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Albertín y "cricrí"

El paseo del pequeño avilesino por un parque para hacerse con un animal que dejaba de cantar cuando se acercaba a él

Alumnos del colegio Santo Tomás, ayer, durante una jornada de lectura sobre los personajes que protagonizan los cuentos de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés. RICARDO SOLÍS

Un día Albertín se fue de paseo al parque de la mano de su padre. Mientras caminaban tranquilamente, de repente, el pequeño se detuvo. Se quedó inmóvil y se puso serio. Estaba escuchando un sonido que jamás había oído hasta ese momento. Desde el prado se oía un sonido agudo y casi metálico que decía "cricrí, cricrí". Alberto pensó que alguien o algo le estaba llamando para que se acercase hasta allí. El pequeño soltó la mano de su padre y comenzó a avanzar lentamente introduciéndose en el prado, pisaba de puntillas y con mucha suavidad siguiendo el sonido.

Aquella voz que decía "cricrí" era lo más maravilloso que había escuchado en su vida, era una melodía mágica. El pequeño continuaba con paso muy lento acercándose al sonido, intrigado por saber qué personaje se escondería y por qué le llamaban a él.

Cuando el niño estuvo muy cerca, de pronto el sonido cesó. Ya no se escuchaba más "cricrí".

-¡Nooooooo!, -protestó Albertín, mirando a su papá con los ojos totalmente entristecidos.

-¡Alberto, eso que suena es un grillo!, ven, acércate a mí de nuevo, ya verás cómo vuelve a cantar-, le dijo sonriente su papá.

El pequeño se acercó corriendo a su papá y le agarró del brazo, quería buscar a ese grillo porque estaba convencido de que debía hablar con él, tendría algo importante que contarle si no, no hubiese dicho "cricrí" justo en el momento en que pasaba.

El grillo comenzó a cantar nuevamente y conforme el niño se acercaba para verlo, se volvía a callar. Alberto quería encontrar a toda costa a ese bichito.

El pequeño se pasó todo el tiempo que debía durar el paseo matutino en el prado buscando al grillo, hasta que llegó la hora de marchar. Tras una breve discusión, el padre consiguió que Alberto dejase al grillo y se fueron camino a casa. Mientras tanto, el papá hablaba con su hijo sobre los grillos, pues de pequeño había cogido uno. Le contaba lo escurridizos que son y lo difícil que resulta verlos, más aún cogerlos. Alberto iba tomando nota en su cabecita de todo lo que escuchaba sobre los grillos. Le había sorprendido mucho que cuando se acercaba al animal, éste dejaba de cantar.

Una vez en casa, el papá mostró a su hijo un libro en el que salía la foto de un grillo, pues el pequeño no lo había conseguido ver. Albertín miró la foto. Se trataba de un bicho alargado, de color oscuro, con antenas y seis patas. Bueno, no es que fuese muy atractivo, pero era gracioso.

Al llegar a casa quiso contar emocionadísimo su aventura con el grillo a su mamá. Ese día se acostó pensando en el animal y, al despertarse, fue lo primero que recordó. Tenía que tratar de coger al grillo para hablar con él.

Esa mañana salió nuevamente con su papá de la mano, pero esta vez, llevaban una cajita con hierba y lechuga por si podía coger al grillo.

Llegaron al mismo lugar y al escuchar el "cricrí", a Albertín se le puso una sonrisa de oreja a oreja. Se adentró en el prado con cuidado, pero convencido de que cogería al animal. Comenzó a rebuscar entre la hierba, manoseaba la tierra... En ese momento su papá vio a un amigo y comenzó a charlar mientras Albertín buscaba ansioso al grillo. Si se acercaba demasiado, el animal dejaba de cantar. Y así pasó el tiempo hasta que de pronto lo vio, se acercó rápidamente a él y lo cogió con mucho cuidado para no dañarlo mientras lo metía en la cajita. Corrió hasta su papá para contárselo. El pequeño saltaba feliz y llevaba la caja en sus manos con sumo cuidado. Si se abría, el animal se escaparía, así que apretaba la tapa con sus manitas.

Su papá le dio la enhorabuena y, sin más, tomaron el camino de vuelta a casa. Albertín estaba como loco por enseñarle el grillo a su mamá.

En todo el camino, el grillo no hizo "cricrí" ni una sola vez, sería lo normal, estaría un poco asustado...

Cuando llegaron a casa, Albertín corrió a enseñarle la caja a su mamá. Estaba tan entusiasmado que ni siquiera le salían las palabras. Su mamá le sonreía y le preparó una caja mayor para que el grillito estuviese más cómodo.

Lentamente y con mucho cuidado, la mamá abrió la caja para pasar al animal a su nuevo hogar. Cuando levantó completamente la tapa, la madre comenzó a gritar sin parar. ¡Ahhhhhhhhhh!, se escuchaba en todo el vecindario. Alberto miraba a su madre extrañado, como si la mujer se hubiera vuelto loca de repente. El padre vino corriendo mientras la madre seguía gritando como una histérica. ¡No podía parar de gritar! Estaba casi convulsionando, fibrilando...

-¡Es una cucarachaaaaaaaa! ¡Este crío trajo una cucaracha!

Con razón no cantaba, pensaba Alberto. Con toda razón...

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