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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

La segunda vida de una mula

Una lección de manejo y doma de animales de tiro

La segunda vida de una mula

De nuestro corresponsal, Falcatrúas

Luciano, de en Cá los Alumbraos, familia bildeana que trapicheaba con el carburo de los candiles, compró una mula en una feria; sin ser tratante profesional, algo entendía del asunto y aquel era un buen ejemplar, menos de veinte años, así que tratándola bien y yendo las cosas al derecho le duraría otros diez o quince; no le había resultado cara, le sorprendió un poco que no le hubieran pedido más, pero bueno, la trajo para casa, todo normal, todos contentos, había sido una buena compra.

A los pocos días aparejó al animal para arrastrar los montones de yerba curada diseminados por un prado hacia la cabaña construida en una esquina de la finca. La mula era mansa, se dejó hacer sin demostrar ningún resabio, siempre hay que tener cuidado con animales desconocidos que pueden darte una sorpresa desagradable en cualquier momento.

En las aldeas, la gente, como no tiene estudios, considera que los animales no son personas, los respetan y eso, pero no los cubren con jerséis o gabardinas ni los meten en la cama a dormir con ellos, tampoco los comen a besos ni les compran juguetes de importación. En su ignorancia, la gente de los pueblos cree que los animales tienen que cumplir su cometido en la casería, según la especie a la que pertenezcan, dar leche y crías, tirar del carro, cargar leña o sacos, guardar la casa, el ganado y las propiedades, cazar ratones, poner huevos; vamos, lo de toda la vida.

Pasó una soga por detrás y por la base del primer montón y cuando tuvo el tiro enganchado al arnés, arrimó el hombro empujando y arreó al animal. A la mula le costó unos tirones mover la masa de hierba, que parecía haber echado raíces; Luciano empujaba a su vez todo lo que podía y así, tras el tremendo esfuerzo inicial, lo fueron arrastrando con cierta facilidad en dirección a la cabaña. Luciano iba pendiente del montón, para que no se desmoronase, todo iba bien, la cabaña estaba a menos de cien metros, en total eran una docena de maniobras como aquella, podría estar todo terminado para el mediodía.

De pronto se fijó en que la dirección que tomaba la mula no era la correcta, no enfilaba hacia la cabaña, iba atravesando el prado; dio una voz y golpeó con la guiada en el montón de hierba por la izquierda, para que el animal supiera que por allí no se iba, consiguió que rectificara mínimamente pero volvió a caer hacia la misma mano. Por más que el hombre corrigió la trayectoria del animal, éste no seguía recto, siempre caía hacia la izquierda. Sospechando algo, la soltó y la arreó para que echara a andar sola: efectivamente, la mula no caminaba en línea recta, siempre iba describiendo una curva hacia la izquierda; una deformación profesional frecuente en acémilas que habían permanecido años y años amarradas a una noria girando en torno a un pozo de agua, siempre en la misma dirección. Las mulas que habían estado en las minas arrastrando vagonetas, también tenían sus manías: si les ponían más vagonetas de las que ellas tenían memorizadas, se plantaban y no había modo de que se movieran. Los mineros decían que contaban las vagonetas por el tracatrá de las ruedas en las vías. Luciano acarició la cabeza del animal con una mezcla de cariño y pena.

-Pues si no es de una manera será de otra, pero acabarás trabajando bien, ya verás.

Extendió en el suelo la soga de arrastrar la yerba, trajo de la cabaña unos sacos grandes, quilmas, en los que venía la pulpa de remolacha, y los fue cosiendo con alambre y alicate en la parte central de la soga; repitió la operación cosiendo los sacos por el otro extremo a una segunda cuerda y al final obtuvo un invento que recordaba vagamente a una hamaca.

Envolvió la parte trasera del montón de hierba con la "hamaca", llevó los extremos de la soga al arnés y, en lugar de quedarse atrás, agarró la cabezada guiando al animal. Algún montón se desmoronó al no haber nadie sofitándolo, (sofito, perras que da el Principáu para mantener chiringuitos), pero la mula se portó muy bien y al final consiguió meter toda la hierba en el pajar de la cabaña.

Para celebrarlo, Luciano se dispuso a comer el bocadillo, pan de hogaza, fiambres y queso, con la bota de vino para empujar; cortó el pan por la mitad y le dio a la mula una parte. Era un animal mimoso, le gustaban las caricias y los bocados finos, como el pan.

-Si sigues así, vivirás como una reina, te lo garantizo. De hecho, ya quedas bautizada: "Reina".

Seguiremos informando.

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