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A dos pasos | Villalegre (I)

Villalegre, un reinvento del siglo XXI

El barrio elegido por los indianos hace décadas ha sobrevivido al bofetón del ajuste siderúrgico y acoge ahora a jóvenes que regresan en busca de sus orígenes

Villalegre era, a principios del siglo XX, una villa realmente alegre. Los sones de una Cuba entonces familiar se podían escuchar en romerías organizadas por familias pudientes en los jardines de una docena de casonas indianas con forma de palacete que ahora, salvo excepciones, agonizan. La decadencia indiana coincidió en el tiempo con el asentamiento de Ensidesa en Avilés. Villalegre se reinventó entonces. El aluvión demográfico necesitaba nuevos espacios urbanos. Y fue así como lo que un día había sido reducto de lujos y placeres derivó en un barrio populoso y obrero. Eran los años cincuenta y tantos. Ahora, se sobrepone demográficamente al bofetón del ajuste siderúrgico. Con algo más 16.000 habitantes, este antiguo pueblo unido a Avilés se ha vuelto a reinventar. Los jubilados -mayoría- conviven con hijos de productores que han regresado al punto de partida y también con muchas familias gitanas realojadas en los bloques que los vecinos conocen por los pisos de "Domingo López", en un homenaje improvisado al constructor.

Alberto Merino es uno de esos jóvenes que ha decidido regresar al barrio que le vio nacer. "Cuando tenía menos de un año mis padres se trasladaron al polígono de La Magdalena y yo, ahora, he vuelto a Villalegre. Este es un barrio cómodo y con mucha vida", subraya. Villalegre "engancha". Los vecinos viven en una especie de armonía impuesta. Todos se conocen, todos se saludan. "Los de este barrio somos gente de raza. Cuando salimos de aquí no decimos que somos de Avilés sino que somos de Villalegre, aunque estemos lejos", precisa el hostelero Salvador Guardado García. Un ejemplo de esta unión es Araceli Trancón, que estos días sale a pasear con su vecina Librado Dorado, que está pasando un mal momento, y el perro de esta, "Toby". "Mi hija está enferma y Araceli me ayuda", apunta. Así son los de Villalegre, del Alto del Vidriero a Santa Apolonia, del Pozón a Las Vegas.

"Villalegre es un barrio familiar, todos nos conocemos. Y la gente joven que ha vuelto al barrio de lejos o que ha bajado de La Luz se ha adaptado a nuestra forma de ser", explica Laura Cortés, presidenta de la asociación de vecinos "El Marapico". Algunos temen, no obstante, que los "nuevos" rompan la paz. Y hacen alusión a familias en su mayoría realojadas por las administraciones en los últimos tiempos. "Quedan pocos portales sin una familia nueva. Parece que en todo Avilés no hay más sitios para esta gente y da la sensación de que se quiere hacer de Villalegre una especie de gueto", apuntan. Estas nuevas familias, muchas gitanas, niegan cualquier problema de convivencia. "Hay cierto racismo con los gitanos, porque no damos más problemas que los que puede dar un payo", señala José Hernández, un joven que vivió en el poblado chabolista de Villalegre y también en la ciudad promocional de Valliniello, ambos lugares ya inexistentes. Ahora, ha regresado también al barrio obrero con su mujer, Tamara Romero, y su hijo Bairon, de seis meses.

En Villalegre, no obstante, reina la calma. Aunque en los últimos tiempos ha habido un repunte de robos. "En este barrio necesitamos muchas cosas: mantenimiento de aceras, que se derribe el antiguo centro de salud que está en estado ruinoso, que de una vez por todas se arregle la calle Santa Apolonia -la última noticia que tienen los residentes es que las obras de acondicionamiento de esta vía comenzarán en mayo- y mucha, mucha vigilancia", precisa Laura Cortés, que lleva 42 años viviendo en el zona. Ángeles Debasa le gana en tiempo. "El deseo de todos es seguir conviviendo en armonía como hasta ahora", dice esta mujer. Gerardo Martín Gutiérrez es de la misma opinión.

Porque Villalegre tiene mucho bueno, además de los vecinos. Antonio Vázquez, Manuel Sánchez y José Luis Hernández son tres jubilados habituales del Yumay, una sidrería que abrió sus puertas en el año 1975 como cervecería. Aquello fue un fracaso buscado. "Vendíamos Águila Negra y no había bebedores de cerveza. Así que empezamos a hacer pollos asados y tuvimos éxito. Poco a poco, fuimos cambiando hacia sidrería y aquí seguimos", explica el propietario del Yumay, Justo García, testigo de la historia reciente de Villalegre, con el local siempre de bote en bote. "Vi a este barrio hundido por la marginación, estancado. Pero en la última década, ha experimentado un crecimiento importante y lo mejor es que mantiene cultura de pueblo", agrega. Sus parroquianos le dan la razón.

Pero no es oro todo lo que reluce. Villalegre ha adquirido una esencia propia, aunque con un carácter fronterizo, puesto que marca el límite urbano entre Avilés y Corvera. Esa característica deja a los vecinos la sensación de ser la última prioridad. "El barrio está abandonado", apuntan Miguel Bernardo y Luis Fáez. Desde la asociación reclaman también mayor participación. Los vecinos ponen el resto para que todo funcione. En este populoso barrio hay dos colegios -uno público y otro concertado, el Buen Consejo-, un edificio indiano y ahora municipal donde se pueden realizar multitud de trámites burocráticos, un centro de salud ya en suelo de La Luz, bancos, oficina de Correos, iglesia y también muchos rincones para pasear, como el camino junto a las vías del ferrocarril que a menudo realizan Visi Tijero, de Llaranes, y su amiga Julia Sánchez, de Las Vegas. Villalegre tiene también decenas de establecimientos hoteleros: muchos de solera aunque con nuevos propietarios y otros tantos de reciente apertura.

Raquel Díaz, de Versalles, trabaja desde hace dos años en la cafetería Central, un negocio que lleva tantos años como Villalegre en la avenida de Francisco de Legorburu. "Lo curioso de este barrio es que todo el mundo se conoce por su nombre", dice. María Jesús Ferrero lleva a su vez ocho años de cantinera en el Casino de Villalegre, que data de 1906. Cristina Blanco Rodríguez es también camarera en un local casi histórico, el Barcia, y "besucona" oficial. El pasado año fue la protagonista del rito del beso con su pareja, Gabriel Cardín. Ambos se dieron 42 ósculos en público. Otro reinvento de Villalegre, un barrio formado por avilesinos asimilados y jóvenes que buscan un futuro estable. Y que repesca tradiciones.

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