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Especial aniversario de Ratonchi (II)

La temerosa reacción de los alumnos de la Escuela Ratona al descubrir la identidad del nuevo profesor de gimnasia

Dulce Victoria Pérez junto a un gran dibujo de Ratonchi.

Mis queridos amigos, antes de continuar con el cuento, quiero daros las gracias por todo el cariño recibido en esta semana concerniente al Día del Libro, una semana en la que he visitados muchos coles y he sido recibida con muchísima ilusión por parte de profesores y alumnos. Así que desde aquí os mando muchos recuerdos a los alumnos del CRA Cabu Peñes de Gozón, al colegio La Carriona y al colegio Castillo Gauzón.

A la Escuela Ratona acababa de llegar el nuevo profesor de gimnasia. Ratonchi y todos sus compañeros aún no habían visto el rostro del nuevo maestro, ya que su sombrero escondía su rostro y una amplia gabardina, su cuerpo.

Para que los ratoncitos se divirtieran, el profesor Bigotes les propuso jugar a uno de sus juegos preferidos, "el gato y el ratón".

-Este profesor es muy extraño- dijo Ratonchi, el más valiente de toda la clase.

Ratonchi miraba al profesor fijamente, y éste, al sentirse espiado, alzó la voz interrumpiendo así el griterío.

-Está bien, en vista de que nadie quiere ser el gato -enunció el maestro con una voz penetrante y profunda- ¡yo lo seré! Y diciendo estas palabras, se abalanzó sobre la mesa de Alba de un salto. La gabardina y el sombrero salieron volando. En ese mismo instante, los ratoncillos se dieron cuenta de que el profesor Bigotes era en realidad ¡un gato!

Todos los alumnos comenzaron a gritar de histeria, corrían entre los pupitres e incluso trepaban las pareces; todos menos uno: Ratonchi. El pequeño permaneció inmóvil, miró a su maestro y le dijo:

-Señor profesor, usted es un gato, pero seguro que no pretende comerse a unos ratoncitos tan buenos y alegres como nosotros, ¿verdad?

-Pues claro que no pequeño, solo quiero jugar, y como nadie quería ser el gato...

-Lo sabía- contestó Ratonchi-. Sabía que había algo extraño en usted desde que llegó, pero no por ello ha de ser usted malo.

-No soy malo -dijo el profesor un poco entristecido-. A mí me gustan mucho los ratoncitos como vosotros, sois tan alegres y divertidos... pero siempre me teméis y acabáis escapando de mí, y al final nunca puedo jugar con vosotros.

-Sí, pero yo no te temo, sabía que eras especial, un buen profesor y un buen gato. No por ser un felino has de querer comer y torturar ratoncitos -dijo Ratonchi-, así que esto debe acabar ya.

Ratonchi se puso en pie sobre su mesa y ordenó callar a todos sus compañeros que continuaban como locos corriendo y gritando.

-¡Parad yaaaaa!

De pronto los ratoncitos pararon, por fin habían reaccionado y vuelto al estado de calma tras el grito de su compañero.

-El profesor Bigotes es un gato, ¿y qué?- comenzó Ratonchi su discurso.

-Pues que nos comerá...- respondió el sigiloso ratoncito blanco.

-Estáis muy equivocados compañeros. Habrá gatos que coman ratones, pero no todos han de ser así. Nuestro maestro solo quería jugar con nosotros y vosotros le habéis juzgado erróneamente. ¡Es injusto!- concluyó Ratonchi.

Los ratoncitos se miraron unos a otros en silencio y avergonzados. Habían prejuzgado a su profesor y eso había estado muy feo. Se sentían mal. Sus ojitos se entristecían.

-Está bien pequeños, no pasa nada. Todos nos podemos equivocar, pero lo importante es darse cuenta y rectificar, y por vuestras caritas intuyo que estáis un poco arrepentidos- dijo el maestro.

-En nombre de todos mis compañeros -enunció Ratonchi- le expreso nuestras más sinceras disculpas. Le hemos juzgado por el mero hecho de su apariencia, y eso ha estado muy mal.

-Ya basta pequeños -dijo el profesor acariciando la cabecita de Ratonchi-. Sé que tenéis buenos sentimientos y es por ello, que os haré una pregunta:

-¿Quién se la queda como el gato?

Los roedores rieron emocionados.

-¡Yo! ¡Yo!

Ahora todos querían ser el gato.

-Propongo un fuerte aplauso por nuestro nuevo maestro Moustache- dijo Ratonchi.

¡Bravo! ¡Hurra! Todos aplaudían al maestro y éste se sintió más arropado y feliz que nunca. Su sonrisa era enorme, al igual que la de sus pequeños alumnos, pero la más grande de todas era la de nuestro querido amigo Ratonchi.

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