Javier Rodríguez Pequeño, que es catedrático de Teoría Literaria de la Universidad Autónoma, lo tiene meridianamente claro. "Julio Verne no soñó, dio forma a los sueños", aseguró ayer a preguntas de LA NUEVA ESPAÑA. "Era un hombre de una imaginación increíble, pero también contaba con una formación adecuada", añadió. El profesor ofrece esta tarde (20.00 horas) en el Centro Niemeyer una charla de título más que sincrético: " 20.000 vueltas al centro de la Tierra: mundos de ficción y de aventura".

"Cuando escribió 'De la Tierra a la Luna' acertó en casi todo, pero no por casualidad. Sabía qué había que hacer para llevar al hombre a la Luna: lanzar un proyectil. Tal cual lo ideó, claro, habría acabado con la vida de los astronautas, pero sabía el camino. Pasó lo mismo con 'Robur el conquistador'. Es de 1886, un año antes de que se empezara a construir una torre que tenía que ser el símbolo de París, es decir, la Torre Eiffel. Sabía qué se estaba cociendo", concluyó el profesor que pretende desentrañar hoy el hilo conductor de las novelas de Verne: "Son iniciáticas, en ellas los personajes van de la ignorancia a la sabiduría con la ayuda del héroe científico. Este tránsito lo seguimos nosotros como lectores, que empatizamos con personajes como el criado del prototipo".

El catedrático no se califica como "experto en Verne", pero engaña mucho. Asegura que sus novelas preferidas con "La vuelta al mundo en 80 días" o "Viaje al centro de la Tierra". Sin embargo asegura que son "La isla misteriosa" o "Veinte mil leguas de viaje submarino" sus mejores obras. "Esta última por el capitán Nemo, que es un personaje redondo", recalcó. Las otras, sin embargo, por la reorganización del deseo de aventura. Y es natural: Verne no hizo otra cosa en su vida que moldear su propia imaginación.