El actor Víctor Massán da vida desde mañana y hasta el domingo al maestro de ceremonias de "The Hole", un espectáculo entre cabaret, teatro, circo y musical que por donde va triunfa. Atiende a LA NUEVA ESPAÑA por teléfono.

-Si no me escucha es porque voy en el AVE.

- ¿Dónde le pillo?

-Camino de Madrid. He estado en Huesca, para la rueda de prensa de allí. Pasado mañana (por el jueves) ya nos veremos en Avilés.

- Parece que todavía se pueden hacer superproducciones y no monólogos.

-Me han tocado muchas superproducciones que monólogos, pero hay público para todo, se lo aseguro.

- Lo decía por la crisis.

-La crisis es de valores: los que más tienen no quieren soltar a los que menos tenemos. Hay talento por un tubo, lo que no hay es financiación. Menos mal que en junio dicen que nos quitan el IVA. Porque no tienes dinero no puedes ir al teatro y como no vas al teatro, no hay nuevas producciones. Esto lo veo yo en este tipo de producciones, pero también sucede en las de los teatros nacionales, no se crea.

- ¿Eligió bien su profesión de actor?

-No elegí ser actor: las cosas fueron yendo como si tal cosa hasta llegar a este momento. El otro día estaba hablando con mi novio sobre aquellos que sienten que la profesión les ha tocado como algo divino. Pues no me pasa. Vale: me lo paso muy bien, me divierto. En ese sentido, el trabajo es un regalo: conozco nuevos lugares, vivo nuevas experiencias. Si lo de ser actor te toca, pues de puta madre, pero sería igual que te tocara ser periodista. O sea, si lo haces y disfrutas, pues aplausos.

- Pues yo que pensaba que todos los actores lo que querían era terminar trabajando en Hollywood.

-El otro día tuve una conversación con un estudiante de Arte Dramático. Se quejaba de que nunca le daban personajes protagonistas, que siempre iban a otro. Le dije: "Cuando te des cuenta de la sonrisa que tiene el otro serás feliz". Hace tiempo que me di cuenta de que uno sólo puede ser feliz si se acepta tal cual es: no valen quejas, no vale eso de no encuentro novia. ¿Te has mirado al espejo, cariño?

- ¿Cómo es esto de ser maestro de ceremonias?

-Ya lo hice hace diez años, cuando "Cabaret". Me llamaron, dije que sí y aquí me tienes. El maestro de ceremonias es muy canalla, muy sinvergüenza, disfruta de mucha libertad, puedes decir y hacer lo que te dé la gana. Ser uno mismo sobre la escena es muy jodido: tienes que descubrir tu parte brillante, la que más interesa.

- Pese a ello, el papel está escrito, ¿no?

-Claro, pero tienes que dotarle de tu propio humor. Cuando llego a una nueva ciudad pregunto qué es lo que pasa, qué se cuece. No todos somos iguales. Y todo eso se incorpora al personaje, por eso cada función es distinta. Por ejemplo, esto del presidente de Murcia. Hemos estado muchas veces allí y lo hemos contado y la gente se ha reído. En otros sitios, maldita la gracia. En Sevilla, por ejemplo: muy católicos. En Zamora o en Valladolid, sin embargo, las risas estallaron.

- ¿Qué hace al llegar a una nueva ciudad?

-Pues trabajar: te levantas, desayunas, das un paseo y por la tarde, al teatro. Ya tengo cuarenta años y lo de salir quedó para otro momento. Cuando sales de dos funciones seguidas lo que quieres es ir a dormir: la voz se te resiente.

- ¿Se hace mayor?

-Tengo pareja, disfruto de la familia, de cocinar, de leer un libro: se quedaron atrás las noches de los treinta, de conocer a tanta gente.

- ¿Y ahora?

-Pues empezaremos a ensayar "Veinticuatro horas en la vida de una mujer", de Stefan Zweig, un musical que vio Silvia Marsó en París y que quiso traer aquí. Estrenamos en agosto-septiembre en el teatro de La Abadía.