete- son imperceptibles. Ahí siguen las mismas banquetas, las mismas neveras, las cartulinas escritas a mano que anuncian la carta: bocadillos completos, sin cebolla, sin salsa, con ella?

"Aquellas noches de los años noventa fueron de mucho trabajo", cuenta el hostelero. "Ahora las cosas han cambiado: ahora todo es una sorpresa", reconoce Alonso. "No sabes cuánto vas a vender esta noche, ni siquiera si ganarán los pedidos en casa a los del local?", se lamenta. Lo de hacer cola en la esquina de Galiana con la plaza del Carbayedo llegó a ser una verdadera ceremonia.

Y un día la marcha dejó Galiana y comenzó el descenso de la calle. Y los clientes se iban a Rivero, a la Ferrería, a Sabugo? Aquella marcha de la marcha avilesina la sufrieron Alonso y su mujer -los dos, siempre, al pie del fuego y del pincho de la carne-. "Pero no fue peor que la crisis de ahora", sentencia. Ahora todos andan cortos de dinero y todo se mide más. Alonso y Danta llegaron a Avilés antes siquiera de que hubiera comenzado la reconversión industrial, la de las manifestaciones en la calle de la Cámara, la de la reducción de personal en la siderúrgica y en las auxiliares. Cuando "eran otros tiempos" de verdad. Sin embargo, el ímpetu de Alonso y de su mujer, las muchas noches de Galiana, les han mantenido sobrepasando los peligros de las olas y los malos vientos. "Sólo puedo dar gracias a todos los que se acercaron a nuestro bar en estos años", concluye el hostelero.