El continente helado, la Antártida, es el paraíso científico al que la geóloga asturiana y profesora de la Universidad e Oviedo Susana del Carmen Fernández ha viajado en dos ocasiones en su calidad de colaboradora de un proyecto que cofinancia el Ministerio de Ciencia y Tecnología y que tiene por objetivo analizar y evaluar la evolución del permafrost (parte profunda del suelo de las regiones frías permanentemente helada) del Antártico.

A la espera de embarcarse en su tercer viaje austral, la geóloga intervino en el Club LA NUEVA ESPAÑA de Avilés para dar cuenta de los avances de las investigaciones en las que participa, relatar su experiencia en el casquete polar antártico y compartir cierto optimismo por la tenue luz de esperanza que el equipo científico al que pertenece cree haber detectado en relación al comportamiento de la Tierra como respuesta a su calentamiento global.

A falta de más años de investigación de campo para completar una serie histórica más fiable que la ahora disponible (apenas una década), Susana del Carmen Fernández trasmitió a los asistentes al Club LA NUEVA ESPAÑA de Avilés un dato chocante: la extensión media cubierta por el hielo y la nieve -que no el grosor del hielo- ha aumentado ligeramente en la Antártida en los últimos años frente al desplome de la misma en el Ártico.

¿Cómo puede ser eso posible? Según la experta, que subraya su convencimiento de que el calentamiento del planeta es un hecho incuestionable y de gran gravedad, la existencia de temperaturas medias más benignas -aún así por debajo de cero grados- en el Antártico favorecen las nevadas, un tipo de meteorología imposible de ver cuando el frío se torna tan extremo que todo se congela e incluso la atmósfera se "paraliza".

La mayor abundancia del manto de nieve, a su vez, resulta ser un dispositivo de defensa de la Tierra frente al calentamientor por efecto del Sol. Y eso es así porque la nieve tiene la conocida propiedad, llamada albedo, de reflejar la radiación solar en mayor porcentaje que cualquier otra superficie. Es decir: a más temperatura, más nieve; y a más nieve, menos absorción de energía solar y, en consecuencia, enfriamiento de la superficie. "La luz roja del cambio climático está encendida y negarlo sería suicida, pero los datos que estamos recabando en la Antártida y que aún habrán de ser ampliados en años venideros abren una ventana interesante para ver hasta qué punto la Tierra es capaz de autoregular su termómetro", concluyó la geóloga.