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La guerra de los guisantes

La lucha de un puñado de legumbres por salir de su lata antes que el resto de sus compañeras

Hola amigos, espero que estéis disfrutando mucho de estas vacaciones de Semana Santa. Ratonchi lo está pasando muy bien con las procesiones, así que debéis estar atentos porque seguro que lo lográis ver entre la gente. Además, sabe que en Pascua sus cuentos serán protagonistas de muchos regalos para los ahijados. Pero ahora os quiero contar algo...

Ayer me ocurrió algo increíble. Estaba preparando la cena tranquilamente. Coloqué las patatas a un lado, la lechuga a otro, abrí una lata de guisantes... Cuando, de pronto, escucho unas voces. Pensé que serían los vecinos y no le di mayor importancia. Continúo sacando los platos y cubiertos, cuando escucho nuevamente esas voces, en plena discusión. No me parecían los vecinos y lo más sorprendente es que esas voces parecían venir de mi cocina:

-¡Que te quites pesado, que yo voy primero!, -dijo una voz.

-¡Que me dejes, que me estás pisando!, -replicó una segunda voz.

-¡Que os calléis tarados, que nos va a pillar!, -contestó la tercera.

¿Os imagináis mi cara cuando escuché estas voces? Pero, ¿y si os digo que provenían de la lata de guisantes? Los guisantes estaban discutiendo entre ellos, y menudo lío tenían... Fue algo verdaderamente increíble, pero eso ya no me sorprende, pues en la "Mansión de los Cuentos" reina la magia y cualquier cosa puede cobrar vida, incluso los sueños más fantásticos.

Me acerqué a los guisantes, los observé bien de cerca; permanecían inmóviles, estaban disimulando como si ellos no fuesen los que estaban discutiendo. Intrigada les pregunté qué les ocurría. ¿Qué problemas podrían tener unos guisantes? Pensaba...

-Ya nos han pillado, -dijo uno de ellos. Y antes que los demás pudiesen decir nada, comenzó a explicarme que siempre les ocurría lo mismo pues todos quieren ser los primeros en salir de la lata para acudir al plato o a la cazuela. Hay ciertos guisantes que se pelean, se pisan, se empujan e incluso ponen la zancadilla a los demás para ser ellos los primeros en salir e impedir que los demás lo hagan, o al menos si lo hacen, sea detrás suyo. Me explicaron que unos querían ser los primeros en ir a parar a una paella, otros querían ir a un guiso, otros a una ensaladilla... Y siempre había problemas entre ellos. ¡Menudo carácter tienen!

La que podría ser una vida tranquila y relajada, la de los guisantes, descubrí que era de lo más estresante porque constantemente se estaban peleando y metiéndose unos con otros. Estaban siempre en guerra. Incluso hay algunos cuyo deseo ya no es ser los primeros en salir de la lata sino impedir que los demás lo hagan. Se habían acostumbrado a vivir de un modo tan hostil que, para ellos, ya era lo normal estar siempre peleando.

-Queridos guisantes, -les dije. -¿Cómo puede ser posible que os llevéis tan mal? Vivís todos juntos y puede ser que tardéis tiempo en salir de la lata, pues a veces tenéis que esperar varios días, incluso semanas a que alguien vaya a la despensa a coger una lata de guisantes. ¿No os dais cuenta que ese tiempo que pasáis juntos podría ser más agradable si vivís en armonía? Podríais charlar alegremente, jugar, cantar, contar cuentos... ¡Multitud de cosas! Sería muy divertido y os aseguro que disfrutaríais mucho si os ayudarais unos a otros, es muy gratificante, en lugar de estar fastidiando la vida al prójimo. Es muy fácil ayudar a los que tenemos al lado y facilitar las tareas. No tenéis por qué empujar ni poner la zancadilla, cada uno debe ir por su camino sin pisar el de lo demás. Si todos hicierais eso, la vida sería maravillosa.

Los guisantes se miraron unos a otros, permanecían atentos a mis palabras y se dieron cuenta de que tenía razón. Todos son iguales y todos tienen la misma ilusión por salir de la lata. Se quedaron en silencio unos instantes y lo comprendieron todo perfectamente. Decidieron cambiar el modo de ver la vida.

Un momento después, cogí la lata para echar algunos guisantes en un plato y me sentí feliz al ver cómo se ayudaban a salir unos a otros en lugar de hacerlo todos a trompicones. Cedían el paso y con una sonrisa se ayudaban. ¡Qué maravilla! Quizás debamos aprender de esa lata de guisantes, ¿verdad?

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