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A dos pasos | Jardín de Cantos (I)

Jardín de Cantos, congelado y resquebrajado

Los vecinos lamentan que el barrio se mantenga igual que en la década de los setenta: "Aquí todavía no llegó el asfalto"

Jardín de Cantos, congelado y resquebrajado

Hartos, cansados, enfadados y sin esperanza. Así es como se sienten muchos residentes en Jardín de Cantos, un barrio a todas luces de Avilés, donde viven unos 800 vecinos en un puñado de casas fruto en su mayoría del paternalismo obrero de Cristalería Española, hoy Saint-Gobain. Los paisanos se sienten víctimas de la desidia tanto de los propietarios de la empresa cristalera que dio forma al barrio, que vendieron parte de los terrenos, como del Ayuntamiento. Y en esta ocasión son los lugareños los que han alzado la voz. Durante años fue el histórico dirigente vecinal Antonio Cabrera el que luchó por un barrio obrero que tuvo de casi todo y ahora no tiene casi nada. Jardín de Cantos se resquebraja.

"Llevo viviendo en este barrio 47 años y todo ha ido a peor: infraestructuras, servicios... Muchos vecinos de siempre se han muerto o se han ido a otras zonas de Avilés con mejores servicios. Ahora el barrio está abandonado y hay portales enteros en venta, lamentable", manifiesta una residente de la calle de La Xana, una de las pocas calles del barrio que se "salvan" en cuanto a accesos, limpieza y firme. "Jardín de Cantos no es lo que era", coincide Francisco Fernández Rodríguez, un hombre a punto de cumplir 85 primaveras en abril que llegó al barrio de Cristalería con 19 años desde la provincia de Burgos. En la fábrica trabajó hasta su jubilación.

Como su caso hay decenas: Arija y Jardín de Cantos son pueblos "hermanos". Y tiene explicación. En la década de los cincuenta, el pantano del Ebro sepultó bajo el agua la localidad castellana y otras localidades de la zona, Saint Gobain-Cristalería se trasladó a Avilés y, con ella, 5.000 arijanos. Ahora estos avilesinos de adopción intentan de nuevo mantenerse a flote. Las quejas vecinales se cuentan por decenas. "El parque infantil da pena verlo", precisa Roberto García Arroyo, haciendo alusión a una zona de juegos comida por el verdín en las inmediaciones del Camino Viejo a Pravia, una zona donde llaman la atención un puñado de chabolas. Y en el parque, pese a todo, juegan los niños. Como el nieto de Carmela García.

Desde la renovada asociación de vecinos -formada por unas cien personas, aunque cada día se adhieren más socios- urgen el asfaltado de algunas calles y limpieza. "Han mirado tan poco para el barrio que todo está como antes, más desgastado", precisa María de los Ángeles Rugarcia Gutiérrez, una mujer que llegó a Jardín de Cantos desde Peñamellera Baja después de pasar por Raíces. "Si hubiera más vecinos, es decir, más votos, las cosas serían bien distintas", puntualiza esta mujer, que trabajó como empleada del hogar en distintas casas, entre ellas en la de "Gasparín" (Gaspar Llamazares). María de los Ángeles Rugarcía vive cerca de la plaza de Arija, hasta donde se accede entre maleza y por donde, según los vecinos, pasean las ratas.

"Llevo veinte años viviendo en este barrio y faltan muchas cosas. Tenemos, por ejemplo, una pista de baloncesto que se ha convertido en aparcamiento. O quitan las canastas o construyen un parking, pero no se puede permitir tener esto en estas condiciones", señala otra vecino desde la ventana de su casa, detrás de la calle Norte, José Francisco García. "Pagamos impuestos como todo hijo de Avilés", repiten unos y otros.

Claudia López y Francisco López, nieta y abuelo, coinciden cuando explican cómo está el barrio: ella lleva 23 primaveras en Jardín de Cantos; él, 50. "Desde que nací esto ha cambiado muy, muy poco", indica la chica, mientras su abuelo recuerda no sin nostalgia la historia de algunas casas que soportaron los vaivenes urbanísticos. Otro vecino, unos pasos más abajo, sigue la conversación. "Todo está igual que hace 42 años, desde que nací", confiesa Ángel Moreno.

Jardín de Cantos está, pues, congelado en el tiempo: calles que son "caleyas", minifundios desordenados, corrales con gallinas, casas antiguas y sin ascensor con la pintura amarilla, verde o roja del exterior ya desconchada... Y la "joya" de los lugareños: el viejo club social de Cristalería, un edificio abandonado a su suerte hace tantos años que los más jóvenes del barrio siempre lo conocieron en ruinas. Los vecinos confían el progreso del barrio al derribo de este edificio. Y no es para menos. En los últimos años se ha propuesto construir en el terreno resultante de la demolición un centro social, un centro de salud dependiente de Sabugo... Ahora, en el viejo club social, duermen "okupas" que miran a una carretera que en su día se ganó el nombre de "Cabretera" por las veces que el dirigente vecinal Antonio Cabrera urgió su arreglo.

El vandalismo deteriora también las viviendas más lujosas de la ciudad jardín de La Maruca ubicadas entre Avilés y Raíces (Castrillón) a los pies de la cristalera, la misma cristalera que decidió trasladar sus instalaciones desde Arija a Avilés allá por 1948. Para los obreros construyó a partir de 1952 un conjunto de bloques bajos longitudinales con capacidad para 20 o 24 viviendas cada uno, lo que supone un total de unas 416 viviendas. Ahora muchas están en venta. Por otra parte, a pocos metros, en La Maruca y con la función de albergar a los técnicos de la empresa se erigió una urbanización de 43 viviendas al modo de Ciudad-Jardín con chalés bifamiliares, como recuerda Carmen Adams, profesora de Historia del Arte.

Más adelante, en los primeros años de la década de los setenta, se levantaron en la parte alta de la ladera de Jardín de Cantos un conjunto de tres torres que albergan en total 72 viviendas. Salvo un grupo de viviendas unifamiliares, un bloque con ocho pisos en la calle de La Xana y alguna vivienda nueva, en Jardín de Cantos no se construyó más desde entonces. Cuando se detuvo el tiempo. En el barrio, sin contar los establecimientos de la avenida de Lugo, que ahora parece resurgir, hay un chigre y una tienda de comestibles para varios cientos de vecinos.

En Jardín de Cantos la mar y el monte se rozan. Y se rozan en un alto en dirección a San Cristóbal por el Camino Viejo de Pravia. Por esta carretera en pendiente continua se atraviesa un pequeño bosque de eucaliptos y castaños centenarios y, ya en el alto, se puede ver el Cantábrico más allá de la explotación de Mota (en la imagen que acompaña estas líneas). En este enclave pasa sus horas Pepe Álvarez González con su perrín "Bolita" y una cuentas ovejas.

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