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La mansión de los cuentos

Albertín y el chocolate

La pasión del pequeño avilesino por comer dulce pese a las constantes riñas con su madre

Niños durante un taller de lectura de los cuentos de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés, en el colegio de Villalegre.

Esta noche, en la Mansión de los Cuentos, la bruja buena Peladilla quiso contarnos más secretos de Albertín. La verdad es que es un niño muy travieso pero a la vez muy simpático (aunque sus travesuras a sus papás no le hagan mucha gracia). Tomad asiento y leed con mucha atención, porque la aventura de hoy no tiene desperdicio...

Un día, la casa llevaba unos cuantos minutos en silencio. Malo, pensó su madre. El silencio nunca es bueno porque quiere decir que Albertín está entretenido con alguna de sus travesuras. Así que su mamá fue a buscarlo. Miró en su habitación, la cocina, el baño... No lo encontraba.

-¿Alberto, dónde estás? ¡Haz caso a mamá!

El silencio continuaba, pero un leve sonido comenzaba a escucharse, un ruido como cuando se arruga papel de plata. La mamá continuó en la dirección del extraño sonido y allí estaba él. Escondido bajo la mesa del salón. Su madre le veía de espaldas. No podía saber lo que su hijo tenía en sus manos que tanto le entretenía, así que se acercó a él, le tocó la espalda y cuando su hijo se giró hacía ella, la madre gritó como loca:

-¡Albertoooooo, suelta el chocolate!

Tenía el hocico y media cara embadurnada de chocolate. De la camiseta y del pantalón, mejor no decir nada... Por no hablar de cómo estaba aquella tableta de chocolate, totalmente roída como si le hubiesen atacado una panda de hámsteres hambrientos. La tableta de chocolate para Alberto es su mayor tesoro. Tan solo escuchar el sonido del papel de envoltorio, es para él como música celestial. Podía estar en la otra punta de la casa, que si escuchaba ese sonido llegaba antes que diera tiempo a respirar. Ese envoltorio de color chillón, ese papel plateado que lo protege... Mmmm...

Albertín miraba a su mamá sonriente mientras aún masticaba y tragaba las onzas de chocolate a dos manos y a una velocidad vertiginosa. Sus dientes estaban totalmente negros, al igual que su baba que goteaba chocolate líquido sin control. Su madre intentó quitarle la tableta, pero Alberto la agarraba con una fuerza casi sobrehumana a la vez que fruncía el ceño y sacaba los morros:

-¡No!, ordenó el niño a su madre.

-¡Que sueltes la tableta de chocolate, niño!, dijo enfadada su madre.

-¡Nooooooo!, imperó tajante Albertín frunciendo aún más el ceño. Estaba realmente enfadado. No había quién lo separase de su querida tableta.

-Mamá se va a enfadar mucho contigo como no me hagas caso, quiso imponerse su madre.

Alberto la miró, y giró su vista hacia la tableta, se lo estaba pensando... No quería que su mamá se enfadase, pero tampoco dejar de comer chocolate, así que hizo lo mejor para todos: con un rápido movimiento y un perfecto golpe de muñeca, metió toda la tableta en la boca. Lo hizo a tal velocidad que su madre apenas pudo reaccionar y cuando se dio cuenta ya estaba todo dentro. Ya no había marcha atrás, tenía todo el chocolate en la boca minutos antes de la hora de comer. Su madre suspiró mirando al cielo, pidiendo clemencia, sin saber que lo peor estaba por llegar. En ese momento, su hijo estornudó y os podéis imaginar cómo quedó el rostro de su madre... Ese episodio prefiere no recordarlo.

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