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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Historia de una pared

Las prácticas durante la Guerra Incivil en el concejo y los homenajes posteriores, con peculiaridades relacionadas con ambos bandos

Historia de una pared

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Acaba de desplomarse en Bildeo La Pared de los Tiros, recuerdo trágico de una época pasada; se vino a tierra por causas naturales, sin dañar a nadie, afortunadamente. Los pocos turistas que recorrieron estas caleyas, los caminos interiores de los pueblo son caleyas, siempre pasaron de largo sin reparar en aquella pared diferente, de dos metros y medio de altura por cinco de longitud, era todo lo que quedaba de un antiguo caserón derrumbado muchos años atrás, el resto fue aprovechado para construcciones posteriores.

El nombre se lo puso la gente durante la Guerra Incivil, que aquí "sólo" duró un año y pico; lo que mucho suplió fue la posguerra, que según algunos todavía no terminó. Aquel paredón debió parecerle adecuado a algún jefe miliciano, pues fue utilizado repetidamente como escenario para fusilamientos derivados de sentencias dictadas por la entrepierna, convirtiendo Bildeo en un centro de ajusticiamiento comarcal en el que se dieron casos de "fusilado por fascista", a uno que en realidad era un meapilas, un santurrón; "colaboracionista con el enemigo", a otro, por esconder a un cura en el desván; "traidor a la causa" por negarse a que le requisaran unas cuantas vacas... Curiosamente, los nacionales dieron a La Pared de los Tiros igual cometido que los rojos, basándose en sentencias emanadas de la misma jurisdicción anatómica, pero eran más eficientes, fusilaban más y mejor, tenían buenos mosquetones, estaban entrenados y dispusieron de mucho tiempo para encontrar culpables de lo que fuera.

Tras las contiendas nacen chiquillos a mansalva para sustituir a tantos muertos y desaparecidos, será la naturaleza, o simplemente que la gente quiere gozar un poco después de haber penado tanto; las camadas de chiquillos que repoblaron Bildeo pasaron incontables horas hurgando en La Pared de los Tiros, extrayendo miles de balas incrustadas en los resquicios de las piedras, para luego guardarlas en viejas latas de galletas junto con otros tesoros. No hay casa en Bildeo que no haya conservado durante décadas un puñado de aquellos cachos de plomo, recuerdos de la niñez, aunque a día de hoy habrán desaparecido pues aquellos niños son ahora viejos, sus descendientes andan por el mundo y las paredes tiroteadas no le interesan a nadie.

Unos quince años después de la contienda corrió el rumor de que iban a poner una placa en aquel lugar, en recuerdo de los fusilados. Puede que el Gobernador Civil estuviera de viaje o que no hubiera leído con la debida atención aquella solicitud, cursada por un alcalde algo loco y apoyada por un comandante de la Guardia Civil, el caso es que alguien dio el plácet a la placa.

Al bautizo de la pared asistieron todos los vecinos, previamente animados por la Benemérita. Algunos, como Celedonio y Andrés, cuñados, tuvieron una necesidad urgente de ir a por un carro de leña al monte y allí los fueron a buscar los del tricornio, convenciéndolos para que hiciesen acto de presencia.

Por parte de las autoridades asistieron el cura, antiguo capellán militar, el mencionado comandante, acompañado de un teniente y media docena de números. Hacía años que no se veía por allí tanto uniforme ni tantas estrellas, el alcalde pedáneo, el del concejo, el médico, el veterinario, el maestro y Justo, el gaitero.

El cura se revolvía, inquieto, presentía algo desagradable, no sabía qué, pero le bastaba con ver lo bien que se entendían el jefe de los civiles y aquel alcalde rojo, mal rayo los partiera. El comandante dio la orden con un ruego:

-Señor Alcalde, proceda, por favor.

Justo terminó de inflar el fuelle y entonó el himno nacional; la cortinilla descubrió lenta y solemnemente una placa de granito que rezaba: "En memoria de todos los que aquí perdieron su vida con motivo de la Guerra Civil. Bildeo, 1955".

El cura miraba insistentemente al comandante conteniendo su rabia, ay si fueran otros tiempos... Los vecinos ni siquiera respiraban. El comandante habló como un maestro habla a sus alumnos, con voz serena para despertar emociones:

-Muchas gracias a todos por acompañarnos en este sencillo acto. Entre otras personas, aquí fusilaron en 1937 a mi tío Serafín Menéndez Álvarez, por ser sacerdote, y en 1938 a su hermano, Eladio, mi padre, maestro de escuela republicano, que muchos de ustedes recordarán. Que nunca se repitan muertes como aquellas. Señor cura, es su turno.

El antiguo páter farfulló un responso ininteligible, que los presentes cerraron con amenes diversos, tras lo cual retornaron a sus casas.

Lucía un sol radiante; una sensación de felicidad iluminaba el rostro del comandante, tras haber saldado una antigua deuda, consciente de que su futuro comenzaría a nublarse ese día, igual que el del joven Alcalde, que pronto perdería su cargo para volver con sus vacas, de las que no se había alejado mucho.

Seguiremos informando.

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