"La suerte está en la suela de los zapatos, en lo que camina cada uno". Hace esta reflexión Carlos Muñoz González, "Litos", un trotamundos avilesino a punto de cumplir 42 años que el pasado sábado llegó a su barrio, Versalles, tras dedicar 2.514 días a recorrer hasta el último confín de la Tierra. Litos no guarda la cuenta de los países que recorrió en estos siete años; en unos estuvo semanas, en otros pasó de puntillas. "Creo que visité unos ciento diez países o algo más", manifiesta. Rusia, Canadá, Corea del Norte, Centroáfrica o Somalia son algunas de las pocas "asignaturas" que dejó Litos Muñoz por el camino por diferentes razones, desde económicas a burocráticas o de seguridad.

A Carlos Muñoz, un accidente laboral le llevó a replantearse la vida que llevaba. Partió de Avilés aún convaleciente, pero con el sueño de recorrer un mundo tan atractivo como desconocido. De Asturias voló hasta Uruguay, donde tenía amigos de un viaje anterior a ultramar. Con él llevaba una mochila con algo de ropa, un neceser, un ordenador portátil y una cámara de fotos. Su teléfono móvil lo dejó en Avilés. Llevaba también la bandera de Asturias y una imagen de la Santina que, según su madre, Feli González, tiene previsto donar ahora al Museo de Covadonga. Con él iba, asimismo, su inseparable bastón, que le ayuda a caminar.

Recorrió el continente americano de cabo a rabo siempre por tierra. "No entré en Canadá por cuestiones económicas", explica. Estuvo en la Patagonia, el desierto de Atacama, la Gran Sabana... También navegó durante un mes por el río Amazonas y cruzó en una lancha de Colombia a Panamá por el archipiélago de San Blas "que dicen que tiene 365 islas, tantas como días del año". Su viaje continuó entre paisajes de ensueño y en Uruguay, a donde regresó una vez más, embarcó con destino al continente asiático, donde pasó tres años. "En Asia tardé unos cinco meses en adaptarme, pero es cierto que cuanto más tiempo estás más te enamora", precisa. Recorrió prácticamente todo el continente, y se encaprichó de Filipinas, donde espera volver a más tardar en 2017.

En un paréntesis por Asia viajó hasta Oceanía: Australia le gustó, Nueva Zelanda le engatusó. De nuevo en el continente más extenso y poblado de la Tierra, Carlos Muñoz dio el salto a India, donde estuvo medio año. "Es un país que puedes odiar y amar al mismo tiempo. Los países más bonitos del mundo puede que estén en el Norte de este territorio", señala, y se refiere a Nepal como un país "increíble y diferente". Del país más superpoblado pasó, reconoce, a uno de los súper ricos: los Emiratos Árabes. "Dubai es como un parque temático", precisa. Ya en Irán cruzó en coche la frontera afgana. "Viajar como lo hice yo, con una mochila, durmiendo en albergues, en habitaciones con camas compartidas, es duro física y psicológicamente, aunque no me considero un héroe", manifiesta. Y cuando las cosas se tuercen, apunta, esa fortaleza mental se necesita aún más. Sabe bien lo que dice.

En Afganistán, Litos Muñoz se dispuso a atravesar un área controlada por los talibanes, hacia el corredor Wakhan, el pamir afgano, el área de Koseva de fuerte insurgencia talibán. Viajaba infiltrado, no podía hablar bajo ningún concepto. "Las fuerzas y comandos de seguridad afganas me descubrieron, me sacaron del coche, me llevaron al cuartel durante varios días. Fue entonces cuando el capitán de las fuerzas afganas me escribió una carta de protección y me sacaron del país escoltado. Me dejaron en la frontera de Tayikistán", explica este hombre que describe a los afganos como "gente maravillosa, pero con miedo a bombas que pueden estallar en cualquier momento".

De ese país convulso políticamente, Litos Muñoz pasó a Kirguistán, donde compartió la vida de los nómadas. Lo mismo había hecho meses antes en Mongolia, donde convivió con los últimos cazadores con águila. De Asia, el Marco Polo avilesino cruzó a África pasando de Jordania a Egipto en barco. Recorrió toda África, el que considera "el continente más caro de los cinco para un mochilero". En este caso, Muñoz viajó acompañado de otro viajero con el que pudo compartir gastos. "Nunca por ser blanco sentí racismo en África, siempre me trataron como a un igual", recalca este hombre que sufrió igual que le había pasado en Asia viendo a los niños trabajar sin descanso. Por eso cuando llegó a Europa lloró al ver a los críos perfectamente ataviados. Europa decepcionó a Muñoz que, no obstante, guarda buen recuerdo del Este.

"Europa es muy fría en invierno, y hay una obsesión desmedida por el dinero", destaca. Por este motivo, de Suiza regresó al Caribe para poner punto final a su viaje con unos rayos del sol. Fue a Santo Domingo y también a Cuba, donde cogió el avión con destino a La Coruña el mismo día que murió Fidel Castro.

En su viaje de siete años, Carlos Muñoz sufrió el llamado mal de altura, insolación, aprendió a hablar "inglés de viaje" y también versos del Corán que le sacaron de algún atolladero. Ahora descansa en Avilés, pero sabe que volverá a partir. Carlos Muñoz ha encontrado la felicidad viajando, como Phileas Fogg.